La Tecl@ Eñe
La corrupción como un absoluto
Por Conrado Yazensa
(para La Tecl@ Eñe)
Los modos en que la política argentina – y universal - se asocia con actos ilícitos e ilegales es un problema estructural que debe ser abordado con seriedad y, en lo posible, distanciado del impacto noticiable que rige la lógica de la maquinaria mediática. El aprovechamiento periodístico es inevitable, lo sabemos; los oportunismos políticos también. El periodismo, en su afán totalizador y generalista, tiende a utilizar algunos conceptos sin mesura y con gran capacidad de disponibilidad. La corrupción es uno de ellos. Políticos y periodistas tendrán que formarse mejor, leer historia y política, mejorar su capacidad de argumentación y análisis para evitar un declive que parece cercano. El aporte de Maquiavelo es sustancial en esa dirección. Una síntesis sobre pensamientos complejos es siempre un riesgo. Así todo, asumo ese riesgo. En Maquiavelo hay tres ideas que me parecen centrales para aproximarnos al tema. 1) La Historia como herramienta al servicio del conocimiento político ligada a las nociones de ascensión y caída (o progreso y decadencia) de las naciones. 2) Esa decadencia o declive, Maquiavelo lo concibe como un fenómeno asociado a la corrupción. La corrupción es entendida por el filósofo y diplomático florentino, como un proceso sociológico colectivo de degradación que afecta las herramientas de regulación social y política. Dice Maquiavelo del político: "aquel que abandona lo que hace por aquello que debería hacer se precipita a su ruina en lugar de a su provecho". 3) Maquiavelo utiliza la historia de Florencia como un anti-ejemplo. Pensamos con él: Florencia es el rostro de lo que debemos evitar. La ciudad del Renacimiento padecía la corrupción tanto en el plano civil (corrupción interior) como en el militar (corrupción exterior). La corrupción privaba a Florencia de la Libertad, es decir, le impedía un gobierno – o autogobierno – en el cual toda la sociedad civil estuviese involucrada.
En ese sentido es que podríamos pensar el fenómeno estructural de la corrupción, desde la degradación moral que horada las posibilidades emancipatorias de una Nación. Apelemos a una vieja frase atribuida a Juan Domingo Perón: El hombre es bueno pero es mejor si se lo vigila (o controla). Ese control hacia el interior de los partidos políticos, o el autocontrol en la sociedad civil, e incluso las normas regulatorias establecidas por un Estado no degradado, debe ser la sustancia de una labor que no nos condene o precipite a la decadencia.
La Justicia debe actuar, si es que persigue el objetivo de no degradarse y degradar a la sociedad toda, alejada de intereses políticos y juicios periodísticos adelantados. Las condenas mediáticas son espectaculares por su poder de impacto, pero también contribuyen a esa decadencia moral. Con la detención del ex secretario de Obras Públicas José López, un hecho claro de corrupción del que hasta ahora no se sabe mucho más que los datos que indican que fue hallado in fraganti con una cantidad de dinero de casi diez millones de dólares - en diferentes monedas, con prevalencia de la divisa norteamericana -, se pone en funcionamiento la maquinaria destinada a cortar las cabezas de la Hidra Kirchnerista que asoló durante 12 años el país. Esta observación no implica en absoluto morigerar un hecho grave como el de López; sí exige la responsabilidad institucional de resolver judicialmente el caso, y en segundo lugar, debatir en profundidad los lazos subterráneos que vinculan a la política con hechos de corrupción que de ninguna manera son potestad exclusiva de un partido en particular, y mucho menos del Estado. En el caso de quienes apoyamos políticas reparadoras del anterior gobierno, este hecho, como el caso Báez, abre la necesidad ineludible de, por un lado, discutir para qué se desea volver al gobierno y cómo, en qué forma, con quiénes sí y con quiénes no. Debatir estos interrogantes necesita de una severa discusión sobre: a) El tipo de moral que debemos establecer para que ese regreso sea con los mejores cuadros, creíbles política y éticamente, b) Esa nueva moral debe estar inscripta en la doctrina del partido o formación política con la cual se intente disputar poder y debe funcionar como marco regulatorio de la estructura, c) Es fundamental la formación de un nuevo sujeto político que se manifieste activo, participativo, regulador de esa conducción política.
Por otro lado, no es posible juzgar estos hechos sin incluirlos entre las formas de reproducción del capital en un mundo donde se globalizan y prevalecen los canales de ilegalidad financiera para iniciar y mantener dicha acumulación. En este sentido, discutir tanto esas formas de acumulación del capital y los canales ilegales para generar esa acumulación, como los lazos con lo político, debe incluir sin dudas la actividad privada. De lo contrario, la utilización por parte de los sectores del poder concentrado del concepto corrupción asociado exclusivamente con el Estado, se convierte en un absoluto totalizador. En ese sentido, tanto el caso Báez como ahora el de López, no pueden ser identificados como absolutos representativos de una experiencia emancipatoria inacabada y deudora de otras gestas, como lo fueron los doce años de gobiernos kirchneristas.
Quienes ejercemos el periodismo sintiéndolo como un oficio que se vincula con la búsqueda del bien y la verdad, ambos conceptos entendidos filosóficamente como la objetivación moral de esas nociones aplicadas sobre el ser/sociedad y desarrolladas desde el ser/sociedad, no podemos permitir que la agenda vire drásticamente y pose su foco especular sólo en el caso López, cuando hasta ayer nomás los temas graves que aquejaban a nuestros pueblos pasaban por el ajuste, el desempleo, las suspensiones, los despidos, los tarifazos, el cierre de pymes, las trasferencias de recursos de los sectores populares hacia los mejor posicionados, los casos probados de sociedades offshore en Panamá y Bahamas de funcionarios del actual gobierno, comenzando por el presidente de la Nación; las declaraciones de Carlos Melconián, titular del Banco Nación, admitiendo que, como "todos" los argentinos, él tiene dinero fuera del país. No se trata sólo de un tema de agenda periodística sino de la refundación de un sistema político degradado, cooptado por los deseos de acumulación individual propios del capitalismo financiero globalizado.
Si conceptos graves que inciden objetivamente en la vida de la sociedades quedan atorados en el ariete del discurso periodístico, que es el discurso de los intereses económicos, no queda más que admitir con Roberto Arlt que nuestras culturas y sociedades están regidas por la idea de "noticia", y que lo noticiable debe ser una mercancía a vender en el mercado de capitales simbólicos; no cualquier mercancía, sino aquella que genere gran impacto y aumente así las ventas de, por ejemplo, un periódico. Hacia el final de los Los lanzallamas, la escena narrativa se desplaza hacia el espacio de la redacción periodística. Llega la noticia, por teléfono, del suicidio de Erdosain, el asesino de la "bizca" María Pintos. Ese asesinato ya es una crítica hacia los efectos sociales del periodismo y hacia las patologías que una sociedad enferma en sus circuitos culturales produce. Erdosain ha leído en un periódico un asesinato que luego él duplicará al matar a la bizca. Es un asesinato dostoievskiano, ejecutado al estilo de una existencia cercada y sin rumbo como la de Rodión Raskólnikov. La noticia llega a la redacción sin más datos que la noticia en sí: El suicidio. El secretario de redacción, ante la carencia de datos, determina que no importa, que se imprima en la tapa "Se suicidó Erdosain" y remata: "Macanudo. Mañana tiramos cincuenta mil ejemplares más". Si esto ocurre, que es lo que generalmente ocurre, los periodistas debemos también realizar una autocrítica sobre los modos en que el oficio se ejerce, y hacernos cargo de las patologías sociales y culturales que ese modo de ejercer el periodismo produce.
Qué vendrá ahora, desde la política y el periodismo, y sin subestimar la gravedad del caso López. Entiendo, la reducción del concepto de corrupción como un absoluto que elimina distinciones, ligado intrínsicamente a lo político. Así, el mal mayor es el absoluto "política", no una matriz capitalista que propone como fin supremo la acumulación de riquezas y que históricamente ha desplegado canales y tendido puentes de corrupción financiera, especulativa, para la reproducción y conservación de esa riqueza. Entre esos puentes se halla el vínculo capitalismo-actividad privada- empresariado - plusvalía - riqueza - negocios- corrupción. Hay políticos corruptos como hay empresarios corruptos o periodistas corruptos. O si se prefiere, detrás de un político corrupto también hay un privado corruptor-corrupto. Esto no transforma a ese político en una figura ingenua que debería ser eximida del proceso judicial y la repulsa colectiva; muy por el contrario.
Esos puentes y canales, inscriptos en la matriz de un capitalismo productor de conductas, es lo que el sistema político y los ciudadanos debemos debatir en profundidad. No hacerlo encierra un grave peligro, contiene el piolet que asesina desde absolutos que anulan toda distinción el sueño de una sociedad mejor. El todo social es un absoluto en sí, entonces la corrupción es K y así se intenta decretar la muerte de doce años de una experiencia política transformadora que también contiene fallas y deudas (el balance entre transformaciones y fallas/deudas es personal) desde prácticas que históricamente han vinculado a la política con abultados hechos de corrupción.
Aunque parezca ingenuo aclararlo, y como lo expresó el periodista Martín Granovsky, robar está mal y es suicida.
* Periodista – Profesor en UNDAV
http://www.lateclaene.com/#!yasenza-conrado/c251i
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