lunes 11 de abril de 2016
A 40 años del plan Martínez de Hoz
Por Felipe Pigna
"Las leyes y el gobierno, y esto es un hecho en todos los casos, pueden ser considerados como una asociación de los ricos para oprimir a los pobres y para preservar para sí mismos la desigualdad de los bienes que, de otra forma, sería destruida por los ataques de los pobres que, si el gobierno no se los impide, reducirían a los demás a una igualdad con ellos mismos mediante la violencia explícita".
Adam Smith, padre del liberalismo económico, Lecturas en Jurisprudencia, 1762
El 2 de abril de 1976, José Alfredo Martínez de Hoz anunció el programa económico de la dictadura. Allí describió los que eran para el nuevo gobierno los principales problemas de la economía argentina: un Estado empresario que había asumido funciones correspondientes a la iniciativa privada, que había regulado actividades económicas que debía realizar el mercado a través de la oferta y la demanda, que había intervenido en el mercado laboral estableciendo pautas rígidas para las relaciones obrero-patronales (leyes sobre empleo estable, indemnización por despido, negociaciones colectivas, etc.) y que también había protegido a los empresarios a través de aranceles a la importación de mercaderías y subsidios. Este conjunto de factores habían determinado un creciente déficit fiscal, una inflación galopante y una burguesía renuente a invertir, por no tener competencia y por el alto costo laboral producto de la capacidad de presión de los sindicatos. Así habían imposibilitado – afirmó – la modernización y el crecimiento económico del país. Para superar esos problemas, propuso una "Reforma del Estado" que destruyera las características empresariales e interventoras del mismo y garantizara la libertad de producción, circulación, precios, iniciativa, etcétera... A la vez, para hacer más competitiva a la industria, planteó una apertura económica que permitiera el ingreso de mercaderías y así que el mercado determinara qué empresas deberían subsistir por ser capaces de producir bienes baratos y buenos. A esta visión se denomina "darwinismo social" porque plantea que el más apto sobrevive y se desarrolla y el otro muere por falta de capacidad para adaptarse al cambio y el progreso. Al mismo tiempo, al achicarse las funciones del Estado se superarían el déficit fiscal y con ello la inflación. Simultáneamente impulsaría una modernización de los sectores agrarios o industriales para competir en el mercado internacional. Estas empresas crecerían y junto a ellas el país. Luego se produciría "el derrame", es decir, el reparto de los beneficios de esos grupos económicos a otros sectores sociales a través de empleo y crecimiento real de los salarios por ya no haber déficit ni inflación. Es decir, el plan se propuso una profunda transformación para reestructurar la producción y las relaciones sociales existentes. Y para ello contó con el decidido apoyo de las fracciones más importantes de la burguesía nacional y transnacional y de los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Pero también necesitó controlar al aparato del Estado y así imponer la dominación sobre los sectores políticos y sociales opositores al nuevo modelo.
Primero, se encaró la lucha contra la inflación (estimada en el 600% anual) mediante un "plan de ajuste": liberación de precios, devaluación del peso, congelamiento salarial y disminución del déficit fiscal. Las consecuencias fueron que en el primer semestre de 1976 los precios al consumidor aumentaron el 87,5%, garantizando la ganancia empresarial, y que los sectores exportadores se beneficiaron por tener un dólar "que valía más" en el mercado nacional. Para disminuir el déficit fiscal, se redujeron los sueldos o se despidió personal del Estado y se aumentaron los impuestos indirectos (al consumo) y las tarifas de las empresas públicas. La pérdida del salario real de todos los trabajadores fue del 40%, lo que implicó una transferencia de ingresos de los asalariados a los empresarios del 17% del Producto Bruto Interno (PBI).
Desde que el 2 de abril de 1976 dirigió su primer mensaje en blanco y negro a todo el país como flamante ministro de Economía, su figura se tornó familiar para muchos argentinos. La opinión del establishment internacional le era unánimemente favorable. El banquero David Rockefeller declaraba a la revista Gente, el 6 de abril de 1977: "Siento gran respeto y admiración por Martínez de Hoz. Es muy obvio para mí, como para todo el segmento bancario y económico internacional, que las medidas de su programa son las indicadas". Mientras Martínez de Hoz aplicaba los conceptos económicos monetaristas de la Universidad de Chicago, los militares aplicaban la Doctrina de Seguridad Nacional aprendida en la academia de West Point y la Escuela de las Américas de Panamá. Represión y plan económico iban de la mano.
Escribía Mariano Grondona en la revista Carta Política:
"Una vez en Washington, el doctor Martínez de Hoz rompió los sellos de la clausura argentina en el mundo de las finanzas internacionales. William Simon le confirmó su apoyo, esta vez con tajantes declaraciones públicas: 'El valiente programa de recuperación económica y financiera de la Argentina, merece ser sostenido'. Las negociaciones con el FMI progresaron en reuniones con William B. Dale (y siguieron en Buenos Aires con Jack Ghunter, desde el 1º de este mes). Por último, Robert McNamara levantaba definitivamente la excomunión financiera de la Argentina en el Banco Mundial, y el presidente del Eximbank, Stephen Dubrul, hacía lo mismo. Desde octubre del año pasado la Argentina había sido excluida de las operaciones de esta institución. Todas las luces verdes se prendieron en Washington. El auxilio del FMI al balance de pagos; los grandes créditos de inversión del Banco Mundial; los créditos de exportaciones del Eximbank. Pero la luz que prendió estas luces fue la adhesión del gobierno norteamericano al programa argentino. Ya examinamos la actitud de Simon. Agreguémosle una declaración altamente significativa de Henry Kissinger. En su entrevista con Martínez de Hoz, Kissinger declaró que 'es de nuestro mayor interés que las cosas marchen bien en la Argentina, porque tenemos plena conciencia de que desempeña un papel crucial en el hemisferio'".
Entre los grupos de poder locales se respiraba un aire fresco: el que daba contar con uno de ellos en un puesto clave para sus negocios. El país estaba atendido por sus dueños. A la clase media comenzó a caerle simpático aquel hombre de orejas exageradas cuando, retrasando el tipo de cambio, le permitió viajar a Miami y competir por comprar al menos dos productos igualmente inútiles.
Por su parte el ministro de Trabajo de la dictadura "aclaraba":
"La intervención militar no se hizo contra determinado sector social, partido político o sistema económico, sino para corregir excesos, impedir desviaciones, reordenar y encauzar la vida nacional. […] Los trabajadores que han sido tantas veces objeto del halago y tantas veces han visto esfumarse las promesas y las esperanzas, deben saber que el sacrificio que demande la tarea de reorganización será soportado por todos los sectores sociales y que durante el desarrollo del proceso, y particularmente a la hora de la distribución, tendremos para defender los derechos la misma fuerza que hoy evidenciamos para exigir ese esfuerzo".
El dólar parecía tan estable que se anunciaba su cotización a futuro con una tablita. Era la época en que la plata empalagaba a quien sabía especular y su ausencia amargaba los estómagos de los trabajadores que veían cerrar sus fábricas y fuentes de trabajo ante la desleal competencia del ingreso irrestricto de todo tipo de artículos importados. Pero no todos callaron, no todos abrieron la boca solamente para decir "Deme dos". Estaban los que estaban haciendo algo. Hubo, entre 1976 y 1979, en la etapa más feroz de la represión, más de 300 conflictos gremiales y en algunos de ellos, como el caso de la empresa Deutz, se llegó a la toma de la fábrica y en el frente se quemó un muñeco que representaba la figura emblemática del ministro de Economía.
Lo que torna histórica a la administración Martínez de Hoz es su persistencia. Fue el iniciador, el promotor de un cambio estructural de la economía y la sociedad argentinas. Fue el que puso contra el paredón a lo que quedaba del Estado benefactor. Él y su mejor discípulo y continuador, Domingo Cavallo, concibieron en sus respectivas gestiones al mercado externo como un agente disciplinador de los precios internos y como un instrumento para reorganizar la productividad y la asignación de capitales mediante la rebaja de aranceles, el retraso cambiario y la eliminación de todo tipo de restricciones al ingreso de artículos importados. Martínez de Hoz es un protagonista de nuestra historia, un forjador del modelo que hoy nos vuelve a regir.
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