lunes, 11 de abril de 2016

Blindaje mediático y disputa comunicacional


lunes 11 de abril de 2016

Blindaje mediático y disputa comunicacional






Por     Ricardo Forster

El debate sobre el papel de los medios de comunicación – que también es evidencia elocuente de un conflicto que regresa sobre la sociedad y que se expresa en la más brutal hegemonía mediática a favor del oficialismo del que se tenga memoria en democracia – surge en un contexto histórico, político, económico y cultural preciso, donde el sentido común de la sociedad argentina está siendo recapturado, en un violento giro regresivo, por valores mercantilistas y neoliberales. Somos testigos de una estrategia comunicacional que busca construir nuevas formas de colonización de las conciencias utilizando recursos simbólicos y tecnológicos que van definiendo un horizonte de vaciamiento de la vida democrática. Los proyectos democrático populares en América latina no han sabido, hasta ahora, contrarrestar esta profunda contrarrevolución cultural que tiene a los grandes medios de comunicación como su vanguardia decisiva.


Desde el Estado y desde la comunicación concentrada se construye un nuevo consenso justificador de un modelo de acumulación basado en la desigualdad, la desregulación de los mercados y la asociación estratégica con los Estados Unidos, además de ir moldeando sujetos pasivos y despolitizados atrapados en una lógica individualista e incapaces de salir de su rol de ciudadanos-consumidores que, pese a ser permanentemente bombardeados por un exceso de información tendenciosa e intervenida, permanecen por completo desinformados y con su capacidad crítica expropiada. Nada más trágico para un individuo y para una sociedad que su memoria sea licuada y que su experiencia sea formateada en los laboratorios del poder mediático.


Su éxito está directamente asociado al control del flujo informativo (censura directa o indirecta) y a una nueva jerarquización de los temas de agenda en sentido inverso al democrático, plural e inclusivo que se plantearon en los últimos años. La decisión del macrismo de abandonar la participación del Estado argentino en Telesur responde a este giro ultraliberal y censor, en evidente contradicción con la, a estas alturas cínica, apelación a "la diversidad de voces" que viene haciéndose con desparpajo desde la agujereada televisión pública.


Ya no buscan la hegemonía sino la implantación de un discurso único y monopólico que blinde y asegure el poder de los favorecidos por su proyecto de país. No hay proceso de concentración económica sin concentración de la palabra que lo habilite, legitime y resguarde, como vemos que ocurre con el apagón informativo diseñado y ejecutado de modo asociado por el Gobierno y las corporaciones mediáticas. En el que prácticamente los espacios para comunicar una mirada diferente se reducen a su mínima expresión. Pocas veces en la historia argentina se ha construido una maquinaria censora tan brutal y abarcativa como la que ha puesto en funcionamiento el gobierno de MM. Una maquinaría lo suficientemente sutil e hipócrita como para hacerle creer a una parte de la sociedad que vivimos en el interior de una cultura diversa y plural en la que cada quien puede adquirir los bienes y valores culturales que más le convengan. De la revolución de la alegría a los globos de colores lo que se ofrece es, precisamente, el imaginario de una comunidad sin conflictos ni grietas. Romper con ideas e inteligencia crítica este blindaje emocional y seudo informativo es una de las tareas más importantes y difíciles para un proyecto político popular que quiere disputar poder y no ser una simple expresión de oposición testimonial.


Nos enfrentamos a un desafío enorme: quebrar el silenciamiento, contradecir el discurso único, batallar para cuidar el legado, pero sobre todo abrir el cauce por donde se cuele una verdad de futuro que hoy está siendo atacada u omitida. Hay que ser claros. Tenemos un terrible viento en contra: a la concentración y la censura empresarial se suma un acuerdo tácito de la elite política y económica triunfante de sepultar al kirchnerismo y lo que este todavía tiene para decirle a la sociedad en materia política y cultural. Las votaciones en Diputados y en Senadores del acuerdo con los fondos buitre reflejan una coordinación de dos tercios de los representantes oficialistas contra un tercio de la única oposición, que violenta el resultado fáctico del balotaje de noviembre de 49/51. El bloque hegemónico neoliberal que hoy nos gobierna utiliza todos sus recursos para borrar de la memoria colectiva el legado de estos 12 años en los que, después de décadas, se intentó, con suerte dispar, invertir el orden de la dominación y se logró disputar distribución de la riqueza, proyecto de sociedad, mundos simbólicos y sentido común. El esfuerzo fue enorme y a contracorriente pero hoy somos testigos de un retroceso que amenaza no sólo las conquistas de estos años y su fuerza reparadora sino la misma trama político-cultural que la hizo posible. En el nuevo relato de la derecha neoliberal no sólo está en juego el presente, con medidas antipopulares difíciles de empardar, sino también, y a un mismo tiempo, el pasado, su compleja presencia en nosotros, y el futuro de un país que vuelve a entrar en la espiral del endeudamiento. La avanzada de esta maquinaría que busca apropiarse de la subjetividad de época son los grandes medios corporativos y cada vez más monopólicos de comunicación.


Analizar si esta victoria del macrismo se trata de una victoria de corto, mediano o largo plazo depende de cómo se sigan moviendo ellos y de cómo se vaya construyendo una oposición audaz e inteligente. Pero lo que se advierte en principio es que estamos en la antesala de una crisis de representación política: no hay encuesta que diga o apoye la idea de que el 75 por ciento de los argentinos está a favor del acuerdo como aseguran los números parlamentarios y que amenaza con embargar el futuro de las próximas generaciones (no deja de ser sorprendente la celeridad con la que diputados, gobernadores, senadores, intendentes, etcétera se plegaron mansamente al chantaje de la alianza construida entre los fondos buitre y el macrismo). Del mismo modo, el impacto terrible en el bolsillo de la mayoría de la población de los aumentos de los servicios públicos a niveles nunca vistos, constituye un caldo de cultivo para el estallido social.


Si partimos arbitrariamente en tres tercios a la sociedad política nacional, podemos hablar de un tercio kirchnerista duro, de un tercio macrista duro y de otro tercio fluctuante y en disputa. Ese tercio se pregunta si está bien o está mal haber arreglado con los buitres, no lo tiene claro, se abstiene de opinar con voz propia, escucha. Pero la sobreabundancia de oferta argumentativa en un solo sentido hoy existente en diarios, radios y TV hace que este tercio siempre fluctuante sea llevado a decidir sobre un rumbo ya validado e imposible de torcer. La hegemonía comunicacional (que también inunda las redes sociales aunque allí han ido surgiendo alternativas valiosas) es tan brutal que resulta muy difícil quebrar la malla de desinformación y de mentiras que sistemáticamente es arrojada a la cotidianidad de los argentinos.


El ejemplo buitre sirve, si se quiere, para desnudar qué es lo que está faltando para construir alternativas informacionales capaces de saltar por sobre el cerco brutalmente levantado por la derecha macrista: una visión alternativa del mundo y de las posibilidades del país a la que es presentada como inamovible y oficialmente aprobada por las corporaciones y su gobierno. Creemos que no hay posibilidad de revertir este giro neoliberal si no disputamos sentido común, lenguaje, información y producción de subjetividad.


La pregunta es cómo, en medio de este vendaval monopolizador, se logra que ese tercio en disputa vuelva a abrir la oreja para otras alternativas a la del bloque hegemónico. Eso lleva a indagar sobre qué sería lo eficaz y qué cosas, por experiencia acumulada, no lo son para ese fin. Si analizamos la gran operación cultural en marcha para liquidar simbólicamente al kirchnerismo detectamos que hay una campaña oficial y paraoficial que refuerza los estereotipos rechazables: "El kirchnerista es fanático, es soberbio, no escucha, es corrupto, es gritón, habla siempre del pasado y no del futuro, es maltratador, no sabe dialogar" y todos los etcéteras repudiables que se puedan imaginar. Lo que algunos han definido como la "brancatelización" del espacio y sus referentes. La versión estereotipada que pretende armar un cordón sanitario, un Guantánamo político y mediático para quienes rechazan el giro neoliberal y se siguen identificando con el nombre del kirchnerismo, que corren el riesgo constante de comportarse como el adversario quiere que lo hagan. 


Nada peor que dejarse capturar por el espejo que los medios monopólicos han construido, por esa representación facciosa y negativa de un proyecto popular que debe operar en un doble sentido: resignificar, por un lado, la profunda huella dejada por estos 12 años en una parte no menor de la sociedad y, por el otro lado, desnudar "la verdad" de la restauración conservadora puesta en marcha por Macri. Sin griterío, sin jugar al perro rabioso, sin caer en provocaciones ni en atrincheramientos paralizantes, se vuelve fundamental simplificar y complejizar (aunque parezca contradictorio no lo es) al mismo tiempo la interpelación crítica a la sociedad. Las consignas y las banderas son imprescindibles pero no pueden convertirse en la única forma de comunicación, en especial con ese tercio que fluctúa de un lado al otro del espectro político y que es muy permeable a las operaciones del poder mediático.


Uno de los desafíos de una comunicación alternativa debe ser desmontar los ejes principales de esta campaña, debilitar ese reduccionismo, romper los muros del gueto donde quieren llevar al kirchnerismo-peronismo, para lo cual lo primero que hay que hacer, como lo acabamos de señalar, es eludir las formas y prácticas que les otorgan algún rasgo de verosimilitud a esos señalamientos.


Resulta imperioso evitar el regodeo con la demonización del adversario, porque son guiños que si bien enardecen a los propios resultan funcionales al plan de separarnos de la audiencia en disputa, la oreja de ese tercio que alguna vez produjo el 54%. Tampoco podemos perder de vista el carácter volátil de las democracias telemáticas, la complejidad de las nuevas formas de interpelación que tienden a operar bajo la lógica de los intereses de los grandes grupos económicos. Se deberá dar la batalla comunicacional en un terreno pantanoso y, para eso, deberemos ser capaces de utilizar con inteligencia, astucia y riesgo las herramientas que hoy están disponibles en el amplio espectro de la comunicación.



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