lunes, 30 de mayo de 2016

El erotismo privatizado


lunes 30 de mayo de 2016


El erotismo privatizado

Por    Enrique Carpintero
La vida privada se ha privatizado. La heterosexualidad como modelo hegemónico a partir de la cual la psiquiatría transformó la noción de pecado (homosexualidad, perversiones, etc.) por la de enfermedad ha perdido parte de su lógica en la cultura del capitalismo mundializado. Este se sostiene en una cultura basada en la ruptura del lazo social donde el "individualismo negativo" ha transformado el deseo sexual en una obligación que debe ser vendido según las leyes del mercado capitalista.
Si, como vimos anteriormente, en la época victoriana la vida privada debía coincidir con lo que la cultura hegemónica dictaba para la vida pública, en la actualidad ocurre lo contrario: la vida privada se ha privatizado. Por lo tanto, esta es importante en la medida que pueda ofrecerse como una mercancía. Es en el espacio público donde tenemos que encontrar los valores de nuestra intimidad medidos según las leyes de la economía de mercado. De esta manera las relaciones humanas se miden como una mercancía y sus actividades se enuncian como un buen o mal negocio. Allí todo vale. Lo paradójico es que en este shopping en que se ha convertido la sociedad nadie vende nada. En este reality show el éxito es efímero. Los negocios donde se ofrecen afectos, emociones, ideas, conocimientos, amistad y sueños no funcionan. Algunos cierran y se abren otros con nuevas vidrieras que se convienen en espejismos para negar una realidad donde predomina el desamparo y la soledad.
En este sentido nos encontramos en una época donde la sexualidad ha salido de los placares. De un secreto pasó a ser un preciado objeto de consumo transformándose en una sexualidad evanescente fácil de ser intercambiada en el mercado de las relaciones sociales.
Ahí podemos encontrar las diferentes manifestaciones de la sexualidad con nombres actuales y atractivos: gran-bang, petes, swinger, etc.
Sin embargo, sus efectos en la subjetividad cuestionan la centralidad de los paradigmas iniciales en los que se construyó el psicoanálisis.
La perversión es el negativo del erotismo. En el momento actual nos encontramos con una cultura sexual diferente a la de otros momentos históricos. Todas las características de la heterosexualidad patriarcal han sido puestas en crisis. La pareja heterosexual no es la condición para la reproducción ya que se ha separado la reproducción de la sexualidad a través de las diferentes formas de fertilización asistida, como la fecundación in vitro. Las mujeres no necesitan a los hombres para la crianza de los hijos a partir de su incorporación al mercado capitalista. Esto ha llevado al aumento de parejas sin hijos, el incremento de hogares monoparentales, la aceptación de mujeres que llevan adelante solas la maternidad, el aumento de parejas homosexuales con o sin hijos, el sexo virtual que elude el cuerpo del otro. Este proceso que ha afianzado mayores libertades individuales al romper prejuicios y tabúes de otras épocas, ha traído nuevos problemas a resolver. Uno de ellos es que la sexualidad que propone la cultura se ha disociado de los afectos.
Esta sexualidad evanescente ha dejado a la mujer y al hombre solos frente al otro, ya que podemos tener encuentros sexuales, pero no intersubjetivos. De allí que el predominio del "individualismo negativo" ha traído la falta de compromiso con el otro donde la dependencia afectiva es vivida como debilidad. El mundo actual nos exige actuar como si no necesitáramos de nadie y nos transforma en seres funcionales para la búsqueda de la ilusión de la felicidad privada.
Su resultado es dejarnos cada vez más solos e insatisfechos al quedar atrapados por relaciones desubjetivadas donde se han perdido los parámetros del erotismo. La sexualidad, al no tener la fuerza para la transgresión del erotismo al servicio de la vida, queda domeñada por la perversión efecto de la-muerte-como-pulsión. Es decir, una sexualidad que se expresa como renegación del corte y de la muerte. Una sexualidad que se le impone al sujeto como actos repetitivos. Una sexualidad sostenida en el sometimiento y la destrucción del otro. En definitiva, una sexualidad que produce un proceso de desestructuración subjetiva.
En este sentido, parafraseando a Freud, decimos que la perversión es el negativo del erotismo.
El psicoanálisis rescata la sexualidad del dominio de lo instintivo para demostrar que toda sexualidad humana es desviada. Sin embargo, Freud realiza sus desarrollos teóricos en un momento histórico determinado: una sociedad patriarcal, heterosexual y puritana como fue la Viena del siglo XIX. De allí que se ha abusado de conceptos como negación, escisión, pregenitalidad, fetichismo, al servicio de una sexualidad normalizadora.
De esta manera tener en cuenta una sexualidad plural nos lleva a revisar algunas cuestiones:
1º) La pérdida de centralidad de la diferencia sexual anatómica como determinante exclusivo de la identidad subjetiva del sujeto.
2º) La resolución del Complejo de Edipo como normalización de la cultura debe ceder a una resolución dinámica propia de la anormalidad que nos hace humanos. Su protagonismo tiene que dar cuenta de procesos primarios ligados a ese vacío que nos constituye en tanto seres finitos: el desvalimiento originario.
3º) La actualidad del campo de lo sexual se ha abierto a formas que no pueden seguir siendo calificadas de patológicas. De allí la necesidad de diferenciar claramente el erotismo de la perversión. No es en relación a una norma lo que determina lo propio de las perversiones, sino una sexualidad donde predomina lo no ligado efecto de la-muerte-como-pulsión. Su contrario son las variaciones de la sexualidad humana al servicio del Eros, de la vida. 

El autor
Doctor en psicología, Enrique Carpintero es fundador y director de la revista y la editorial Topía. En el ejercicio de su profesión participó en la fundación de la Cooperativa de Salud Mental Servicio de Atención para la Salud (SAS), que también dirige. Es un prolífico autor de su tema y entre sus libros se pueden mencionar Registros de lo negativo (1999), La alegría de lo necesario (2003) y La subjetividad asediada (2012), donde analiza la medicalización como medio de "domesticación".
Sus obras, como sostiene Juan Carlos Volnovich en el prólogo de El erotismo y su sombra, se inscriben en una tradición que reniega de la psiquiatría manicomial, que promueve la terapia de grupo y el psicodrama frente al psicoanálisis individual, que promueve los equipos asistenciales de los organismos de derechos humanos y las intervenciones en las fábricas recuperadas. Ha dado cursos y seminarios en instituciones oficiales y privadas, entre otras la Universidad Nacional de Rosario, de Mar del Plata, de San Luis y de Río Cuarto; es colaborador de revistas y diarios nacionales e internacionales.




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