lunes, 14 de noviembre de 2016

Lenguaje y violencia


lunes 14 de noviembre de 2016



Lenguaje y violencia

El racismo de Pichetto y su supuesto peronismo.






                                                                                              Por        Ricardo Forster


Mucho se ha dicho y escrito sobre las terribles declaraciones xenófobas del senador Pichetto. Quisiera, por mi parte, reflexionar sobre los usos del lenguaje, sobre la potencia de daño de ciertas palabras y la maldad intrínseca al discurso de alguien que rompe los códigos de la hospitalidad abriendo la boca para descargar una catarata de los peores lugares comunes, e ignorantes, de quienes, en estas latitudes y en otras que quedan en los centros del poder, movilizan los argumentos antiinmigratorios para justificar las políticas neoliberales. El antiigualitarismo (según el senador, que parece copiar las peores tradiciones de las derechas liberales: "el mal argentino") de Pichetto se entronca con su racismo y deja convertido en un pellejo vacío su supuesto peronismo.

El lenguaje ha sido desde tiempos inmemoriales una fuente de creación y una fuente de destrucción. En él, a través de él, lo humano se constituyó en su relación con los otros y con el mundo. Entre la voz y el habla, entre el grito gutural que anticipaba el peligro y la articulación de la primera metáfora se fue diseñando la compleja y enigmática travesía de una criatura que encontró en las palabras, en su polifonía, la herramienta capaz de consolidarla en medio de una naturaleza pródiga y hostil, acechante y seductora, portadora de vida y de muerte. El lenguaje como una llave para abrir las puertas del tiempo y el espacio, de la memoria ancestral y de los imaginarios desplazamientos hacia un futuro soñado como tierra de promesas y peligros. En él, a través de él, los humanos han sabido construirse sus mundos y también han ejercitado el arte, dialéctico, de la hospitalidad y de la hostilidad (el mismo origen para dos palabras diametralmente opuestas: hostis-hostes, el nombre de la acogida y el del rechazo, el que abre las puertas de la casa al extranjero que viene de lejos y el que sella la violencia discriminadora).

Todo, absolutamente todo, se guarda en el cofre de las palabras: la invención utópica y la creación poética, la voz solidaria y la distinción amorosa, el sonido del mando y el poder junto con la construcción de fronteras visibles e invisibles capaces de darle forma y contenido a la vida social, la inclusión y la más feroz discriminación como la que se desprende del habla de Pichetto.



Marx escribía que la diferencia entre el peor de los arquitectos, aquello que lo hacía único e insuperable, y la perfección constructiva de las abejas se guardaba en la capacidad anticipatoria, en ese prodigioso instrumento humano que, a través del lenguaje, diseña lo todavía inexistente dándole alas a la fuerza de la imaginación. El lenguaje, entonces, como artesanía de lo por venir y como vehículo de la potencia transformadora de la naturaleza.



Maurice Blanchot, refinado intelectual francés, veía otra cosa, más oscura y primigenia, en el lenguaje de los humanos: "Cada palabra es violencia, una violencia mucho más temible cuanto más secreta; es el centro secreto de la violencia, violencia que se ejercita sobre aquello que la palabra nomina y puede nominar sólo privándolo de la presencia, y ello, como se ha visto, significa que cuando hablo habla la muerte (esta muerte que es poder)". ¿Habrá leído Pichetto a Blanchot? Sus palabras son, qué duda cabe, la antesala del daño y la violencia.

Por lo tanto, el lenguaje no solo no es nada ajeno a la violencia, "sino que constituye el canal privilegiado" –agrega el filósofo italiano Roberto Esposito – "precisamente cuando la violencia renuncia a presentarse como tal para asumir una forma superior de dominio. ¿De qué modo? Exactamente a través de aquella forma de diálogo – o comunidad de la comunicación – que 'se basa en la reciprocidad de las palabras y en la igualdad de los hablantes'. ¡Como si verdaderamente fuese posible igualdad y reciprocidad, como si cada uno de los hablantes no se encontrase en todo momento en presencia de un juez inflexible y al mismo tiempo él mismo no se convirtiese a su vez en un juez inflexible respecto al interlocutor! En definitiva – agrega Esposito siguiendo la argumentación implacable de Blanchot – como si la palabra no fuese 'siempre mando, terror, seducción, resentimiento, adulación, iniciativa; la palabra es siempre violencia – y quien pretende ignorarlo y tiene la pretensión de dialogar, añade la hipocresía liberal al optimismo dialéctico según el cual la guerra es simplemente una forma de diálogo'".

Roberto Espósito


Marx, de eso no cabe duda, no hubiera suscripto estas definiciones duras y pesimistas porque para él, como para otra saga de intelectuales y creadores, el lenguaje guarda, también, una dimensión utópica que se confronta, a lo largo de la historia, con la persistencia de la violencia y la barbarie. La coincidencia gira alrededor de la dualidad de la palabra, de su capacidad al mismo tiempo creadora y destructiva. Por eso, quizá, los infinitos reparos ante ciertas retóricas que iniciando desde el lenguaje la descarga de prejuicio y violencia acaban por materializarla en los cuerpos reales.

Marx y Blanchot, como muchos otros pensadores, han trajinado la pregunta por el lenguaje y lo han hecho sin eludir sus cualidades fáusticas, esa trama envolvente que reúne el agua y el aceite y sobre la que se ha constituido la aventura humana. Tal vez por eso las palabras no son ni inocentes ni culpables ni tampoco son portadoras de ninguna esencia. Son lo que los hablantes hacen con ellas y lo que ellas, aunque los hablantes no lo sepan, hacen con sus portadores. El lenguaje expresa, en sus diversidades y en sus potencias muchas veces oscuras y enigmáticas, aquellas que encuentran su localización en el inconsciente, lo propio de una época. Analizarlo, indagar su viscosidad, penetrar en sus significados, recorrer ciertas genealogías históricas, constituye una necesidad de la crítica y de la política allí donde se quiere emancipadora. Las palabras pronunciadas por el senador Pichetto constituyen lo peor de la gramática del prejuicio y la manifestación de un racismo construido desde la más visceral de las ignorancias.





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