domingo 17 de abril de 2016
POLÍTICA
OPINIÓN
De la lluvia al sol, crónica de una multitud
LUCAS MARTÍNEZ
La estación Avenida de Mayo de la línea C de subterráneos desbordaba de gente, mucho más que cualquier otro día a esa hora de la mañana. Afuera llovía intensamente; el agua y la humedad se hacían sentir también bajo tierra.
Pasaron dos formaciones con destino a Retiro, la estación más cercana a los tribunales de Comodoro Py, pero fue imposible subir por la cantidad de gente. Un pibe sentado en unos de los bancos de la estación me dice que es el sexto subte que deja pasar, que si no fuese por la lluvia iría caminando.
Minuto a minuto la cantidad de personas aguardando en la estación aumentaba.
Los que esperábamos, intercambiábamos miradas cómplices jugando a adivinar cuál sería el destino de cada uno. Quién iba hacia los tribunales de Retiro y quién no.
Los subtes que llegaban abrían sus puertas y el cántico ¡Vamos a volver! retumbaba en la estación.
Una mujer se indigna a los gritos porque nadie trabaja, porque somos todos vagos, porque el choripán, porque la guita que se robaron, porque la fiesta, la yegua y no se cuántas cosas más.
Un tipo grande de unos 80 años, vestido y bien preparado como para resistir el aguacero, le contesta. Todos escuchan al señor argumentando su respuesta.
Le temblaba la voz, algo por la edad y algo más por su emoción, pero sus palabras eran firmes, claras, contundentes.
Hablaba de experiencias vividas a lo largo de los años, de convicciones , de conquistas y perdidas, de victorias y derrotas, de construcciones, de derechos adquiridos, de memoria, de pueblo y de por qué a su edad seguía saliendo a la calle a expresarse y a bancar lo que creía que debía bancar.
Habla de militancia y de los pibes. ¡Los pibes! dice con la voz más temblorosa que nunca, señalando a los que ve a su alrededor. Al viejo lo aplauden muchos, sobre todo los pibes.
Un tipo lo palmea en la espalda, le aclara que no va a los tribunales, que se va a laburar pero que tiene la certeza de saber cómo termina esto, que nos va a faltar el laburo, que ya la vivimos, que ya sabemos, que no hay sorpresas, que es evidente, que ya está pasando. Lo dice con bronca y tristeza.
La mujer retrucada busca complicidad en algunos sin encontrar respuesta mientras sus labios se endurecen como todo su rostro.
Subimos como pudimos al Subte.
Volviendo a la superficie caminamos bajo la fuerte lluvia, inmersos en una multitud que avanzaba.
Había visto en la televisión que el escenario donde hablaría Cristina estaba justo en la puerta del tribunal, quería llegar ahí. Imposible. A varias cuadras, la cantidad de gente, los paraguas, las banderas, los carteles, hacían que fuese muy difícil avanzar.
No sé calcular la cantidad de personas en un espacio determinado. En los medios discutirán sin mucho sentido si eran más o eran menos. Lo que no hay dudas es que era una masa de gente impresionante e inocultable. Una expresión popular y política contundente.
La lluvia, el clima no fueron obstáculo.
Y habló Cristina.
Miles haciendo silencio y escuchando. Es un fenómeno muy impresionante. La multitud atenta, con atención, interesada. Hay que estar presente para observarlo y sentirlo. Pura construcción política.
Les molesta a un sector, los incomoda por lo irreversible. Una pueblo atento y politizado es inadmisible para algunos. Y esto excede los partidismos. No importa si es kirchnerismo u otra cosa. Si está organizado, movilizado y en la calle, aterra.
Entonces ahí vamos todos por el chori, por los 500 mangos, porque somos ignorantes, porque somos vagos, porque somos negros, porque somos zurdos, porque somos peronistas, porque somos una mierda.
Porque eso es lo que pretenden decir, que somos una mierda, una masa despreciable asociada a lo peor, una masa no preparada e idiota. No somos como ellos pretenden.
Entonces nada vale y toda expresión pasa a ser inválida.
Un mecanismo mediático poco original, básico, aunque aún algo efectivo.
Cristina finaliza su discurso y finalmente nos vamos.
Me cruzo con el viejo del subte a varias cuadras.
Te empapaste, le digo.
Mucho, me responde.
Y señalando a miles a su alrededor, agrega con una sonrisa:
¡Ahora salió el sol, viste cuantos pibes!
La estación Avenida de Mayo de la línea C de subterráneos desbordaba de gente, mucho más que cualquier otro día a esa hora de la mañana. Afuera llovía intensamente; el agua y la humedad se hacían sentir también bajo tierra.
Pasaron dos formaciones con destino a Retiro, la estación más cercana a los tribunales de Comodoro Py, pero fue imposible subir por la cantidad de gente. Un pibe sentado en unos de los bancos de la estación me dice que es el sexto subte que deja pasar, que si no fuese por la lluvia iría caminando.
Minuto a minuto la cantidad de personas aguardando en la estación aumentaba.
Los que esperábamos, intercambiábamos miradas cómplices jugando a adivinar cuál sería el destino de cada uno. Quién iba hacia los tribunales de Retiro y quién no.
Los subtes que llegaban abrían sus puertas y el cántico ¡Vamos a volver! retumbaba en la estación.
Una mujer se indigna a los gritos porque nadie trabaja, porque somos todos vagos, porque el choripán, porque la guita que se robaron, porque la fiesta, la yegua y no se cuántas cosas más.
Un tipo grande de unos 80 años, vestido y bien preparado como para resistir el aguacero, le contesta. Todos escuchan al señor argumentando su respuesta.
Le temblaba la voz, algo por la edad y algo más por su emoción, pero sus palabras eran firmes, claras, contundentes.
Hablaba de experiencias vividas a lo largo de los años, de convicciones , de conquistas y perdidas, de victorias y derrotas, de construcciones, de derechos adquiridos, de memoria, de pueblo y de por qué a su edad seguía saliendo a la calle a expresarse y a bancar lo que creía que debía bancar.
Habla de militancia y de los pibes. ¡Los pibes! dice con la voz más temblorosa que nunca, señalando a los que ve a su alrededor. Al viejo lo aplauden muchos, sobre todo los pibes.
Un tipo lo palmea en la espalda, le aclara que no va a los tribunales, que se va a laburar pero que tiene la certeza de saber cómo termina esto, que nos va a faltar el laburo, que ya la vivimos, que ya sabemos, que no hay sorpresas, que es evidente, que ya está pasando. Lo dice con bronca y tristeza.
La mujer retrucada busca complicidad en algunos sin encontrar respuesta mientras sus labios se endurecen como todo su rostro.
Subimos como pudimos al Subte.
Volviendo a la superficie caminamos bajo la fuerte lluvia, inmersos en una multitud que avanzaba.
Había visto en la televisión que el escenario donde hablaría Cristina estaba justo en la puerta del tribunal, quería llegar ahí. Imposible. A varias cuadras, la cantidad de gente, los paraguas, las banderas, los carteles, hacían que fuese muy difícil avanzar.
No sé calcular la cantidad de personas en un espacio determinado. En los medios discutirán sin mucho sentido si eran más o eran menos. Lo que no hay dudas es que era una masa de gente impresionante e inocultable. Una expresión popular y política contundente.
La lluvia, el clima no fueron obstáculo.
Y habló Cristina.
Miles haciendo silencio y escuchando. Es un fenómeno muy impresionante. La multitud atenta, con atención, interesada. Hay que estar presente para observarlo y sentirlo. Pura construcción política.
Les molesta a un sector, los incomoda por lo irreversible. Una pueblo atento y politizado es inadmisible para algunos. Y esto excede los partidismos. No importa si es kirchnerismo u otra cosa. Si está organizado, movilizado y en la calle, aterra.
Entonces ahí vamos todos por el chori, por los 500 mangos, porque somos ignorantes, porque somos vagos, porque somos negros, porque somos zurdos, porque somos peronistas, porque somos una mierda.
Porque eso es lo que pretenden decir, que somos una mierda, una masa despreciable asociada a lo peor, una masa no preparada e idiota. No somos como ellos pretenden.
Entonces nada vale y toda expresión pasa a ser inválida.
Un mecanismo mediático poco original, básico, aunque aún algo efectivo.
Cristina finaliza su discurso y finalmente nos vamos.
Me cruzo con el viejo del subte a varias cuadras.
Te empapaste, le digo.
Mucho, me responde.
Y señalando a miles a su alrededor, agrega con una sonrisa:
¡Ahora salió el sol, viste cuantos pibes!
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