martes, 8 de noviembre de 2016

Dostoievski y el Palacio de Cristal

   La Tecl@ Eñe   

Editor/Director: Conrado Yasenza

martes 08 de noviembre de 2016



Dostoievski y el Palacio de Cristal




El palacio de la Exposición Mundial de South-Kensington, realizada en 1862 en Londres y visitada por Fiódor Dostoievski, causaron en el autor de Crimen y Castigo la visión anticipatoria de una sociedad-invernadero, el Palacio de Cristal, en la que la alquimia de mercancía, dinero y consumo definen tanto la vida de aquellos que han logrado vivir en ese ambiente climatizado como la de los excluidos desde la metáfora arquitectónica de la construcción-muro.


Por        Ricardo Forster   *
(para La Tecl@ Eñe)



"Ustedes creen en el palacio de cristal, indestructible, eterno, al que no se le podrá sacar la lengua ni mostrar el puño a escondidas. Pues bien, yo desconfío de ese palacio de cristal, tal vez justamente porque es de cristal e indestructible y porque no se le podrá sacar la lengua, ni siquiera a escondidas." 
Memorias del subsuelo
Fiódor Dostoiveski


1.   En un sugerente libro del filósofo Peter Sloterdijk encontré la siguiente reflexión que me permite entrelazar las nuevas formas de fabricación de subjetividad en el contexto del neoliberalismo actual asociadas, en este caso, al viaje iniciático de un escritor que marcará con su obra y su estilo la cultura no sólo de la segunda mitad del siglo XIX sino también de la del siglo siguiente como muy pocos autores contemporáneos lo hicieron. En este caso, el filósofo alemán regresa en el tiempo y sigue a Fiódor Dostoievski en su descripción anticipadora de la época abierta por la revolución industrial y el paulatino surgimiento de lo que luego sería la cultura del consumo: "entre los escritores del siglo XIX – escribe Sloterdijk – que desde la periferia 'retardada' europeo-oriental consideraron con reserva crítica el gran impulso de los juegos de colonización agresiva del mundo, Fiódor Dostoievski se mostró como el diagnosticador más clarividente. En su narración, Memorias del subsuelo, aparecida en el año 1864 – que no sólo representa el acta de fundación de la moderna psicología del resentimiento, sino también, en caso de que sea legítima la retrodatación, la primera manifestación de enemistad a la globalización – se encuentra un giro que resume con fuerza metafórica insuperable el devenir del mundo en el final incipiente de la era de la globalización: me refiero a la caracterización de la civilización occidental como 'palacio de cristal'"  [1]. Dostoievski había estado en Londres en 1862 visitando, entre otras cosas, el palacio de la exposición mundial de South-Kensington (que incluso superó en tamaño al ya mítico y famoso Crystal Palace de 1851). Las impresiones de ese viaje marcarían el resto de sus obras y reflexiones hasta el punto de redefinir sus intervenciones éticas y políticas. Dostoievski no fue el mismo después de ese viaje a la capital de la modernidad económica, una ciudad que, en aquellos años, representaba la novedad de un capitalismo en estado de expansión y como forma modélica de un occidente llamado a planetarizar su dominio. En todo caso, el viaje dostoievskiano adquirió los rasgos de la profecía anticipatoria de carácter negativo y el lamento de una tradición que se enfrentaba a su desaparición convertida en figura de un tiempo inevitablemente arcaico.

    
Vale la pena detenerse en esa paradigmática obra de la ingeniería y la arquitectura que, en aquella época incipiente, deslumbró a sus contemporáneos y que, en la mirada escrutadora del escritor ruso venía a significar la entrada en una época demónica dominada por la relajación de las costumbres y la profanación de lo sagrado. Su constructor, Joseph Paxton, se inspiró en los invernaderos que él mismo había construido a lo largo del tiempo, pero ahora diseñó un gigantesco armazón de 600 metros de largo por 120 de ancho y 34 de altura construido enteramente en hierro y vidrio (los dos materiales emblemáticos del siglo de la expansión global del capitalismo). Allí hubo más de 17000 expositores, de ellos 7200 sólo de Gran Bretaña y sus treinta y siete colonias. La obra deslumbró y convirtió al Crystal Palace en el templo de una nueva religión que venía asomando: la religión del capitalismo y de su núcleo sagrado decisivo, la mercancía. Con esa obra, dice Sloterdijk, "comenzó su marcha triunfal a través de la Modernidad una nueva estética de la inmersión. Lo que hoy se llama capitalismo psicodélico ya era un hecho cumplido en ese edificio inmaterializado, por decirlo así, y artificialmente climatizado". La transparencia majestuosa, las dimensiones nunca antes desarrolladas con esos materiales y la luminosidad impactante le confirieron al Palacio de Cristal una dimensión anticipatoria y una fuerza mítica que, en la mirada de Dostoievski, reconfiguraría el carácter de la sociedad y las formas de vida de los individuos  [2].

    
Si bien ese magnífico edificio fue destruido en 1936 a consecuencia de un incendio que obligó a su demolición, siguió siendo una alegoría del capitalismo y de lo que anticipaba la idea y la práctica de una "sociedad de invernadero". Para el escritor ruso, profundamente apegado a su cosmovisión religiosa y crítica de la secularización burguesa del mundo, "la imagen de la mudanza de la 'sociedad' entera al palacio de la civilización simboliza la voluntad de la fracción occidental de la humanidad por concluir en relajación poshistórica la iniciativa, puesta en marcha por ella, en pro de la felicidad universal y del entendimiento de los pueblos". Lejos de alcanzar ese "ideal", la expansión colonialista de occidente acabó por redefinir nuevas formas de violencia y dominación. Surgió lo que Michel Foucault, mucho tiempo después, definiría como la sociedad de la biopolítica y el Crystal Palace como la metáfora arquitectónica de una construcción-cercado, un adentro en el que la climatización de la vida (por supuesto para aquellos que estuvieran en su interior) debía alcanzar el objetivo de un mundo articulado entre la fantasía, el esplendor estético y la sacralidad del consumo.


"¿Quién podría negar que hoy (se pregunta Sloterdijk), en sus propiedades esenciales, el mundo occidental –sobre todo la Unión Europea tras su relativa consumación y la firma de su constitución en octubre del 2004 –  encarna exactamente un gran interior así?" Para sorpresa de propios y extraños, apenas unos pocos años después (2008) estallaría la crisis de las hipotecas subprime que dejaría al desnudo la fragilidad de esa unidad y, sobre todo, el proceso iniciado previamente pero silenciado de desmantelamiento del Estado de bienestar. El invernadero europeo se encontró con países "inviables" (pensemos en Grecia), con caídas en picada de su economía y de sus índices de empleo (pensemos en España) o con la migración de decenas de miles de jóvenes profesionales a lejanos continentes (pensemos de nuevo en España, en Italia y en Irlanda) y con el avance de las derechas nacionalistas y xenófobas como respuesta oscura a la hondura de la crisis económica y a la llegada masiva de indocumentados y refugiados de África y Medio Oriente. Pero, y vale como imagen monstruosa invertida, Europa quiso y quiere convertirse en una fortaleza inexpugnable, en un invernadero para pocos, impidiendo la entrada de los infinitos refugiados que golpean a sus puertas desde sus países destruidos por la avaricia del capitalismo central (el ejemplo sirio es, hoy, el más terrible y patético con millones de desplazados y refugiados en medio de una guerra civil orquestada desde los centros del poder imperial estadounidense en la continuidad de su confrontación geopolítica con Rusia y con vistas a garantizar la apropiación de las reservas de petróleo de aquella región). Notable ironía de la historia que se inicia con el viaje dostoivskiano a Londres, su comprensión crítica de la "fatalidad" inscripta en la figura de la mercancía, y el pasaje del deslumbramiento de aquella arquitectura de fantasía y luz a la actualidad de una sociedad cargada de violencia y exclusión, pero que también ha terminado por profanar todo lo sagrado en nombre del mercado.

Raquel Fernández, conocida como Efealcuadrado. Foto: Sexto Piso



Dostoievski estaba convencido que ese "invernadero gigante de la relajación está dedicado a un culto a Baal festivo y enfebrecido, para el que el siglo XX propuso la expresión consumismo. El Baal capitalista, que el autor de Crimen y castigo, creyó reconocer ante el espectáculo chocante del palacio de la Exposición Universal y de las masas divertidas de Londres, no adopta menos forma en el receptáculo mismo que en el barullo hedonístico que reina en su interior". La conquista de cada esfera de la vida por el mercado se ha convertido en el núcleo principal de la expansión de una economía-mundo que es mucho más que economía y adquiere los rasgos de una gigantesca reinvención de la humanidad a partir de esta "sociedad invernadero" en la que lo público es absorbido por lo privado hasta alcanzar una colonización de todas y cada una de las esferas de la vida individual y colectiva. Porque no se trata sólo y exclusivamente de la captura del ciudadano para convertirlo en "consumidor" sino, también y a la vez, la apropiación de la esfera de la sociabilidad, de lo público, hasta atravesarla con la práctica y la estética de la mercancía. Todo, absolutamente todo se vuelve pasible de ser rentabilizado: la ciudad, la naturaleza, la memoria, las ruinas del pasado, el arte en sus mil formas, el cuerpo, la salud, la política, la cultura crítica, las vanguardias estéticas, la educación, el diseño del ocio, la información…


"En el mundo poshistórico"  – continúa Sloterdijk –  ·efectivamente, todos los signos tienen que estar orientados al futuro, porque en él está la única promesa que puede hacerse categóricamente a una asociación de consumidores: que el confort no va a cesar de fluir y crecer. Por consiguiente, el concepto de 'derechos humanos' es inseparable de la gran marcha hacia el confort, en tanto que las libertades a las que ellos se refieren, preparan la auto-realización de los consumidores". Claro, y esto hay que decirlo una y otra vez, esa sociedad-invernadero de ciudadanos-consumidores, de individuos hedonistas portadores de la certeza de un futuro en el que se seguirán ampliando sus posibilidades de un goce infinito, se sostiene, a su vez, en la exclusión de la mayor parte de la humanidad del derecho a entrar en el Palacio de Cristal. Es en esta violencia material y simbólica donde se juega, bajo las formas de la colonización de las conciencias, "lo real" de un sistema que promete la diversión perpetua mientras genera las condiciones para una doble opresión: de los cuerpos excluidos (más de la mitad de la humanidad) y de la naturaleza expoliada que es incapaz de resistir esta ampliación infinita del consumo.

    
2.     Sería largo seguirle las pistas a la nueva forma del "mal" que genera la sociedad-invernadero (el individualismo, la despreocupación por la suerte del otro, el abandono de lo común, la exclusión abrumadora, las nuevas formas de la pobreza en la sociedad del esplendor consumista, el arrasamiento de la naturaleza, el dominio de lo artificial, etc.), pero sí es necesario destacar que la forma actual del capitalismo, su etapa neoliberal, expresa la quintaesencia de aquello que comenzaba a configurarse hace más de un siglo y medio en el interior del Crystal Palace, allí donde la alquimia de mercancía y fantasía hedonista iniciaron un maridaje que ha ido transformando al sujeto de la modernidad (supuestamente portador de autonomía y conciencia crítica) en el actual ciudadano-consumidor que ha hecho del culto de esos objetos fluorescentes el centro de un radical abandono de aquellos otros valores que también nacieron con la modernidad y que proyectaban la idea de una sociedad más justa e igualitaria. En todo caso, el neoliberalismo ha logrado, por ahora, representar las ilusiones de quienes habitan el Palacio de Cristal o de aquellos otros que sueñan con entrar alguna vez en su ambiente climatizado. Dostoievski, mientras escribía Memorias del subsuelo, tenía presentes las imágenes de aquel viaje por la ciudad de la mercancía, su aliento capaz de devorarse el pasado y el futuro en nombre de lo que todavía no tenía nombre: la eternidad del instante bajo el reinado absoluto del consumo.


Mientras el autor de Los hermanos Karamazov interpretaba con espíritu crítico e irónico la arquitectura social y cultural que se desprendía, según su visión, del gigantesco invernadero construido en Londres, otro ruso, también él un habitante de las noches blancas siberianas de las que ya no regresaría, leería en clave utópica su profunda impresión ante el Crystal Palace. Nikolai Gavrilovich Chernishevski, de él se trata, dejaría constancia en su novela ¿Qué hacer? (texto fundamental e iniciático para las siguientes generaciones de jóvenes populistas y revolucionarios que alcanzó con su influencia también a Lenin y el bolchevismo) de la fascinación que sintió cuando recorrió, en el mismo período que Dostoievski pero sin conocerse y siguiendo caminos políticos y espirituales muy distintos, la Exposición Universal, esa fastuosa consagración del espíritu burgués y de la lógica del progreso que, interpretada en clave rusa por Chernishevski, lo llevó a soñar con una futura sociedad-invernadero de carácter socialista en la que la transparencia, la luminosidad, la salud, el bienestar constituirían las claves de vidas longevas y felices. Veamos cómo nos presenta, a través de su cuarto y último sueño, el palacio de cristal la heroína de su novela, Vera Pávlovna:


"Un enorme edificio, tan enorme que tal vez no haya más que unos cuantos en las mayores capitales ­– aunque no, hoy día no existe ni uno – se alza entre trigales y prados, jardines y bosques […] ¿Qué es este edificio y qué arquitectura tiene? Ahora no existe nada semejante; aunque sí, hay ya un conato: el palacio de la colina de Sydenham: hierro y cristal, sólo hierro y cristal. No, no sólo eso: de hierro y de vidrio es la envoltura del edificio, sus paredes exteriores; pero por dentro hay ya una verdadera casa, una casa inmensa […] Los ventanales, enormes, se elevan desde la planta baja hasta el techo. Los muros de piedra parecen un sistema de pilastras construida para servir de marco a los ventanales que dan a la galería […] ¿Quién vive en esa morada, más soberbia que cualquier palacio? […] Hombres y mujeres, viejos, jóvenes y niños. Pero la mayoría la componen jóvenes; hay pocos ancianos y menos ancianas todavía; los niños son más, sin llegar a ser muy numerosos […] Los ancianos y las ancianas son tan pocos porque la gente tarda en envejecer, ya que la vida sana y tranquila la conserva lozana […] ¿Y todo el mundo vivirá así? Todo el mundo. Todos gozarán de una primavera y de un verano eternos, de una alegría perpetua (Cap. 4, XVI)"


Nikolai Gavrilovich Chernishevski



"He aquí"  – escribe Alejandro Ariel González en su notable introducción a Memorias del subsuelo – uno de los pilares de los jóvenes radicales: la fe en el progreso, en la posibilidad de alcanzar el mejoramiento y la felicidad del hombre mediante la ciencia y la razón instrumental. No deja de resultar llamativo, y esto a Dostoievski no se le escaparía, que la obra arquitectónica que encarnaba la cosmovisión y el espíritu burgueses fuera tomada como modelo por los líderes socialistas. En este gesto Dostoievski verá, con plena lucidez, la filiación liberal de las ideas socialistas y, en ambas ideologías, nada menos que el carácter religioso de ese proyecto de civilización que llamamos modernidad; carácter religioso que ningún hombre moderno, ningún burgués, ningún hombre culto y desarrollado ni ningún ciudadano progresista aceptaría jamás reconocer" [3]. Interesante filiación la que muestra González, la imbricación entre las ideas liberales y las socialistas que partían de una misma concepción progresista de la historia. Walter Benjamin se dedicaría a desmontar esta lógica y a señalar su dialéctica de civilización y barbarie. Luego de detenerse en el sueño de Vera Pávlovna, y jugando con la pieza maestra que es Memorias del subsuelo,  – que fue escrita el mismo año que la obra de Chernishevski – Alejandro González contrapone, en espejo, a ambos autores. Sigamos su transcripción de la versión que da Dostoievski del palacio de cristal:


"El Palacio de Cristal, la Exposición Universal… Sí, la Exposición es asombrosa. Se siente una fuerza terrible, que ha unido allí a todas esas gentes incontables, llegadas de todo el mundo formando un solo rebaño; se reconoce una idea gigantesca; se siente que allí ya se ha logrado algo, que hay ahí una victoria, un triunfo. Hasta es como si empezara a temer algo. Por muy independiente que usted pueda ser, comenzará por algún motivo a sentir algo terrible. ¿No será éste, en realidad, el ideal logrado?  – piensa usted -  ¿No será el fin? ¿No será éste, en realidad, el rebaño único? ¿No habrá que aceptar esto, en realidad, como la verdad plena y cerrar la boca definitivamente? Todo esto es tan solemne, triunfal y orgulloso, que se le empieza a encoger el espíritu. Usted mira esos cientos de miles, a esas millones de personas que han acudido aquí, sumisas, procedentes de todo el mundo… gentes llegadas con un solo pensamiento, que se agolpan tranquila, terca y silenciosamente en este palacio colosal, y siente que allí se ha consumado algo definitivo. Es como un cuadro bíblico, algo por estilo de Babilonia o de una profecía del Apocalípsis que se cumple ante los ojos. Siempre hay que tener una tenaz resistencia espiritual y poder de negación para no sucumbir, para no rendirse a la impresión, inclinarse ante el hecho y deificar a Baal, es decir para no tomar lo existente por el propio ideal (Cap. V)"


"Resulta sorprendente" – concluye González – "esta anticipación de Dostoievski a la visión utópica que sobre el palacio de cristal tendría Chernishevski en su novela, escrita al mismo tiempo que las Notas de invierno. Pero donde uno divisa utopía, el otro ve a Baal, el dios pagano del que habla la Biblia; donde uno vislumbra el futuro, el otro descifra el presente, y lo que ve es que una y otra vez el ser humano se aferra a ídolos a costa de lo más esencial, la libertad. El palacio de cristal, al igual que toda utopía que aspire a erradicar el mal del mundo, niega la libertad y la personalidad". Sloterdijk tratará de sustraerse a esta lectura más moralista y, como ya se señaló, se dedicará a establecer la potencia anticipatoria de la visión dostoievskiana en términos de la actual sociedad-invernadero en la que la alquimia de mercancía, dinero y consumo definen la vida de aquellos que han logrado vivir en ese ambiente climatizado en el que el futuro no debería deparar otra cosa que la expansión del ansia consumista junto con la certeza de que ningún peligro puede interrumpir el goce de los que están adentro del palacio.


*   Filósofo y ensayista. Doctor en filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba.




Referencias:


[1]   Peter Sloterdijk, En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización, Siruela, Madrid, 2007, trad. Isidoro Reguera, pág. 203.


[2]   "Occidente"  – escribe Adolfo Vásquez Rocca pensando en el Palacio de Cristal londinense y en el impacto que ejerció sobre Dostoievski –  "ha reemplazado el mundo de los metafísicos por un gran espacio interior organizado por el poder adquisitivo. El capitalismo liberal encarna la voluntad de excluir el mundo exterior, de retirarse en un interior absoluto, confortable, decorado, suficientemente grande como para que no nos sintamos encerrados. Ese palacio de cristal urbano, con sus calles peatonales, sus casas con aire acondicionado, parece constituir una respuesta adecuada a ese deseo. Walter Benjamin ya lo decía en la época de la Restauración en Francia, cuando hablaba de las galerías comerciales, los Pasajes y las calles comerciales de París. Para él, construyendo esos pasajes, el régimen de Napoleón III mostró su verdadera naturaleza tratando de transformar el mundo interior en una especie de fantasmagoría: un gran salón abierto donde uno recibe el mundo sin estar obligado a salir de su casa. Para él, ése era el fantasma burgués de base: querer disfrutar de la totalidad de los frutos del mundo sin tener que salir de su casa." Adolfo Vásquez Rocca, "Peter Sloterdijk y Walter Benjamin; Air Conditioning en el mundo del capital", Eikasia, Revista de Filosofía, año IV, 25 (mayo 2009), Universidad Andrés Bello, Santiago de Chile, pág. 30.


[3]   Alejandro Ariel González, Introducción a Memorias del subsuelo, Colihue clásica, Buenos Aires, 2005, p. LII (el texto de la Vera Pávlovna de Chernishevski está tomado de la misma introducción, pág. LI y la última cita corresponde a la pág. LIII)






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