miércoles, 18 de mayo de 2016

Esbozo de una teología de la corrupción

La Tecl@ Eñe


Imágenes integradas 1

Esbozo de una teología de la corrupción


Por    Horacio González  *

(especial para La Tecl@ Eñe)


La corrupción no es necesariamente un concepto teológico, pero se usa frecuentemente como tal. Esta derivación se expresa más en el empleo del vocablo, como una forma generalizada del Mal (vecino a la corrupción de la carne), que a las distintas tipologías judiciales (lavado monetario, malversación, coima, sobreprecio, defraudación, desfalco, etc.) y todo esto de manera continuada o sistemática. La múltiple significación que tiene esta palabra, como todas las voces multívocas, permite su aplicación indiscriminada con efectos imprecisos de fuerte capacidad de conmoción social.  El “caso Báez” es un momento muy específico y crucial para observar cómo proceden las interpretaciones, significados y efectos de una acusación de corrupción. La vaguedad del concepto permite un halo de receptividad directo y convulsivo, más allá de la realidad de los hechos. Esta disparidad entre la facticidad específica de la corrupción y el modo expansivo en que se disemina su comentario e interpretación, necesita un necesario estudio crítico de las situaciones histórico-políticas. Por lo tanto lo aquí dicho no es una forma de suavizar estos acontecimientos anómalos invocando la ambigüedad del concepto.

Pero a un caso como el de Báez y otros no se lo puede juzgar sin incluirlo entre las formas de reproducción del capital en un mundo donde triunfan canales de ilegalidad productiva para iniciar y mantener la acumulación; asimismo, no se pueden dejar de lado las distintas formas de relación con el Estado y el financiamiento de la política, y en última instancia, la circulación múltiple, complementaria y equivalente entre el apoyo a acciones políticas que se obligan luego a la “devolución” de ese “apoyo” a las vetas de financiación que las sostuvieron. La envergadura de estas acciones de reciprocidad modifican la vida política en su totalidad y exigen nuevas visiones de la reproducción del capital, que tomen a las maniobras financieras como objeto de una nueva reflexión específica (no sólo ya el dinero a futuro que viene del remoto siglo XIX, sino los fondos de inversiones, los estudios jurídicos aliados, la sistematicidad de la evasión impositiva, los países que brindan protecciones específicas basada en secretos bancarios, pasaje de masas monetarias a ambos lados constantes del flujo, el clandestino y el que es declarado.) Tampoco estas afirmaciones son una forma de la indulgencia metódica, para sumergir en una generalidad de casos una situación que se ha convertido en un escollo singular para pensar libremente las acciones de un gobierno popular y democrático, que la memoria fresca resalta en sus mejores realizaciones ante la degradación a la que ahora se somete a un entero país.

Báez es una fracción de una realidad en debate en torno al gobierno de los Kirchner durante más de una década. Digamos inicialmente que “más graves” son los Panamá Papers, pues involucran una acción en grado metódico, consecuente y establecido, involucrando la existencia misma de un país y un modo existencial de fondo, por llamarlo así, del capitalismo central. Medidos en grado de sistematicidad, el caso Petrobrás es, también, “más grave”, si es que pudieran hacerse inverosímiles tablas graduales de responsabilidad. La fórmula que permita rehacer los movimientos populares democráticos entonces pasa, en una medida importante, por el análisis de estos acontecimientos en los que de una manera u otra se ven involucrados. Ninguno de estos oscuros episodios deroga la memoria emancipatoria que han construido los movimientos populares de Brasil y Argentina. Fueron su eje convocante de carácter diacrónico. Aunque irresponsablemente, no se le diera importancia al “eje sincrónico”, destituido de historicidad y épica social, pero inserto en los plisados posteriores de una forma extensa de la opinión que al cabo, se tornó dominante: la tríada sacrosanta de seguridad, corrupción e inflación por la que se persignan diariamente las poblaciones asustadizas que adquirieron esta nueva religiosidad, con su Epístola a los Corintios escrita por Stolbizer o Macri.

No obstante, el modo en que la cuestión Báez ha afectado al movimiento popular argentino puede ser tratado de diversas maneras. Ninguna de ellas es disimulándola, pasándola por alto, o atribuyéndosela a una “maniobra de Clarín”. Aquí llegamos a un punto decisivo. Aunque esas maniobras de los Grandes Medios – por comodidad las llamamos así - existen. A pesar de eso, parece no haber dudas sobre el estadio avanzado de negocios laterales e ilegales en que se hallaba el protagonista principal de este caso, Báez, ligado de distintas formas de relación personal con diferentes personajes del gobierno (sobre todo los encargados de distribuir la inversión en obras públicas) e incluso al Presidente de la Nación que inició su mandato en el año 2003. Lo que revela que el ex presidente Kirchner es el verdaderamente investigado, por medio de las metonimias que han producido las imágenes de los Grandes Medios, sobre todo una estatua de Kirchner, evidentemente destinada a su Mausoleo, depositada en uno de los Galpones de Báez. Que ambos tenían una suerte de sociedad, es sabido. Que los raros vericuetos de la historia dejan el nombre Kirchner no en el lado de la compraventa de almas sino de una veta indispensable de la Emancipación, es otro hecho fundamental. No es difícil reconstituirlo, porque son evidentes los balances morales que los sujetos poblacionales saben hacer, hasta sin percibirlo. De Kirchner hay demasiados nombres puestos y nombres que ahora se sacan. Sus propios mocasines son expurgados de las vitrinas. Pero su filiación última,  escindida de los dudosos negocios y colocada en anaqueles populares de la memoria crítica nacional, queda resguardada. Pero hay que decirlo. Porque nunca una memoria está totalmente protegida de su extremaunción. De la agresión de los badulaques.
Desde ya, los movimientos populares tienen que producir ahora una literatura política capaz de redimir esta oscura asociación, que no se detiene ante las urnas funerarias, actos irresponsables cuyos reflejos aciagos se revisten de un poder desacralizador profundo, actuando como avatares que trastornan hasta lo indecible las fibras internas de un culto laico que a miles de personas les interesa, porque son los limitados bálsamos que le ofrece la política a las asperezas de la vida. Asumamos esta nueva gravedad de las cosas. Por lo que hay que analizar más adecuadamente el modo en que se fue montando la acusación. Porque también ese modo es tan discutible como lo es Báez, en el sentido de definir si las mencionadas relaciones lo convertían en un empresario auto determinado o por procuración. Como dijimos antes, “parece no haber dudas”. Pero despejar enteramente esas dudas se halla en una contradicción casi directa con la manera en que se enfoca la investigación mediático/judicial (lamentablemente, es la misma cosa). En primer lugar, para juzgar con recaudos más pertinentes el encaminamiento de la investigación, hay que analizar la producción de imágenes bajo las cuales se ha constituido la acusación de corrupción, con su evidente (según dijimos) aureola de indeterminación. La “imago” juzga, pero juzga con mirar lúgubre, insidioso. Revoca lo justo. Si pudiéramos entrar por otros ángulos: he aquí los libros incautados de Báez, que ahora reposan –juzgado mediante- “bajo la custodia de la Biblioteca Nacional”. ¿Tiene importancia como coleccionista, como atesorador de ciertos libros firmados por cierto político exilado en Madrid en décadas anteriores? Es claro, importan más las excavadoras que remueven tierra que las que remueven bibliotecas. Pero en la heterogénea lista de chirimbolos discepolianos que contiene toda vida social hay Báez y hay genuinas militancias comprometidas, y si es difícil decirlo en una misma frase más difícil es decir que hay el Báez que coleccionó libros en tiempos idos, y el Báez envuelto en los laberintos de una vida empresarial compleja, escamada y oscura. Ninguna Agencia Investigadora del Empresariado Triunfante, módica réplica de los servicios de inteligencias mundiales, podrá desmontar lo actuado por la vida popular emancipada. Los Papeles Panameños nos acompañarán siempre, porque el Capitalismo segrega como una larva complaciente consigo misma, sus virtualidades anómalas, sus fábricas de ilegalidad que apila nombres poderosos y distraídos, que no saben si en nombre del sinceramiento final deben asumir de súbito que el procedimiento del Poder es nomás el fondo buitre, la empresas off-shore, la clandestinidad operativa, reclamando que al fin se los reconozca como válidos y reglamentarios. ¿No sería esa la forma normal del capitalismo? ¿Por qué tiene que ser denunciada por periodistas internacionales que se erigen como jueces en última instancia? ¿Por qué ellos deberían seguir sufridamente con sus dobles, triples y cuádruples vías de acción, y no vivir en estado de “blanqueo permanente”, con el riesgo de que de no ser así, serían equiparados con “corruptos de cabotaje”? Ellos, que deben sacrificarse para que estemos “cada día mejor”, y repentinamente un gran diario alemán los pone al mismo nivel que los pichis. ¡Ellos! Que son la Gran Corrupción y que merecerían otro nombre para sus actos piadosos.  

Retomando la cuestión de las imágenes: una imagen cualquiera de los medios de comunicación porta una serie de elementos de pre-juzgamiento que de por sí ya tienen carácter ontológico. Es decir, forjan un ser en el mundo que tiene resonancias arquetípicas en la conciencia colectiva. Más cuando una en esas imágenes indirectas, es primeramente tomada por una cámara de seguridad. Estamos ante una imagen de la imagen, una meta-imagen, que por lo demás, el abogado de la defensa de Báez acaba de declarar que es un “montaje”, lo que no es nada improbable. El montaje rige las artes, la justicia, la ciencia. En este caso nos referimos a la escena de las máquinas cuenta-billetes y los personajes que se movían en torno de ellas, en una composición alegórica que sugería un garito o un conciliábulo de delincuentes luego del robo a un banco. La Televisión Central la retoma y la convierte en una imputación de fuerte contenido argumental, creando un momento pre-jurídico de más fuerza que lo que podría tener el juzgamiento de esa misma imagen en sede judicial. Pero no son argumentos, son impulsos icónicos. Hay que diferenciar la justicia tribunalicia (con los dilemas que ella carga) y la justicia icónica (que se exime de pruebas). Nada de esto quita gravedad a la situación-Báez. Pero esta gravedad debe surgir de otras fuentes de veracidad. Y son los movimientos populares que deben incumbirse de ellas, por más problemático que sea.

Por otro lado, respecto a esas “imagos”, había que buscar en nexos narrativos, dar nombre a las figuras, y como todo el mundo lo sabe, ciertos “investigadores” se adelantaron en el tema (pertenecientes al medio de comunicación que mantiene metodologías calcadas de proficuos servicios de inteligencia) e identificaron a esos seres borrosos filmados por la cámara de seguridad.  No estaban exentos de cierta lubricidad, eran personas relacionadas con Báez. El contador, el piloto de una avioneta, el hijo. La “familia”. De nada sirvió que muchas personas, no siempre vinculadas a la vida política, sino al sentido común, alegaran que era una escena cotidiana en una oficina financiera. En este caso, por otra parte, se sabía cuál era esa oficina. Remitir entonces la imagen a un acervo genérico de la cotidianeidad de ese tipo de acto financieros –mejor decir de cómputo de grandes cantidades de billetes, en este caso dólares-, no podía ser tan fuerte como los vestigios inmediatos que se desprendían de la escena primaria: la hipótesis que afloraba en la cruda espontaneidad de las imágenes de dineros públicos que “obscenamente” se estaban repartiendo los atracadores, o llevándolo a remotos y sospechosos destinos en bolsos que sacaban pateando por los pasillos. Este apéndice de la imagen agregaba una nota de vileza folletinesca, y remataba la condena al convertir lo abstracto en concreto. Eran “la fuerza del implícito”. La condena espontáneamente brotada de la entidad específica de la imagen. La condena del encuadre, el pensamiento jurídico reemplazado por el modo que en una y otra vez se ofrecían en sus imágenes en distintas velocidades. El tiempo de la cinta era un tiempo mental colectivo, el modo del pensar único sobre los acontecimientos, el martillazo del Juez con banda de sonido en los televisores domiciliarios, de los bares, los subterráneos, los hospitales, la salas de dentistas, los hoteles alojamiento.
 Fiscal Jim Garrison en el film JFK, de Oliver Stone 
Otra imagen a ser considerada es la investigación personal y los movimientos del Fiscal Marijuan, un tipo de figura que periódicamente los Grandes Medios intentan convertir en “Fiscales del Pueblo”, una fantasmagoría tomada de la cultura norteamericana, que asocia estos personajes al ciudadano común que se ve representado por una parte “no corrompida” por la justicia, encarnada por un “individuo aislado” en el cual reposa el último gramo de justicia disponible, desde el cual utópicamente se rehará todo. (El Fiscal Jim Garrison del Distrito de New Orleans en el film JFK; Doce hombres en pugna, de Henry Fonda; A la hora señalada, con Gary Cooper; casos diferentes del “individualismo justiciero” cuando la comunidad jurídica y social establecida falla; no se puede olvidar en este caso a Phillip Marlowe, con el agregado de que este melancólico  investigador finalmente es castigado por representar acabadamente el tipo puritano de verdad amorosa y comunitaria de los “padres fundadores”, ya abandonado por el capitalismo en su modalidad  más cruda). La investigación de Marijuán fue tomada por la Televisión Central para logar otra gran imagen de la Justicia Icónica. Se trataba de la excavadora, una gran maquinaria que hundía sus poderosos brazos en la tierra –durante largas horas y en planos panorámicos- buscando el tesoro.

No es fácilmente calculable en términos de las alegorías que circulan en el “inconsciente colectivo” –si se permite esta noción aparentemente ya vencida-, el efecto de prejuzgamiento que produce esa imagen de filiación gótica: la “búsqueda de la bóveda”, el osario de los indecentes, el mausoleo de los réprobos. En principio, esa pesada máquina de excavaciones utilizada en dragados, cimientos y socavones, es el equivalente simbólico a la tarea del “investigador del secreto de la corrupción”. Opaca totalmente la figura del “héroe individual” contra la necedad colectiva, y condena al reo con su mismo instrumento (¿no se dedicaba a utilizar esas mismas máquinas para sus construcciones corruptas, que “al parecer”, ni hace?). La excavadora, durante cuatro horas de televisación todos los días, deja a la sociedad en estado de indefensión, aunque se presente como lo contrario (la pacata tranquilidad que embarga al atento ciudadano al ver esposado al procesado). La justicia queda así robotizada en los pliegues internos de una sospecha originaria estática, y la condena que difunde no es hacia Báez, sino hacia un colectivo social muy amplio, anulando en nombre de un monolinguismo dominante la idea misma de emancipación. “Báez” agachándose para entrar al camión policial es nuestra propia imagen desdichada al ser capturada en sus mendaces peripecias, clausurando una época. Da lugar a la aceptación benévola de actos que de otra manera serían normalmente reprobables, como la ominosa instalación de la figura del “arrepentido”, que negocia judicialmente su libertad por su acto de delación, o la vecina en problemas que hace justicia por su propia mano ocupando una de las viviendas dispendiosas de Báez, como los bolcheviques de 1917 ocupaban las propiedades de los nobles que huían a Europa.

Ahora bien, nuevamente, no se trata de ser indulgentes con Báez. Sus abogados deberán explicar con la precisión que esté a su alcance, el monto de sus bienes, la cantidad de estancias y casas, el modo en que circuló el financiamiento en términos de vínculos con esferas estatales, que también sean adecuadas a un modo expositivo serio y probatorio. La cuestión de sus relaciones políticas quedan para la crítica social más lúcida, que sepa diferenciar estos deslizamientos inadecuados de los actos emancipatorios realmente acontecidos en el ciclo Kirchner. Por su parte, los comentaristas urgidos en las conocidas metodologías del descrédito y la infamación constante como categoría analítica inmutable, han dicho un día que sus territorios en la Patagonia equivalían a “dos capitales federales”. Al otro día se escuchó “veinticinco capitales federales”. Simplemente, en el afán del pedagogo teologizante sobre el magma de corrupción que nos amenaza -técnica en la que la Doctora Carrió se especializó, mucho más allá del “sospechismo” sistemático de un Monners Sans, comprimido en el perseverante y sonoro adjetivo de “¡escandaloso!” “¡”escandaloso!”-, se genera una idea del portador del “óleo de Samuel” para regenerar la sociedad con profecías moralizantes inspiradas en el egregio ejemplo del fraile Savonarola, muchos siglos antes del mani pulite.

En la senda de este pensamiento milenarista, de este mesianismo con toques de profetismo menor, se conjugan las pasiones reaccionarias más evidentes, y desde luego, la escena del capitalismo racionalista utópico, con su espolón de represión moral, contra lo que suponen que es “la acumulación primitiva corrupta”, que no es exógena, sino el alerón interno más novedoso de la globalización, nombre de fantasía de la universalización compulsiva del capital. Con ella atizan la desaparición de los movimientos populares –hasta el momento ingenuos sobre este tema, y para peor, justificando oscuramente en su debilidad de origen la autorización implícita para desviar fondos públicos, en los casos en que esto efectivamente se haya hecho, para su sustento general “autolegitimiado”, entonces, en su errada concepción, si la hubiera, de que todo se justificaría por su “minoría de edad” frente a los poderes corporativos mayores a los que los pueblos deben hacer frente.
Lo que además –para peor- no excluye aprovechamientos personales, aunque ilusoriamente se esgriman razones de Estado, nunca ausentes. Esto existe, porque como decía Weber, quien se lanza a la política, lo sepa o no lo sea, lidiará con demonios. Pero lo que en esta materia también existe y va más allá de estas urgentemente revisables concepciones de los movimientos populares, es precisamente lo que no hay que dejar de lado en la reflexión sobre la forma estructurada de la corrupción. Que ya no precisa de este concepto basado en la teología de la “corrupción de la carne”, es decir, una idea de la “muerte en vida”. Esta plegaria infamante tan solo se la dedican a los movimientos populares cuando “pecan”, lo que nunca aplican a las Razones del Capital cuando la esgrimen empresarios de verdad. Esa “verdad”, como toda verdad, puede nacer en los cenagales antes de llegar a los salones de fiesta. La razón de estado siempre está más desprestigiada que la razón del capital, que parece hacerse creíble cuando proclama que “no quiere nada para sí sino que trabaja cada día para que todos estén mejor”. Melosidad que de buen grado calificaríamos de moho espiritual despreciable.

Son los movimientos populares los que están destinados a develar el estadio de ilegalidad a la que ha llegado el capitalismo bajo sus formas actuales, una “economía libidinal”, como se ha dicho, en la que las fórmulas de consumo se alían a un proceso general de reconstrucción del individualismo posesivo, ya operando como “una forma de capitalismo en la formación del juicio moral”. El caso Báez revela una debilidad de los movimientos populares, la imposibilidad de haber resuelto de otra forma ejemplar la necesidad de proteger los espacios emancipatorios, no con actos expuestos a su captura inmediata por la justicia inmediata, (por la mayor o menor veracidad que tengan las denuncias) sino con la renovación de las formas de hacer política. Este caso muestra una falencia en los movimientos populares que sus programas, análisis y estructuras de razonamiento deben tratar al mismo tiempo que ejercer la crítica al modo en que con ellos se busca destruir la argamasa esencial de estos movimientos, que a pesar de todo, conservan una persistente fidelidad a las éticas emancipatorias. Eso se debe a que hay una fidelidad en las estrías postreras de la razón popular, que produce la lectura aceptable para despejar la “vita activa” de sus perturbaciones provocadas por las “malas praxis” de lo popular (digamos así).

Solo que al no problematizar la idea de corrupción convertida en una teología maldita, los movimientos populares creyeron fácil usar procedimientos miméticos de baja escala (con la inversión pública, por ejemplo, aceptando la idea antiquísima, feudal, del “diezmo” y otras semejantes), que son los que en realidad corresponden al factor “Panamá” (el modo específico de producción corrupto del capitalismo, como hace ya algunas décadas los nombró Verbitsky), lo que es una sinonimia evidente del nuevo procedimiento ideológico del Capital. Ya en 1933, en un gran artículo titulado “Celine y Poincaré”, Trostky analiza la cuestión Panamá: “La aplicación y economía del campesino y del artesano, la precaución del comerciante y del industrial, la ciega codicia del artesano, la cortesía del parlamentario y el patriotismo de la prensa, innumerables hilos conducen a nudos que tiene por nombre genérico Panamá” (1933). Se refería al quiebre de la Banca francesa Oustric, seguida por el caso Stavisky, con la pérdida de prestigio del saintsimoniano Lesseps, que había iniciado la construcción del Canal  de Panamá. En Francia se llamó “chequismo” a los pagos a los parlamentarios de esa época. En 1945 las multitudes argentinas desfilaban por las calles gritando “cheque, cheque”, en referencia a las emisiones monetarias de Braden hacia la oposición, en Brasil, el mensalâo, la mensualidad adicional a cambio del voto. ¿No hay ya experiencias suficientes para pensar en el sostenimiento de las políticas populares en fuentes declaradas, no miméticas con lo mismo que se quiere cuestionar? Aprendamos de la historia. El caso Báez tiene entidad propia, como suele decirse. Pero no puede servir de pretexto, como lo está siendo, para perseguir a dirigentes populares. Ese pretexto es la “forma mentis” de estos Fiscales con Motosierras. Se dirigen a inhibir políticamente a figuras como Lula, Cristina Kirchner o Axel Kiciloff.
¡Los movimientos populares sometidos a lo impensable, a lo que en momentos de urgencia sobre las que hay que pensar otra cosa, se recurre al “hábito” menos propicio! “Báez”, “Petrobrás”. Y no aparecerán entonces el Fiscal Garrison ni Phillipe Marlowe, sino el Juez Griesa, el Juez Moro, de Maringá (Estado de Paraná, Brasil) y el Fiscal Marijuan, detectivesco y taciturno con su Excavadora de Conciencias. No hacemos estas referencias para disculpar a nadie –Báez tiene que ser juzgado correctamente, y ese juicio ser una lección también para la reconstrucción de los movimientos sociales y populares- pero asimismo es más complejo el juicio que hay que hacer sobre la ilegalidad capitalista y el jurado mediático compuesto por periodistas que aunque siguen llamándose así, son intermediarios de las grandes maniobras de los flujos financieros circulantes. Por lo tanto, hay que rehacer también las estructuras morales de una sociedad y hacerlo bajo criterios de politicidad que distan mucho de ser los que promueven porciones mayoritarias de una justicia trucha y las teólogos de ocasión que piden cárcel y cárcel, inaugurando un nuevo tipo de tiranía moralizante en nombre de la más poderosa y ambigua la de las palabras, pues alude al decaimiento de la vida: corrupción, cuyo origen en la lengua alude a algo que se rompe, y también a lo que está expuesto a la putrefacción. De ahí su fuerza, aplicable para que vuelva sobre sí misma, como la ironía de la historia sobre el monje capitalista que dictamina sobre el corazón roto de los demás sin percibir su propia hedor.

Buenos Aires, 15 de mayo de 2016


   Ensayista, sociólogo y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional




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