La Tecl@ Eñe
martes 21 de junio de 2016
La política como profanación
Horacio González plantea en este artículo que el caso López encierra preguntas fundamentales sobre el conjunto de la política como actividad colectiva y también sobre el kirchnerismo como procedimiento genérico de un conglomerado humano no circunstancial ni episódico. Los mecanismos de profanación que los grandes medios realizan sobre los símbolos desconocen el poder de éstos para retornar por sí mismos bajo otros signos y efigies.
Por HORACIO GONZÁLEZ
(para La Tecl@ Eñe)
Una concepción de la política la quiere, obviamente, ceñida a normas austeras y actos dignos. A veces se aclara que esto debe ser así aun cuando no se trate de encumbrar o festejar a las "almas bellas". Se conocen las exigencias de un mundo que desgraciadamente no combina con las "carmelitas descalzas", pero a pesar de todo, el político debe acostumbrarse a trabajar en la adversidad y en la escasez. Otra concepción se expresa a través de márgenes mayores de indulgencia, y parte de hecho de que los partidos populares – precisamente por serlo - son ajenos a las fuentes de financiamiento empresariales o corporativas. Por eso mismo, deben tener su "caja propia" a través de acciones de justificable excepcionalidad. No "inmorales", sino condescendiendo con actos a fin y al cabo "legítimos", pues la deriva de una cuotificación de suministros públicos hacia las arcas del partido popular para sostener las necesarias transformaciones colectivas, es un fin superior que justificaría algún procedimiento, que de no mediar aquella excepción, sería irregular.
Una frase conocida exponía de esta manera la crudeza de este pensamiento: para construir un rancho, los ladrillos de adobe suelen mezclarse con bosta. La metáfora es poderosa: para un fin útil y necesario, siempre hay una porción de apoyos y componentes cuya composición última es excusable y molesta. El bien se ejerce con una pócima necesaria extraída del mal; así, los grandes ideales deben contar con el apoyo de hombres sin ideales, pues se sobreentiende que lo primero siempre será sostenido por minorías, mientras que para hacer triunfar el bien hay que arrastrar también a los hombres impuros.
El caso del Ingeniero López conmovió al país. Conocemos hasta ahora las asombrosas circunstancias de su detención en una sede religiosa habitada por tres ancianas, en un lugar relativamente aislado del conurbano, en una madrugada al parecer poco propicia para depositar allí ningún óbolo o contribución caritativa, sino una millonaria suma de dólares y otros objetos como relojes y dinero de países como Qatar. El hecho de que López ocupó un alto cargo en el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner, sometido hoy a toda clase de acosos y enjuiciamientos relámpago a través de los grandes medios, luego de la performance que la retroexcavadora de la fiscalía que investiga a Báez (pobre en el aspecto de la excavación y dilatado en el aspecto inmobiliario), parecía obtener una confirmación por fin contundente. Había bolsos, había un terreno (el monástico patio), había un personaje del ex-gobierno, había un propósito de ocultamiento, de sigilo o de fuga. La detención de López estuvo rodeada de características inusuales, y muchos especularon que un hecho de esa magnitud contó con antecedentes y preparativos que lo asemejan a una celada, aunque el presunto vecino que lo denunció parece existir, aunque no con el mismo nombre que la pronta grabación de la policía provincial hizo circular. La foto de López saliendo del monasterio con casco de guerra, ojos desorbitados y chaleco antibalas, reproduciendo escenas que usualmente se le dedican a los jefes de mafias u oficinas subterráneas del narcotráfico, es un voluntario o involuntario logro escénico de las fuerzas policiales y del gobierno de Macri. A un hombre que había sido poderoso hay que detenerlo con equivalentes más irresistibles de lo que significaban los viejos trajes de presidiario y las bolas de hierro atadas a los pies. Acá el escenógrafo optó por uniformes, escudos y demás adminículos policiales en el cuerpo del condenado.
Las interpretaciones de quienes se veían confirmados tan orondamente en su campaña anticorrupción, tampoco dejaron de llamar la atención sobre los bordes tan curiosos que revestía esta antiepopeya ocurrida en horas en que casi todos duermen y algunos están de oración. El analista senior de la derecha, Pagni, sugirió que los "elementos" encontrados en la valija de López retrataban algo así como el itinerario semiológico de sus movimientos, según el origen de los billetes encontrados, pues a la obvia significación de los dólares, había que adjuntar lo que involucran palabras como "China" (había yuanes) y "Qatar". La carta de Carlos Barragán trae otra mención de importancia. ¿Para qué tantos relojes? ¿Para que una carabina? Esos útiles, tan diferentes a los que porta un escolar para ir diariamente a la escuela, sin embargo eran la valija de los portentos, un resumen biográfico. Habría también allí una cotidianeidad. La del corrupto. Palabra imprecisa que sin embargo admite porciones de significados diversos: monedas acumuladas físicamente, armas e instrumentos de medición. ¡En cuántas películas lo hemos visto! El ojo es codicioso. Tiene su fisiología, el arte de sus necesidades. Hasta Morales Solá lo dijo para certificar, sobre elementos al fin empíricos, el "fin del kirchnerismo". Allí había pruebas, materialidades, no pasiones escénicas como las que Lanata ofrecía a diario. Al parecer, la convicción, la creencia, los componentes últimos del juicio, precisarían esos shocks de realidad, esos fajos que a pesar de ser composiciones del lente de la cámara filmadora – que estampa imágenes para la posteridad - tienen el respaldo del acontecimiento. Todo acontecimiento tiene algo de absurdo por el mero hecho de ocurrir. Este lo tenía en grado sumo. Comenzaba por una historia perversa en un convento, como en las novelas del Marqués de Sade, y terminaba en un ensayo chaplinesco, con el protagonista encasquetado en un yelmo ladeado y fuera de medida, como si fuera un personaje de Céline yendo a la guerra al final de la noche.
Este trágico episodio encierra preguntas fundamentales sobre el conjunto de la política como actividad colectiva, y desde luego, sobre el kirchnerismo como procedimiento genérico de un conglomerado humano no circunstancial ni episódico. Los escritos en torno al tema abundaron. Vuelvo a la carta de Barragán, que me parece que contiene mejor un conjunto de significaciones que se esparcieron en numerosas conciencias militantes. López sería un individuo que actuando por sí y desde sí, se presentaba como un hombre demiúrgico capaz de arruinar un conjunto de compromisos y esfuerzos de un conglomerado político emancipatorio, cuyas realizaciones ponía en peligro. La carta tenía un tono de exorciso, y las puteadas de Barragán en letanía hacía López convenían a un rezo o a un conjuro. Para más abundar en la gravedad de la situación, la figura unívoca del tal López fue calificada por Hebe como la de un "infiltrado". El término, fuertemente evocativo, lleva a la condición excepcional que tenía el hecho, reforzada por la pregunta que recorrió todos los cenáculos del país. "¿Cómo este hombre hizo eso? ¿No conoce los mecanismos bancarios?" Pregunta compleja, que puede hacerla la mente avisada, acostumbrada a estos trajines, como sería la de cualquier empresario de mediano porte, que sabría qué hacer con esos montos dinerarios, no en las madrugadas sino en calmas mañanas en la "City Porteña" (donde de todas maneras hay acontecimientos trágicos que la Televisión registra, refiere y también prefiere, como el del abogado portador de una Glock, al que le sustrajeron su valija – por cierto con menores cantidades que la de López - y disparando en pleno mediodía en ese centro pululante de viandantes con sus preocupaciones laborales, políticas o financieras, mató a un cerrajero uruguayo, como se lo denominó, pasando su profesión y nacionalidad por encima de su abatido nombre). Pero a aquella pregunta, hecha por la militancia absorta ante un hecho "increíble", le seguía una primera respuesta ("de ser cierto el relato televisivo") que hacía de López un individuo singular, poseído de decisiones no trasladables, tomadas por sus providencias particulares y que incluso surgían de su condición trastornada. Pagni, que siempre dice "algo más", sugiere un armado proveniente de rincones sigilosos de la sociedad, donde actúan personajes habitualmente llamados "servis", palabra que tiene la humorada de describir también a los que arreglan lavarropas y computadoras. Objetos diarios, salvo el lavarropas, que es metafórico.
La ex Presidenta, Cristina, escribió otra carta, con una opinión que a esta altura le era urgentemente reclamada. "Palabras como repudiar, rechazar o condenar, no alcanzan… es necesario saber quiénes son, además del Ing. López (Secretario de Obras Públicas durante mi gestión), los responsables de lo que pasó… el dinero que tenía en su poder, alguien se lo dio… no fui yo. Ni ninguno de los miles de militantes que integran este espacio político…que nadie se haga el distraído. Ni empresarios, ni jueces, ni periodistas, ni dirigentes. Cuando alguien recibe dinero en la función pública es porque otro se lo dio desde la parte privada. Esa es una de las matrices estructurales de la corrupción a lo largo y a lo ancho de nuestra historia y de la universal". Esta carta difiere del enfoque que hace de López un "lobo solitario" que arruinó un proyecto colectivo e invirtió el juicio social correcto, al punto que los verdaderos corruptos ahora juzgaban a los que cuestionaron a los auténticos buitres. La gran eficacia de este aserto es cotejable con la opinión de Cristina sobre "la matriz estructural de la corrupción" y el reenvío de la culpabilidad a los que serían las contrapartes de López, esos que se "hacen los distraídos" (empresarios, jueces o políticos), que son funcionales a los "Ing. López", como lo llama Cristina amputando el nombre de su profesión en una única evidencia de su evidente indignación. Esas contrapartes, incluso, lo constituyen al "Ing." como individualidad necesaria, lo que permite que Cristina pronuncie una frase fundamental, también dándole al tema un cariz de primera persona: "el dinero no se lo di yo". Es evidente que el pensamiento sobre la acción individual tiene gran peso, pues todo el complejo comunicacional forjado al calor de la derrota electoral del anterior gobierno, insiste en focalizar y colocar el desenlace de la red "estructural" de corrupción no en empresarios, jueces, "and others presidents off shore", sino en la propia Cristina.
Aquí llegamos a uno de los núcleos de la situación, de esta situación. La vida política que actualmente transcurre entre nosotros parece estar regida por la consigna de la profanación. Lo que llamamos "kirchnerismo" es una palabra enfocada por actos de embate profanador, sobre todo en el nombre que alude a las diversas y profusas simbolizaciones a las que dio lugar la figura de Néstor Kirchner. ¿Qué es una profanación? Una conocida meditación de Nietzsche, en su misterioso paso por alguna de las secciones del ejército prusiano que pone sitio a París en 1871, lo lleva a vaticinar que la columna de la Vandôme, que los comuneros están derribando en ese momento, "volverá más seductora a su lugar". Nietzsche era un joven adscripto a la milicia triunfante y ve de lejos los acontecimientos. Los profanadores, quería decir, no podrían saber lo que él sabía (en ese momento estaba escribiendo "El nacimiento de la tragedia"), pues poseía un conocimiento que no estaba al alcance de cualquiera. Muy resumido, se diría que era la permanente sospecha – de origen trágico, o zarathustriano - sobre las grandes convulsiones sociales que arrasan símbolos e insignias. Ellas suelen ser atributos de un período anterior y quedan investidas del raro merecimiento de ser derribadas. Los que acuden a una suerte de recurso profanador, suelen no conocer realmente el poder de los símbolos. Ellos retornan o se restauran por sí mismos o se reanudan bajo otros signos y efigies. Los profanadores, finalmente, son los hombres torpes de la historia.
Esta carga de profanación (es decir, irrumpir con un impulso violatorio en un orden cuyos representaciones parecían ya erigidas) puede acontecer sin que el profanador sepa las consecuencias de sus actos. Es lógico, pues el acto de profanar tiene un silencioso tributo que el profanador no admite en su conciencia. Es que "no sabe lo que hace", pues en su mundo no hay ningún elemento sagrado ni venerable. Todo en él se ofrece como una planicie de objetos inanimados o vivientes que solo son portadores de una utilidad. Su pregunta fatal es siempre la misma. "¿Y esto para qué sirve?" Ve en el vasto orden de simbologías del mundo, sean tenues, ocultas o nítidas, solo un valor de uso, una utilidad inmediata, un instrumento despojado de latencias o fulgores implícitos. La profanación es dirigida contra al kirchenrismo y es el principal "negotium" de la hora. En uno de los galpones de Báez – el constructor del Mausoleo de Kirchner - había, yacente, una escultura del ex presidente. Se anudaban así las cosas frente a la astuta mirada del Fiscal Marijuan, que convertía su fiscalía no en un hecho jurídico sino en un acto de sacrilegio gozoso. Por fin se aclaraban los misterios, el financiamiento ilegal de una corriente política, la famosa "caja", al lado de un símbolo falso, los "idola tribu", todo lo cual era más importante que lo que se dedujera a partir de "un puñado de dólares".
En sus astutos análisis Pagni dice que el empeño del kirchnerista clásico en circunscribir solo en López la acción del Monasterio, a fin de "salvar al kirchnerismo", es la verdadera manera de hundirlo. Sería la imposibilidad de explicar lo que todo el mundo da por cierto (la generalización de un fenómeno, Báez con Calcaterra, es decir, "corrupción" a ambos lados de las "excavaciones" o "grietas" políticas) alojándolo en una figura inasible, el mencionado "ing.", cuya abogada es ahora una señorita que cierta vez dijo "quiero ser conocida". Es cierto que lo dijo a partir de su otra profesión de cantante de cumbia, profesión cuya dignidad no está en discusión, pero la frase repercute ahora en la manera en que ella es realmente conocida: como abogada defensora de López, "doctora", como le dicen con una indisimulable solfa los periodistas que tienen in mente sus fotos en la bailanta. La televisión y sus menudos oficiantes, es implacable. La tragedia política, una vez más, conjuga sus formas de "visibilizar", según este verbo televisivo fundamental, con las artes del varieté. El mago Tinelli lo sabe: el imitador será imitado, y de allí sale algo "real" que a su vez pide otro calco, y otro más. ¿Qué significa imitar a Cristina con una pala? ¿Una escena donde el espectador sabe que debe guardar en un compartimento estanco – una cosa es la política y otra cosa la parodia - o ya llegamos aquí a una forma completa de pensamiento que fusionó el pathos político con la burla que juntó todo en una brutal inmediatez? Esa inmediatez es lo que caracteriza las imágenes masivas y súbitas. Si lo visual antes era un acto particular de la facultad de juzgar, ahora es un impacto genérico sobre una conciencia sin tabiques. Lo político cumple con el vaticinio del "crooner" o del locutor televisivo, y lo que vemos en pantalla es una forma del destino colectivo de un país. La tevé sería el órgano central de la profanación, nada en ella está quieto y establecido, y lo que hoy allí se castiga será muy pronto castigado. ¿Quién dirige esto? Un autómata central, como decía Marx del Capital, algo que si no lo paramos (en nuestro lenguaje mismo) arrasará toda institución política.
Si la profanación, como el quicio fundamental de la política macrista, apunta a un desmontaje de símbolos y a una masacre "shakespeareana" de individuos identificados con la "era anterior", el episodio de López es un episodio doblemente profanador. Toma de la profanación sus elementos folletinescos, su aire de vaudeville para interferir en el "sueño intangible de los justos", y al mismo tiempo origina el hecho de ser un acto proveniente del kirchnerismo contra el kirchnerismo mismo. Ya fueron violentados los mausoleos, ya los que movieron a Colón de su sitial (acto que muchos kirchneristas criticaron, que Daniel Santoro recién ahora reprueba, y que ciertamente, no era una decisión adecuada) fueron a su vez extraídos de sus ropajes de epopeya; los cuadros que colgaron en la sede de gobierno poco a poco son trasladados, y en un futuro no muy lejano quizás se reponga el de Videla, con argumentos administrativos. ¿No fue alguna vez presidente? En el kirchnerismo, la razón administrativa regía para variados asuntos (los diarios cuentan ahora el lenguaje que empleaba López en sus movimientos) pero no era válida para juzgar el mundo de símbolos. Solo se admitían símbolos después de una selectividad que no pertenecía al orden estatal, a la razón administrada o a la lógica meritocrática. El lado del "Eternauta" asumía lo ungido por el kirchnerismo, el excedente voluptuoso, lo emanado del "óleo de Samuel" y – peronistas al fin - lo que procedía de los desplazamientos reales de la política, donde imperaba la ley del canje de valores. Ese orden simbólico es atacado ahora con la espoleta de la corrupción, porque lo que se "corrompe", verdaderamente, son las prescripciones simbólicas, y esa es la matriz de ilegalidad en la que está sumergido el capitalismo contemporáneo, con sus guerras, sus náufragos inmigrantes y sus ciudades amenazas por inextricables tramas de violencia. Desde allí, emerge la rocambolesca figura de López, sacudiendo a las conciencias militantes, que en el acto de expulsar de sí al profanador profanado, deberán reflexionar también sobre el hecho de que ningún destino efectivamente moral conoce las precondiciones que pueden sustentarlo. Por eso está más expuesto que el que tranquilamente puede vulnerar todo y un día "blanquearlo" perfectamente, porque ya desde el inicio su lengua estaba cortajeada por el simulacro y la ilegalidad.
* Ensayista, sociólogo y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional
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