domingo 17 de julio de 2016
martes 19 de julio de 2016
SOCIEDAD
OPINIÓN
El silencio de los inocentes
Todo lo que quiso saber sobre el abuso de menores y no se atrevió a preguntar. Investigación certificada basada en consultas a policías y jueces de todo el mundo durante dos años. La trama secreta – Gente insospechable – Por qué se abusa – Perfil del ofensor – Su objetivo – Qué niños elige – Preparar la trampa - El modus operandi – Ritual – La seducción – Cómo procede- La relación de poder – La culpa infantil - Actos en serie- – Cómo se ve a sí mismo – Profesiones que escoge – El chico de la calle – Los preferidos - Las dos defensas - Creerle o no al menor – El lugar del padre – Sumisión económica – Pilar de la comunidad – La excusa del amor – La opinión pública- Probar el delito – La confesión – Condena y resarcimiento –La Iglesia cómplice- El rol de la prensa-
ALBERTO DANERI
En el siglo veintiuno, donde la trata sexual con niños ha llegado en todo el mundo a convertirse en un problema insoluble, alentado por Internet y los viajes de adultos a países donde se los alquila o vende a extranjeros que pagan altas sumas, es necesario aclarar de dónde surge la actual pedofilia.
Para gente lúcida, como el actor Clint Eastwood, "la pedofilia es el crimen más abominable que existe sobre la Tierra". Así como en otros países abundan los procesos a pedófilos – en California se condenó a 560 curas y la Iglesia pagó 600 millones de dólares en resarcimientos, mientras en Canadá juzgaron a 800 - en la Argentina apasionó el caso del mediático sacerdote Julio Grassi y su poderosa Fundación Felices los Niños. Si bien los delitos sexuales son los más retorcidos de todos los que se cometen, espantan más cuando un adulto utiliza a niños para su placer. Entre 1992 y 2000 hubo 420 casos comprobados. Durante 2003 el Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de Buenos Aires registró 95 llamadas por abuso sexual: el 57 por ciento consumados sobre menores de entre 4 y 12 años. Y en 2005 los niños forzados fueron 500. El delito no baja, crece un 15 % por año.
Según estadísticas fiables de 2004, uno de cada dos chicos abusados elige como confidente a un amigo; uno de cada cuatro lo relata a otro familiar y sólo uno de cada cinco a la madre. Para evitar que en otras fundaciones como la citada – que ha recibido jugosos subsidios del Estado y de empresas privadas - se victimice a niños, en setiembre de 2005 se promulgó la Nueva Ley de protección a niños, niñas y adolescentes, que prohíbe internar a menores por motivos de pobreza.
Con una valiente decisión, en mayo de 2003 decretaron la prisión de Grassi (acusado de 17 hechos) y de uno de sus abogados - detenido 70 días por maniobras espurias - al tiempo que investigaron a dos jueces por presionar a uno de los niños para torcer su testimonio y declarar a favor del cura. Quizá la influencia de amigos poderosos decretó la excarcelación de Grassi hasta el juicio oral, proceso que aquí normalmente demora años. Es irritante que en la Argentina no resulte inusual favorecer a los acaudalados. Pero tras seis años – en agosto de 2008 - comenzó el deseado juicio oral.
Previsiblemente, una gran parte de la "buena" sociedad se conmueve por el destino de los acusados si son curas o docentes – aparecen de inmediato sus defensores en la prensa, la tevé y los tribunales - pero nadie se inmuta por el destino de los niños. Sobre su suerte psicológica presente y futura no se aprecia mayor inquietud. Carecen de abogados defensores en los Medios, pues generalmente no es el Estado quien mejor cuida de sus derechos infantiles. Si bien en ese juicio culminado en 2009 Julio Grassi fue condenado a 15 años de prisión por "haber corrompido la psiquis y la sexualidad de un menor", continúa libre y ejerciendo su ministerio cerca de su Fundación y por ende de niños. ¿Hasta cuándo? Hasta que un tribunal de instancia superior declarara firme la sentencia. Es decir, por años. Eso ocurrió en 2013, en la Tercera Condena, y a pesar de defensas del obispado, aún continúa preso.
El abuso de alguien pequeño afecta nuestras emociones, pues no se trata de una víctima que pueda contar los hechos claramente. Freud dijo que la seducción le causa al niño "heridas sexuales graves" y es el estreno de la enfermedad llamada "histeria" en su edad adulta; no es un incidente único para la víctima ni puede librarse de él como si fuera un virus. Ese robo de su inocencia (en EE.UU. al pedófilo se lo llama soul killer, "asesino del alma") perturba no sólo su carácter sino el de quienes lo rodean. Sólo el castigo de los a menudo impunes victimarios sirve de terapia sanadora para las víctimas, que siempre necesitan tratamiento psicológico, ya que el abuso carnal acelera la formación de traumas y efectos psíquicos, pues le quita al niño, al ejercer su sexualidad, el derecho a consentir.
Definamos el abuso infantil. Es el acercamiento con claro contenido sexual de parte de un hombre o mujer mayor, realizado de manera directa o indirecta, haciendo uso de su poder para lograr placer o beneficio sexual. Según la psicóloga Eva Giberti, incestos, abusos y violaciones son categorías diferentes. Todas estas profanaciones del sujeto/niño las define la "irrupción de la sexualidad adulta en la vida de la niñez". El abuso puede ocurrir durante un largo período o ser un solo incidente. Incluye: tocar, acariciar, besar de forma libidinosa, la penetración carnal, con un dedo o con un objeto, la masturbación o la práctica de sexo oral. Se estima que la franja de mayor vulnerabilidad se da al iniciarse la pubertad. En marzo de 2010 un menor denunció que un arquitecto de 51 años, directivo de un prestigioso colegio de Pilar, lo contactó por chat y tras varios meses lo citó en una estación de servicio, lo drogó en su auto y lo llevó a su casa en un country, donde lo violó; luego fue apresado por sus llamados al celular del menor. Usualmente el abuso cesa cuando el niño avanza en su adolescencia y siente pudor de su cuerpo. Es el momento en que tal vez denuncie al pedófilo.
Es engorroso sacar a la luz estos traumáticos delitos. Sobre todo cuando se cometen con chicos de nueve a trece años, la edad que tenían los afectados del caso Grassi. Son hechos casi inasibles, difíciles de dilucidar, pues su impacto obliga a presumir que sólo un monstruo salido de la oscuridad pudo cometerlos. Si bien a veces existe ese invasor desconocido, comúnmente el ofensor es alguno de quien nunca se podría sospechar. Muchos prefieren pensar que lo hizo el vecino. Pero en el 90% de los casos la culpa recae en alguien del círculo allegado, aquel ser del que el niño aguarda amparo.
Disfruta, además, de una invalorable ayuda: exámenes clínicos confirman que la mayoría de los chicos abusados nunca lo revelan o lo hacen tardíamente. Por razones múltiples: vergüenza, miedo, pautas de obediencia, sentimiento de culpa por creerse cómplices, temor a ser señalados, castigados, rechazados. Aunque la principal razón es el desequilibrio de poder entre la víctima y su victimario.
Cuando las víctimas de delitos sexuales son niños la población se conmueve. Es el único crimen que repugna a los policías. En el caso de que el ofensor vaya a la cárcel, el respeto que los otros delincuentes sienten entre sí se transforma en rechazo, pues aún el peor delincuente tiene familia. De allí que el abusador lo pase mal en prisión; el "violeta", según la jerga, paga su delito de igual forma.
Decepcionó a la sociedad que individuos estudiosos y cultivados - 11.000 curas, de 25 a 68 años - hayan sido acusados por abuso de varones desde la década de los ´50; 4400 de ellos en EE.UU. El Papa Juan Pablo II ocultó este escándalo: ascendió a cardenal al ex obispo de Boston, Bernard Law, sospechado de proteger a sacerdotes pederastas. A su vez, la Iglesia pagó 700 millones de dólares por indemnizaciones, más otros 85 millones para frenar una furiosa batahola en la católica Boston.
Por estas argucias el abuso no sólo es un crimen arduo de conjeturar: también de probar. En EE.UU. se presume que uno de cada seis niños es abusado y que uno de cada diez padres comete el acto. Y en América Latina uno de cada cinco padres o hermanos. En Norteamérica se creó la UIE (Unidad de Investigaciones Especiales) para descubrir la ofensa sexual y la explotación de niños. ¿Cómo? Mediante un "disfraz" policial y operaciones secretas. También se emplea la cámara oculta buscando resolver el hecho. Vigilan al presunto ofensor hasta que lleva a su casa un niño y se efectúan en éste revisiones vaginales o anales, según sea el caso. Las garantías para los ciudadanos inducen a que en muchos países el delito sólo pueda probarse hallando al ofensor con el niño. Salvo si se logra una confesión, que se consigue del modo en que luego narraremos. El encarnizamiento sexual con niños hace que los policías clamen que, para los cristianos (y en especial los sacerdotes) ha fenecido el tiempo dorado en que la lujuria de un adulto con un niño violentaba el orden natural.
HISTORIAS EN LAS SOMBRAS
¿Por qué se abusa? Un error de interpretación común es creer que sólo ocurre por motivos sexuales. Si bien en el caso del ofensor de niños ello es esencial, conviene entender que en muchas ocasiones el pedófilo abusa para demostrar poder: necesita ejercer su autoridad. A muchos les causa mayor satisfacción sexual el sentimiento de que están demostrando su dominio sobre la víctima.
¿Cómo definir el perfil del corruptor de menores? A menudo se queda mentalmente varado en la infancia. Con frecuencia su historia contiene malos tratos infantiles. Tiene necesidad de venganza. Su perfil es el de una persona centrada en sí misma, ávida de mando, muy celosa y posesiva. Emplea una doble fachada: es servicial, tranquila, buena compañera de trabajo, apacible, siempre confiable. No puede lidiar con la sexualidad adulta. Sobre todo en el caso de un sacerdote, que la tiene vedada. Para él es más seguro presionar a un ingenuo niño que a un adulto. Todo consiste en un juego de presión perversa y aceptación o no en el que ambos son niños que juguetean un juego prohibido.
Casi todos los chicos manipulados para la prostitución infantil se inician a los 9 o 10 años y son sometidos por el padre, el abuelo, un amigo de la casa o un docente, que mediante promesas o regalos los arrancan de la infancia tornándolos un objeto sexual. Lo cual les causa una pérdida de autoestima. Son chicos desvalidos emocionalmente, que no saben decir no, no pueden protegerse ni son astutos frente a los mayores. En otros casos terminan alojados en un instituto del Estado, donde internos o celadores los violan. Por ello muchos abusadores se emplean como celadores. Luego los niños peregrinan de familia en familia. Nunca recuperan su confianza. Son las víctimas preferidas de los vejadores debido a su vulnerabilidad. Si hablan, ¿quién les podría creer? Sólo algún psicólogo.
Hay que observar el modus operandi y el ritual del abusador, ya que se toma su tiempo para la seducción. Las personas son esclavas de sus costumbres. El modus operandi lo aplica como medida de seguridad (le va mejor tramando de esa forma), pero a veces puede variar. El ritual, que es lo que le produce placer, nunca varía. Cuando ve a un niño que despierta sus quimeras desea someterlo y dominarlo. El modus operandi implica espiar, estudiar los datos previos, hacer un trabajo de inteligencia sobre la víctima. Casi una tarea de voyeur. Es un trabajo serio, una ciencia privada que le demanda algunas semanas o meses y que el abusador cumple con precisión. Si el niño vive en la familia sus estrategias incluyen la sexualización disfrazada de cuidados paternales, dormir con él o compartir el baño inocentemente para exhibir su cuerpo sin respetar la edad evolutiva de la criatura.
Si el niño vive fuera de su casa, aprovechando su trabajo, cercano a ellos, el pedófilo pasa revista. No se arriesga, busca a los indefensos. Para lavar su cerebro. Difícilmente salga a la búsqueda del que tiene un hogar y puede correr a su casa a delatarlo. También contacta niños en las plazas, o por Internet, via chat o mail, hasta lograr una cita para ver videos. Su blanco es a menudo el chico de la calle, que no tiene a nadie que lo defienda. Otras veces su objetivo es el niño de familia pobre. Separa del grupo al que tiene algún problema familiar o social. Ése se convierte en su objetivo, con la excusa de que debe darle un trato personal. El ofensor lo compra con comidas, ropa, celulares. A veces basta un objeto que le da al niño un goce psicológico imposible de tener en su casa de origen.
Mira al niño día tras día y piensa que aún no es el momento oportuno. Mientras estudia las costumbres del chico, gana su confianza; quizás haga algún avance y reciba una negativa. Entonces se aparta por un tiempo, ya que nunca trabaja con un solo chico: prepara su terreno con varios a la vez. Para él es una estimulante muestra de su poder: "Estoy viéndote y no lo sabés", sin duda piensa.
El abusador de niños prepara su trampa durante mucho tiempo. En su enfermiza imaginación, poseer a un niño lo hace sentir bien consigo mismo. Siempre comienza de manera sutil. El equilibrio de poder consta a su favor. Por estar bajo su mando familiar o ser su alumno, el chico está sometido a su autoridad y le es casi imposible oponerse a lo que se inicia como un juego. Esos juegos se van erotizando cada vez más. El día indicado para el acto el abusador tal vez no se baña pero se perfuma, pues en su mente se trata de una cita. Para él ese día "de la cita" es diferente y se pone su mejor ropa. Es taimado, de palabra y gestos suaves. Luego le pide cosas a cambio, inculcándole que todos somos bisexuales, que cualquier aberración sexual es normal y no necesita su razonado consentimiento.
DE ESO NO SE HABLA
Durante el acto, el abusador le dice a la víctima palabras corteses, le halaga sus atributos físicos. Busca amor, apreciación. Casi absurdamente, desea que su víctima lo quiera. Ambiciona que el niño le diga cosas amables y forme parte del abuso. Con frecuencia piensa que, si logra que al chico le agrade cuanto le hace, acabará por enamorarse de él. En algunos casos lo lleva a su casa para vivir una larga relación. Algo que sabe muy bien es que el niño siempre se siente culpable. Por lo tanto, procura infundirle una dosis de culpa. Esto hará que, si son descubiertos, difícilmente la víctima confiese el abuso. Aunque no denuncie con palabras (por temor o para lograr algo deseado) hay que pensar que es un niño abandonado a su suerte, carenciado afectivamente, que revela un lado oscuro familiar o social. Otro argumento es el del secreto compartido: "Si no decís nada, yo tampoco", sugiere. ¿Por qué vuelve con el mismo niño? Supone que éste lo desea. Una sonrisa al despedirse (de alegría pues el ofensor lo deja tranquilo) la toma como gesto satisfecho. Para él es sexo consensuado.
Al pedófilo no le importa que queden marcas imborrables en la mente del niño. Sabe que no aparecen en un control médico. Se considera un experto en el arte de seducir y comprar voluntades. Desarrolla su técnica y si no da resultado la cambia. Se esmera en eso. Tiene reglas establecidas. La primordial es nunca lastimar al chico. Porque si lo lastima el niño sin duda llegará a delatarlo. Otra regla es pautar a qué hora el niño puede visitarlo, ver televisión o escuchar música, pues no acepta que el chico lo moleste a cualquier hora, ya que él debe trabajar. Lo quiere obediente. Su habilidad reside en elegir chicos que no tengan experiencia sexual, pues así no pueden juzgar las sensaciones que les provoca. Cuando un chico inexperto siente que a su cuerpo le está pasando algo, ante esas caricias ignora cómo reaccionar y le permite hacer. Acepta porque tiene pocos años. Aunque calle, el niño nunca consiente, pues no puede oponerse ni física ni versadamente a la autoridad del ofensor.
A partir de allí el niño sufre un complejo de persecución, se siente hipervigilado. Si rechaza ver a una persona o retornar a un lugar, expone pautas que presuponen un abuso. ¿Cuáles son los otros síntomas que aparecen a corto y largo plazo? Angustia, depresión, insomnio, miedos, irritabilidad, llantos, enfermedades, agresividad, trastornos del aprendizaje, inhibiciones, actitud rebelde, indicios de conductas hipersexualizadas (masturbación) o regresivas, cambios de humor o en sus hábitos alimentarios. Juegos y dibujos pueden revelar lo sucedido. O repeticiones, secretas e inconscientes, de cuanto le han hecho. Salvo que lo revele involuntariamente, cuando se decide a hablar el abuso ya es de larga data. No resulta habitual que un niño denuncie a alguien con quien tiene cercanía, como un maestro/a o un cura. Conviene estar atentos a la incontinencia urinaria o no querer ir a la escuela.
Ocurre algo cíclico. Los varones abusados en su infancia tienen mayor probabilidad, como adultos, de abusar de otros niños, pues conservan una situación no resuelta que tienden a repetir. Si bien no es una ley escrita que el abusador haya sido abusado en su niñez, cuando ocurre busca placer sexual con chicos que tengan la misma edad que él contaba al resultar víctima de su violación. Si tiene trato con el niño, empieza a prepararlo con verdadera malicia mucho antes de que alcance la edad soñada.
Si le agradan los niños de nueve o diez años los prepara a partir de los seis. Después, cuando el chico supera los doce o trece años evita continuar con la relación. Se lo pasa a otro pedófilo que está cerca. Y si puede busca mujeres separadas o solteras con hijos para casarse, con la idea de atacarlos cuando tengan la edad que le apetece. En la novela "Lolita", de Vladimir Nabokov, la presa es una niña de doce años. O quizás el ofensor tendrá hijos propios y los vejará al llegar a la edad adecuada.
Al chico que viene de la calle a veces le ofrece poxi-ram, paco o marihuana a cambio de favores sexuales. Si todo se descubre, para un chico es muy duro recordar el hecho ante autoridades que lo acosan a preguntas. Se siente muerto de miedo. Teme a un factible castigo. Ha sufrido un ataque a su psiquis, tal vez lo han sodomizado y tiene un traumatismo rectal. El hombre que sonreía y le decía "Quiero ser tu amigo" fue el autor del ataque. ¿Cómo pretender que un interrogatorio del niño sea exacto? Con frecuencia existen pruebas físicas, psicológicas y eventuales que avalan la penetración.
El pedófilo coloca datos en su computadora clasificando a los chicos por las cosas que pueden hacer. No es habitual que se proponga, a priori, dañar. A veces recurre a la fuerza con bofetadas para intimidar, pero evita lastimar. Si consigue sus fines no acepta que el niño rompa la relación. Cuando el chico lo hace apela a todo para obligarlo a volver y ser él quien rompa. No se piensa malo, se ve como un incomprendido. "No me juzgue", pide. O se juzga una víctima: "Estoy sufriendo mi cruz". Desconfía de todos. Sólo luego de los primeros actos impunes se vuelve confiado. Lo que finge ignorar es que el niño, durante el acto, piensa en su madre mientras internamente ruega: ¡Sálvame!
MI SECRETO ME CONDENA
Un abusador de cuarenta y cinco años lleva treinta años haciendo lo mismo y probando técnicas para inducir a un chico a hacer lo que desea. Algunos eligen a sus "preferidos". Si hay otros niños cerca el preferido se siente superior al estar junto a quien manda. Éste le compra discos, posters, ropa nueva, viajes. Y le da algún dinero. Por supuesto, el menor está confundido. Si mantienen una relación de cierto tiempo, el vejador toma a sus ojos el lugar del padre. A cambio de algunos actos físicos le brinda al niño pequeños goces psicológicos que no encuentra en su casa. Aunque parezca absurdo, quien más sufre cuando termina la relación es el chico. El ofensor se cree inocente. Si se los encuentra en pleno acto gritará: "¿Por qué me llevan?", arguyendo que el chico le solicitó hacerlo.
Indudablemente, esta persona trabaja con las nacientes fantasías sexuales del niño, quien en muchos casos se siente tan avergonzado que jamás cuenta lo que le ha ocurrido. El abusador siente gran placer guardando cosas como recuerdo y posee un lugar secreto donde esconde todo. Tiene siempre sus pequeñas colecciones: juguetes, pañuelos, gorras, fotografías de niños en paños menores. A veces se recuperan fotos de chicos que allí tenían diez años y ahora tienen treinta. Quizás escribe un diario o chatea con amigos para vanagloriarse de cuanto hace. Revisar sus aposentos y computadora buscando recuerdos o pornografía infantil debería ser la primera acción policial. Si no se cumple de inmediato, el ofensor (o sus cómplices) volatilizan las firmes evidencias.
Hay otros que son aficionados al video o el DVD y esconden filmaciones en medio de videos normales. Cuando son arrestados alegan: "El niño me miraba y yo no le hacía caso"; "Me pidió venir a mi casa para pasar un buen rato"; o "Se enojó conmigo porque no volví a buscarlo". Es decir que no existen más que dos defensas usuales: "Se equivocan de persona" o "Fue con su consentimiento".
Se denuncian pocos abusos porque hay una relación de poder detrás. El responsable es alguien que puede quitarle el techo o el pan al abusado. Dado que el ofensor intenta reafirmar ese poder, quiere tener a la víctima a su lado, tocarla y acariciarla, conversar con ella después del acto. El chico no sabe qué hacer, se bloquea, por su edad no tiene la formación necesaria para impedir lo sucedido. Cuando nota que lo tratan con cierta dulzura, se siente aliviado y trata de olvidar. Teme que la gente no le crea; sobre todo si el vejador no lo castigó ni le causó lesiones. Es uno de los motivos por los cuales las mujeres violadas señalan la fuerza del atacante; no quieren que se sepa que las obligaron a realizar actos que no harían libremente y reducen el sexo al mínimo exagerando la fuerza empleada.
Debe tenerse en cuenta que el corruptor comete sus actos en serie; no se trata de algo que ocurre una vez. Pero nunca introduce modificaciones. Esto hace que con varias declaraciones coincidentes sea posible ubicarlo y arrestarlo. Algunas veces los niños se bloquean y no pueden recordar casi nada; entonces la gente supone que se trata de una historia fraguada por los chicos o por alguien. No es así. Si la denuncia es falsa, ¿cómo habrá de saber un niño lo que debe decir? Es imposible. Por ello las falsas denuncias se presentan con la fantasía del abusador brutal, que no encaja en la mayoría de los casos. Otro problema para la ley es la ingenuidad de los padres de compañeros no abusados; habitualmente defienden, por ignorancia, a los docentes abusadores: "A mi hijo no le hizo nada".
Normalmente el abusador no se ve como tal. Justifica su acto con alguna morbosa racionalización. En Londres uno afirmó: "No puedo ser un abusador porque el chico se sacó la ropa". En su mente, aún si amenaza al niño, éste desea tener sexo con él. Pero es difícil que, detenido, se quede callado. Piensa que hablando eludirá el castigo, pues se cree más hábil que cualquier policía o juez.
Repasando el caso Grassi se verá que dio y brinda muchas entrevistas. Esta seguridad nace porque el vejador engaña al niño, lo impresiona con su prestigio. Por ejemplo, lo ilusiona diciéndole que si cierra los ojos y se baja los pantalones le mostrará a una mujer, la cual le hará una fellatio. O hace que se desvista con la excusa de controlar su peso y su altura. A su víctima de 12 años, que aspiraba a ser futbolista, el condenado H. Veira le pidió desnudarse para ver si sus piernas servían para jugar.
Aunque lo desee, ningún perverso logra detenerse. Sólo lo hace cuando lo descubren y detienen. Si logra cierta impunidad, repetirá su acto durante años. Cuando un ofensor se siente protegido por gente con poder (Veira logró luego el olvido social y el aval de las hinchadas de fútbol) se solaza burlándose de quienes ansían desenmascararlo. Su frialdad y descaro espantan. Al ser detenido responde: "¿Cómo se atreve? ¿Le parece que tengo aspecto de abusador?". Dado que aparece en medios de comunicación e insiste en su inocencia, esta presión crea mayor angustia en los abusados y los victimiza nuevamente. Un periodismo honesto debe optar éticamente (pensar en el bien propio y en el de los demás) para proteger a los vejados. Y no ofrecer jamás cámara a tantos sospechosos.
GENTE COMO UNO
El UIE norteamericano estima que hay dos clases de abusadores infantiles: el que prueba con un chico aprovechando que está cerca (caso Veira), es decir el típico "probador sexual"; y aquél cuya preferencia se inclina por los niños. Se cree que la gran mayoría son individuos que tienen acceso legal al chico. He ahí el gran drama. La gente piensa que un entrenador deportivo o un líder de boy scouts es alguien sin fallas, "un buen tipo". Olvida que normalmente esa corporación protege a quien la integra, no al niño. Sobre miles de casos se comprobó que muchas de estas personas no trabajan con niños de puro buen corazón o por compasión por los demás. Son pedófilos. Aunque parezca absurdo, también hay abusadores que aman a los niños. Su tarea es vigilarlos pero se aprovechan de ellos. Es decir que, al mismo tiempo que los aman, sienten un deseo sexual irrefrenable hacia ellos.
Suena ridículo: para algunos ofensores que aman a los niños sinceramente, éstos son puros y los adultos corruptos. Creen hacerles un bien al estar sexualmente con ellos, pues evitan males mayores en su futuro. Psicológicamente, se piensan sus salvadores. Esto surge en la pericia médica. Es gente controladora, que en su trabajo y en su vida privada no tolera situaciones fuera de su vigilancia. Por ello buscan trabajar con niños. Son maestros, pediatras, curas, deportistas, celadores, psicólogos.
A los policías de Canadá y EE.UU. no les sorprenden las denuncias sobre ex seminaristas y curas; esperan su abuso deshonesto, y el de maestros/as y directores de campamentos. Saben que aprenden al comienzo de su pubertad que no se excitan con adultos sino con niños. Entonces escogen la profesión adecuada. El ofensor se ubica en un lugar donde es usual mantener contacto con chicos. Si es inteligente será maestro/a, cura, profesor. Si no lo es se volverá portero de escuela o celador.
Otro error es creer que los corruptores son solteros. Habitualmente el abusador es un padre de familia con hijos y trabajo. No se presenta mal vestido, ya que usualmente es un pilar de la comunidad. Puede ser un padrino, un tío, un abuelo, un hermano. Los padrastros y otros chicos que viven en una casa abusan a menudo de los niños. Y las madres de las víctimas protegen más al hombre que vive con ellas que a sus hijos. Muchas no quieren perder su comida. Señalar esto no implica desconocer que hay hombres agresivos que secuestran chicos y luego los torturan y asesinan.
Sucede muchas veces que al niño sus padres lo quieren pero no pueden ocuparse de él. No tienen trabajo, son alcohólicos o no les alcanza la plata para mantener a sus hijos. Quien critique a esos padres desde afuera estará equivocado. Debería conocer mejor el ambiente en que viven. Los padres son superados por la situación y los chicos terminan viviendo en la calle, donde aprenden las cosas más degradantes. Si no se consigue rescatar al niño dentro de los seis primeros meses que anda en esa vida, es inútil el esfuerzo. Cuando lleva un año o dos en la calle resulta imposible sacarlo. Ya está integrado a ese medio. Aunque se logre quitarlo de la calle, a la menor ocasión volverá a ella.
¿Quiénes buscan activamente al chico de la calle? Proxenetas y pedófilos. Los primeros toman al niño de ambos sexos para explotarlo en la calle. Los pedófilos se lo llevan con ellos con la excusa del amor. A veces no es un niño fugitivo sino un chico que convive con muchos hermanos. Un día alguien lo lleva a un lindo lugar donde puede jugar, ducharse y tener una cama para él solo. Esta es la libertad que anhelaba. Cuando se viene de no tener nada, tener ese poco ya es tener algo. ¿Qué le piden a cambio? Cerrar los ojos y dejar hacer por unos minutos. Es muy difícil lograr que esto cambie en una sociedad injusta. ¿Qué le podemos ofrecer? ¿Volver a la dureza de su casa? Cuando crece demasiado para las preferencias del vejador, éste lo entrega a otro mientras busca un nuevo niño de menos edad. Deben investigarse a fondo los institutos. Algunos chicos se quedan años, crecen y a su vez someten a otros niños que arriban. Hay todo un mundo oculto de "trata de chicos".
Lo importante es que los niños aprendan a cuidarse de la gente que creen conocer. Una terrible repercusión es que si alguien en quien el niño confía se aprovecha de él, en adelante no ha de confiar en nadie. Siempre se debe creer en el chico. Una criatura no puede conocer ni elaborar hechos sexuales si no los ha vivido. No son cosas que pudo haber aprendido mirando televisión. Es algo que le sucedió a él. Sin embargo, cuando un abusador es descubierto, se produce una terrible fractura en la opinión pública. Algunos lo/la apoyan, dicen que es una confabulación. Otros condenan con igual ímpetu. ¿Por qué muchos lo/la defienden? Porque confiaban en esa persona y temen enloquecer si la acusación es cierta. Prefieren pensar que existe un error y que el acusado no puede ser el culpable.
LOS NUEVOS MONSTRUOS
Algunas personas, incluso educadas, que se niegan a aceptar este delito y eligen no verlo, rechazan que un manoseo sea tan repugnante. Exigen pruebas más concluyentes: penetración. Hay madres que saben que su pareja lleva un tiempo prolongado abusando de sus hijos y callan. Más aún, intervienen como entregadoras. Y cuando se las interroga no se muestran dispuestas a creerle al niño. Todos los chicos entrevistados sugieren que recibieron escepticismo o maltrato al empezar a contar a sus familiares lo sucedido. Otras madres racionalizan y quieren justificarse afirmando que su pareja le "enseñaba" a su hija o a su hijo las cosas del sexo. Incluso presionan a la víctima para que no declare. ¿Qué se puede hacer, entonces?
Si se entrega el chico a un instituto él se considerará castigado por haber dicho la verdad. ¿Y si no hay pruebas físicas y tras la denuncia debe seguir conviviendo con la persona que ha delatado? ¿Alguien piensa que volverá a formular alguna vez otra denuncia? Siempre, cuando un chico cuenta algo, la vida familiar se derrumba. Definitivamente.
No sólo muchas veces las madres descreen de sus hijos; temen quedarse sin el dinero que el violador aporta para comer. Le ruegan que evite estar cerca del chico. Nada de esto funciona. Para la víctima es una situación en la que nunca puede ganar. Se haga lo que se haga, terminará dañado. Por eso muchos chicos se van de su casa y viven en la calle. Y algunos son lamentablemente internados en institutos donde los mayores les hacen lo mismo que les hacían en su casa. Pero ahora con el aval del Estado. ¿A quién pueden recurrir? ¿A jueces que miran para otro lado o que inclusive insisten en restablecer el vínculo con el abusador si éste es un pariente? Por estas razones los menores se culpan a sí mismos. Piensan que ellos, no el abusador, han hecho algo mal. Y que por eso nadie los protege.
Otras familias prefieren que el asunto quede dentro de ellas. "Mejor no preocuparse. No te lastimaron". Algunas mujeres, temiendo la represalia de su pareja, retiran la denuncia. Y al estar conceptuado un delito de "acción privada", no se investiga más. Sorprende la cantidad de casos en las clases media y alta que no se notifican. Estadísticamente, es un delito que se conoce tarde. Sólo los neófitos del tema acusan a las víctimas por no decirlo años antes. Ocurrió con abusos de curas en Canadá y tiempo atrás con el renunciado obispo de Santa Fe. ¿Por qué no lo contaba su abusado?
Primero, porque el abusador le transfiere la culpa. La víctima necesita cariño y amor; el pedófilo la seduce y, debido a la culpa que le produce, el niño/a calla. Segundo, porque a menudo la víctima depende económicamente del ofensor, o éste se halla en posición de ejercer autoridad sobre ella: es maestro, entrenador deportivo, obispo, ladero en las vacaciones. Tercero, porque los padres le piden que calle para salvarse de esta mancha. Hemos asistido al señalamiento y la destrucción de la familia Candelmo debido al caso Veira. ¿Desearía alguien que su familia fuese marcada con ese estigma?
La mayoría de las víctimas jamás hablan. Por temor. Si el acto ocurre en su familia, temor a que la unión familiar se deshaga, o por el otro miembro de la pareja paterna, que emocionalmente suele depender del abusador. Incluso la víctima piensa que esto pasa en todas las familias, que es normal y forma parte de su crecimiento. Y cuando, tras años, lo cuentan –sólo un diez por ciento lo hace, el resto calla-, notan que en esta sociedad donde se le cree más al victimario que a la víctima, las culpables parecen ser ellos. Una demencia. Aquel rapto a la suave y débil virginidad del niño o niña sigue latente en su mente. También esa cacería que les atravesó el cuerpo. ¿Cómo borrarla?
No sólo muchas veces las madres descreen de sus hijos; temen quedarse sin el dinero que el violador aporta para comer. Le ruegan que evite estar cerca del chico. Nada de esto funciona. Para la víctima es una situación en la que nunca puede ganar. Se haga lo que se haga, terminará dañado. Por eso muchos chicos se van de su casa y viven en la calle. Y algunos son lamentablemente internados en institutos donde los mayores les hacen lo mismo que les hacían en su casa. Pero ahora con el aval del Estado. ¿A quién pueden recurrir? ¿A jueces que miran para otro lado o que inclusive insisten en restablecer el vínculo con el abusador si éste es un pariente? Por estas razones los menores se culpan a sí mismos. Piensan que ellos, no el abusador, han hecho algo mal. Y que por eso nadie los protege.
Otras familias prefieren que el asunto quede dentro de ellas. "Mejor no preocuparse. No te lastimaron". Algunas mujeres, temiendo la represalia de su pareja, retiran la denuncia. Y al estar conceptuado un delito de "acción privada", no se investiga más. Sorprende la cantidad de casos en las clases media y alta que no se notifican. Estadísticamente, es un delito que se conoce tarde. Sólo los neófitos del tema acusan a las víctimas por no decirlo años antes. Ocurrió con abusos de curas en Canadá y tiempo atrás con el renunciado obispo de Santa Fe. ¿Por qué no lo contaba su abusado?
Primero, porque el abusador le transfiere la culpa. La víctima necesita cariño y amor; el pedófilo la seduce y, debido a la culpa que le produce, el niño/a calla. Segundo, porque a menudo la víctima depende económicamente del ofensor, o éste se halla en posición de ejercer autoridad sobre ella: es maestro, entrenador deportivo, obispo, ladero en las vacaciones. Tercero, porque los padres le piden que calle para salvarse de esta mancha. Hemos asistido al señalamiento y la destrucción de la familia Candelmo debido al caso Veira. ¿Desearía alguien que su familia fuese marcada con ese estigma?
La mayoría de las víctimas jamás hablan. Por temor. Si el acto ocurre en su familia, temor a que la unión familiar se deshaga, o por el otro miembro de la pareja paterna, que emocionalmente suele depender del abusador. Incluso la víctima piensa que esto pasa en todas las familias, que es normal y forma parte de su crecimiento. Y cuando, tras años, lo cuentan –sólo un diez por ciento lo hace, el resto calla-, notan que en esta sociedad donde se le cree más al victimario que a la víctima, las culpables parecen ser ellos. Una demencia. Aquel rapto a la suave y débil virginidad del niño o niña sigue latente en su mente. También esa cacería que les atravesó el cuerpo. ¿Cómo borrarla?
Pueden pasar años, análisis, parejas, pero en esa oscuridad del pasado hay detalles que reaparecen. Atroces. En tanto, la sociedad busca excusas para culpar no al pedófilo sino a su víctima. El deporte de culparla es usual y universal. Por no saber defenderse, aun siendo pequeña. Lo cual hace que la mayoría prefiera no hablar o lo haga cuando puede, tal vez veinte años después, como en el caso de las víctimas de un bisexual profesor de colegio para ricos que utilizaba su seducción para quedarse a dormir en la casa de las víctimas y abusarlas mientras sus padres dormían plácidamente. Algunos advierten, en las clases altas y cuando se atreven a narrarlo, que sus padres miran para el costado o lo legitiman callando por vergüenza frente a sus amigos o parientes. Quizá temen más a la condena social que al daño al hijo. Sin embargo, nunca es demasiado tarde para la víctima. Debe denunciar.
El cuerpo es una propiedad privada que no se comparte. Si alguien lo invade, el niño debe pedir ayuda y contar lo acaecido, sin vergüenza. El abuso se denuncia en el juzgado civil de turno (pedir datos en el teléfono 102), que elude todo nuevo contacto entre el ofensor y la víctima. Luego se debe alistar psicológicamente al niño para su examen médico, evitando su sufrimiento al relatar el hecho.
Hay que aprender a leer el comportamiento del sospechoso y eludir la ceguera en parte de la Justicia: culpar a la víctima. Al desculpabilizar habitualmente al victimario, se subvierte el orden que garantiza la convivencia entre adultos y criaturas. El derecho del niño victimizado no sólo lo garantiza la denuncia: es necesaria la reparación por parte de la Justicia. Ésta usualmente aumenta su culpa y vergüenza, no sólo en los dos primeros años posteriores a la terrible violencia sexual, sino cada vez que en un futuro juicio lo obligan a relatar el hecho y a protegerse de las burlas acusatorias.
El cuerpo es una propiedad privada que no se comparte. Si alguien lo invade, el niño debe pedir ayuda y contar lo acaecido, sin vergüenza. El abuso se denuncia en el juzgado civil de turno (pedir datos en el teléfono 102), que elude todo nuevo contacto entre el ofensor y la víctima. Luego se debe alistar psicológicamente al niño para su examen médico, evitando su sufrimiento al relatar el hecho.
Hay que aprender a leer el comportamiento del sospechoso y eludir la ceguera en parte de la Justicia: culpar a la víctima. Al desculpabilizar habitualmente al victimario, se subvierte el orden que garantiza la convivencia entre adultos y criaturas. El derecho del niño victimizado no sólo lo garantiza la denuncia: es necesaria la reparación por parte de la Justicia. Ésta usualmente aumenta su culpa y vergüenza, no sólo en los dos primeros años posteriores a la terrible violencia sexual, sino cada vez que en un futuro juicio lo obligan a relatar el hecho y a protegerse de las burlas acusatorias.
LA CONFESIÓN
Es vital que padres o amigos hallen un Oficial alerta al denunciar el crimen: para muchos policías honestos este delito es tan inmundo que prefieren no ocuparse y derivan el caso. Tampoco muchos jueces desean oír hablar del tema. No obstante, el abusador, inconscientemente, quiere hablar.
Aún confesando, asegura amar a ese chico y ser incapaz de hacerle daño. Miente porque se miente a sí mismo. Dice que no lo hizo antes o que no lo hará más. O argumenta que el niño sabía lo que hacía, que le mostró partes de su cuerpo y él no pudo resistirse. Aunque el niño tenga sólo cuatro años. Hablando con agresor y víctima, surgen criterios opuestos: para el primero fue una relación tierna con el chico jugando voluntariamente; el niño, aterrado, sólo jura que le hacían "cosas malas".
Pese a que la cifra negra del abuso es enorme, se resuelven pocos casos. La culpabilidad es difícil de probar, pues los jueces o jurados se confunden, dada la profesión o el atrayente aspecto físico de los acusados. No son sujetos a quienes podría pensarse capaces de presionar a un niño o hijo y atacarlo. El veredicto de inocencia nace de la incapacidad para pensar que aquel ciudadano elegante o seguro de sí sea capaz de tal horror. Y la policía se siente impotente ante veredictos absolutorios. Existen cientos de casos en que el fallo de "inocente" no es para la policía garantía de real inocencia.
Lo que más ayuda a los culpables es el síndrome de acomodación. Ronald Summit define de este modo los pasos que generalmente ocurren: secreto, amenazas al chico, revelaciones tardías que no convencen a los desconfiados y retractación del menor diciendo lo que los demás quieren oír para terminar con su drama. Un ejemplo válido fue el desenlace del caso del fallecido Michael Jackson. El 11 de julio de este año el actor MacaulayCulkin, de 35 años, dio una conferencia. Allí confesó que en su infancia el ídolo fue su amigo, pero luego se transformó y lo violó muchas veces, e incluso amenazó con matar a sus padres si contaba algo. Culkin dijo que por esos abusos cayó en las drogas. Esta noticia avala lo relatado: debió pasar un cuarto de siglo para que Culkin se atreviera a confiarlo.
Nunca se le debe gritar a un vejador algo similar a "¡¿Qué porquerías le hacías?!". Una buena manera de hacerlo confesar es rodearle el cuello con un brazo comprensivo, decirle que uno entiende lo que le pasa y dejar que vierta algunas lágrimas. Tal vez inventarse un hermano que tenga sus mismas costumbres. Si con esta actitud se lo convence de que uno sabe lo doloroso que es poseer ese "defecto", o de que le convendría descargarse, factiblemente ha de lograrse una verdadera confesión.
Aún confesando, asegura amar a ese chico y ser incapaz de hacerle daño. Miente porque se miente a sí mismo. Dice que no lo hizo antes o que no lo hará más. O argumenta que el niño sabía lo que hacía, que le mostró partes de su cuerpo y él no pudo resistirse. Aunque el niño tenga sólo cuatro años. Hablando con agresor y víctima, surgen criterios opuestos: para el primero fue una relación tierna con el chico jugando voluntariamente; el niño, aterrado, sólo jura que le hacían "cosas malas".
Pese a que la cifra negra del abuso es enorme, se resuelven pocos casos. La culpabilidad es difícil de probar, pues los jueces o jurados se confunden, dada la profesión o el atrayente aspecto físico de los acusados. No son sujetos a quienes podría pensarse capaces de presionar a un niño o hijo y atacarlo. El veredicto de inocencia nace de la incapacidad para pensar que aquel ciudadano elegante o seguro de sí sea capaz de tal horror. Y la policía se siente impotente ante veredictos absolutorios. Existen cientos de casos en que el fallo de "inocente" no es para la policía garantía de real inocencia.
Lo que más ayuda a los culpables es el síndrome de acomodación. Ronald Summit define de este modo los pasos que generalmente ocurren: secreto, amenazas al chico, revelaciones tardías que no convencen a los desconfiados y retractación del menor diciendo lo que los demás quieren oír para terminar con su drama. Un ejemplo válido fue el desenlace del caso del fallecido Michael Jackson. El 11 de julio de este año el actor MacaulayCulkin, de 35 años, dio una conferencia. Allí confesó que en su infancia el ídolo fue su amigo, pero luego se transformó y lo violó muchas veces, e incluso amenazó con matar a sus padres si contaba algo. Culkin dijo que por esos abusos cayó en las drogas. Esta noticia avala lo relatado: debió pasar un cuarto de siglo para que Culkin se atreviera a confiarlo.
Nunca se le debe gritar a un vejador algo similar a "¡¿Qué porquerías le hacías?!". Una buena manera de hacerlo confesar es rodearle el cuello con un brazo comprensivo, decirle que uno entiende lo que le pasa y dejar que vierta algunas lágrimas. Tal vez inventarse un hermano que tenga sus mismas costumbres. Si con esta actitud se lo convence de que uno sabe lo doloroso que es poseer ese "defecto", o de que le convendría descargarse, factiblemente ha de lograrse una verdadera confesión.
CONDENA Y RESARCIMIENTO
Lo esencial es no aguardar a que surja un abuso para hablar del tema con los chicos. El silencio, la ignorancia y la indagación escasa, lejos de protegerlos, los tornan más vulnerables. La mejor vacuna es una real pesquisa. ¿A qué le deben prestar atención inmediata los padres? A los cambios en la conducta: reacciones violentas, exceso de higiene, evidencias de temor a alguien e inseguridad. Reiteramos: la disminución del rendimiento o no querer ir a la escuela pueden ser síntomas de que el niño ha sido objeto de abuso. Otros indicadores son las actitudes negativas con su propio cuerpo y sobre todo los testimonios sexuales, como introducirse un objeto en las zonas vaginal o anal, acercarse de manera sexualmente agresiva a otras personas o autoestimularse en público compulsivamente. En los más pequeños, esto puede advertirse en los dibujos que realizan: genitales agrandados u otros actos inadecuados para el desarrollo mental, social y cultural de su escasa edad.
El interrogatorio a los niños debe hacerse con sumo cuidado. A veces lleva meses. Tienen que sentir que pueden contar sin temor; o usarse la Cámara Gesell. Si bien deben respetar a los mayores, no deben obedecerlos si les piden algo que intuyen es incorrecto o incómodo. Hay que marcarles que es lo que no deben permitir que les hagan. Como la mayoría de los abusadores son cercanos, no basta con enseñarles a cuidarse de los extraños. Si un allegado quiere hacer algo que los perturba o les exige secreto, tienen derecho a rechazarlo y a informarlo a sus padres a la brevedad. Aunque sean pequeños, deberían saber que suceda lo que suceda sus padres no dejarán de amarlos y les creerán.
En la Argentina, el artículo 119 del Código Penal contempla penas de 6 a 15 años de prisión para quien "tuviese acceso carnal con una persona de uno u otro sexo" mientras la víctima "fuere menor de 12 años". La pena será de 8 a 20 años de reclusión o prisión si el hecho "fuere cometido por ascendiente, descendiente afín en línea recta (...) tutor, curador, ministro de algún culto reconocido o encargado de la educación o de la guarda". Una pena que debería aplicarse más es la que sanciona el acto "cometido contra un menor de 18 años aprovechando la situación de convivencia preexistente con el menor". Otros hechos merecen penas de seis meses a 4 años, "cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo e intimidatorio, de relación de dependencia, de autoridad o poder".
Entre 2002 y 2005, sobre 2746 expedientes de abuso en el ámbito familiar o por parte de docentes, hubo sólo 164 condenas: una mínima tasa del seis por ciento. La sociedad ha involucionado, no protege a las víctimas. Entre otros mamíferos, los padres no protectores son considerados defectuosos por los restantes miembros de la manada. ¿El motivo de esta inacción? Pese a que aumentaron las denuncias en un 60 por ciento al incrementarse la conciencia social, y a que ninguna denuncia falsa prospera –es otro mito decir que las causas se inventan-, las absoluciones son habituales por el beneficio de la duda.
El lugar del hecho es esencial, porque la víctima supone que en el colegio o el club no la van a dañar, debería estar segura y cuidada al ser menor de edad. Y al final se encuentra con pérdida de su privacidad y con la impunidad. Usualmente la defensa propone testimonios extraídos del campo de la salud mental, que buscan no incriminar al acusado. Se arguye que el niño imaginó el relato o lo construyó influido por adultos u otro interés. Magistrados avalan la teoría del lavado de cerebro infantil. Y las estrellas de estos juicios terminan siendo los peritos. El daño psíquico producido por el abuso no es aceptado, si no lo verifica "científicamente" un médico legista o forense. De lo contrario, no hay delito. Y verificarlo rápido es imposible. Los jueces, usualmente de la clase alta o media alta, aplican su mirada de clase y género al valorar un hecho, la selección de pruebas y la graduación de la pena. No saben desprenderse de esa perspectiva clasista.
Ejemplo: hace poco tiempo se acusó a una joven psicopedagoga de un colegio religioso de abusar de tres niñas de tres años. El peritaje reveló que una tenía el himen perforado. Todas ellas dijeron lo mismo ante la Cámara Gesell, jueces y peritos; se sabe que ninguna niña de tres años puede sostener mentiras sexuales; tampoco confabular ni fingir los síntomas, que las tres precisaron al unísono. Una jueza de Garantías y dos jueces de Cámara del Tribunal Oral N° 9 de Lomas de Zamora absolvieron a la acusada por el beneficio de la duda. En la sala, varias religiosas aprobaron el fallo con aplausos y cánticos. Declaró la madre de una de las niñas: "Estamos llenos de gente que defiende abusadores y nunca piensa en los niños. Al paso que vamos cada vez va a haber más. En este país no hay justicia para niños víctimas de abuso, pero sí hay ayudas, rezos y aplausos para los perversos ".
Esto ocurre porque normalmente el abusador es muy agradable, se abraza y sonríe con todos. La gente lo define como simpático. Se mimetiza. La mayoría de los seres humanos son demasiado ingenuos y suponen que la imagen pública de las personas se corresponde con su imagen interna.
Por ello, la duda logra absoluciones a granel. Sin embargo, es difícil que un niño logre engañar a un profesional, ya que en los tests proyectivos surge claramente si ha mentido. No olvidemos que la angustia del chico es acompañada por pesadillas, enuresis, cambios de humor y vocabulario sexuado no acorde a su edad, al tiempo que su rendimiento escolar disminuye. Los tests revelan el perfil de los pedófilos. Debido a ello rehúsan realizarlos. Y demasiados jueces descreen que estos actos los cometan personas de clase media o alta. No aceptan que es un delito que cruza las clases sociales.
La Ufisex (Unidad para la Investigación contra la Integridad Sexual, Trata de Personas y Prostitución Infantil) identificó en los tribunales argentinos a una creciente cantidad de abogados que se dedican a defender a abusadores recurriendo a la tediosa tesis del falso relato del niño o niña. Además, por si esta deleznable actitud no bastara, al finalizar el juicio con la absolución de sus defendidos, acostumbran perseguir penalmente a los peritos psicólogos que brindan credibilidad al testimonio infantil, lo cual obligó a algunos profesionales a decidir abandonar estas causas.
Según el escritor Andrew Vachss, en el 90% de los casos los pedófilos son varones y un 85% conoce a sus víctimas, ya que el 68% son padres o familiares. ¿Edad? El 80% tiene entre 35 y 45 años, aunque los hay de 20 años. El 98% actúa a solas, sin testigos. El 79% carece de antecedentes penales y el 60 % no recibió muestras de afecto en la infancia, ni el 48% en la adolescencia. El 66% se niega a admitir sus crímenes y el 58 % de los que lo hacen declina recibir tratamiento psiquiátrico.
En EE. UU., Canadá, Gran Bretaña, Noruega y Suecia, tras la condena a prisión se obliga a los pedófilos, por su propio bien y el de su comunidad, a una continua asistencia psicológica. Y sus nombres se incluyen legalmente en archivos computados del lugar donde van a residir (lo cual aún está prohibido en Argentina por la ley), pues se los conceptúa potencialmente reincidentes: las estadísticas informan que por cada abusador existen cien víctimas. El Control post-penitenciario es esencial en el mundo anglosajón y lo lleva a cabo un Oficial de probation. En España, a quien no ha progresado en su autocontrol, se le impugna la libertad y es obligado a cumplir toda su condena. En setiembre de 2008 se detuvo en ese país a miembros de una red que superaba los cien individuos. Entre quienes atesoraban pornografía infantil había pilotos de aviones previamente condenados. Tras salir de la cárcel reincidieron, por lo cual se dijo que las nuevas penas fueron notoriamente severas.
Debemos hacer lo necesario para que el reo comprenda que es responsable de sus acciones y prevenir su recaída al salir. Señalarle que son situaciones de alto riesgo -en las que probablemente perderá el control y atacará-, los momentos en que mire a chicos en un parque o esté a solas con un niño, ya que sin saberlo usará el sexo para escapar del dolor emocional y de sus frustraciones en la vida diaria. Si tiene una psicopatía (trastorno de la personalidad), su reincidencia es ineludible. En general, son sujetos que no tienen empatía ni hacen un gesto, no están incómodos con su condición de pederastas y ostentan dificultades para arrepentirse y tener remordimientos por lo que han hecho.
Quienes violentan a chicos desconocidos tienen un peor pronóstico. Poseen un mundo afectivo muy pobre, no saben leer las emociones de sus víctimas y confunden un gesto de miedo con uno de deseo. Hay que intentar, para curarlos, que se pongan en el lugar de los chicos agredidos. Y refutar sus coartadas, esgrimidas para mantener su autoestima: que los chicos disfrutan aunque no lo digan, o que no se les perjudica porque son pequeños y olvidan todo. Si la conjetura del probable daño que realizan es elevada, deben impedirles la libertad anticipada. El primer deber social es proteger a la comunidad. Todo beneficio de libertad previa es potestad del Estado, no un derecho de los presos.
Los casos que salen a flote son la punta del iceberg. Como individuos y sociedad usamos la negación para escapar de la verdad y causamos un costo enorme en nuestros niños. Dado que en los últimos veinte años se produjo un crecimiento certificado en los niveles de pedofilia, existe en toda América Latina una epidemia impúdica de abuso que es sistemáticamente ignorada: una de cada tres niñas y uno de cada seis niños serán abusados por lo menos una vez antes de cumplir sus 18 años. El típico ejemplo lo muestra el filme dinamarqués "La celebración". En una atildada fiesta familiar con parientes y amigos, un adulto borracho se atreve a contar que su padre (el celebrado), lo vejaba de niño. Por abrir esa caja de Pandora, la gente le reprocha su actitud y se enoja con él, no con su padre.
El interrogatorio a los niños debe hacerse con sumo cuidado. A veces lleva meses. Tienen que sentir que pueden contar sin temor; o usarse la Cámara Gesell. Si bien deben respetar a los mayores, no deben obedecerlos si les piden algo que intuyen es incorrecto o incómodo. Hay que marcarles que es lo que no deben permitir que les hagan. Como la mayoría de los abusadores son cercanos, no basta con enseñarles a cuidarse de los extraños. Si un allegado quiere hacer algo que los perturba o les exige secreto, tienen derecho a rechazarlo y a informarlo a sus padres a la brevedad. Aunque sean pequeños, deberían saber que suceda lo que suceda sus padres no dejarán de amarlos y les creerán.
En la Argentina, el artículo 119 del Código Penal contempla penas de 6 a 15 años de prisión para quien "tuviese acceso carnal con una persona de uno u otro sexo" mientras la víctima "fuere menor de 12 años". La pena será de 8 a 20 años de reclusión o prisión si el hecho "fuere cometido por ascendiente, descendiente afín en línea recta (...) tutor, curador, ministro de algún culto reconocido o encargado de la educación o de la guarda". Una pena que debería aplicarse más es la que sanciona el acto "cometido contra un menor de 18 años aprovechando la situación de convivencia preexistente con el menor". Otros hechos merecen penas de seis meses a 4 años, "cuando mediare violencia, amenaza, abuso coactivo e intimidatorio, de relación de dependencia, de autoridad o poder".
Entre 2002 y 2005, sobre 2746 expedientes de abuso en el ámbito familiar o por parte de docentes, hubo sólo 164 condenas: una mínima tasa del seis por ciento. La sociedad ha involucionado, no protege a las víctimas. Entre otros mamíferos, los padres no protectores son considerados defectuosos por los restantes miembros de la manada. ¿El motivo de esta inacción? Pese a que aumentaron las denuncias en un 60 por ciento al incrementarse la conciencia social, y a que ninguna denuncia falsa prospera –es otro mito decir que las causas se inventan-, las absoluciones son habituales por el beneficio de la duda.
El lugar del hecho es esencial, porque la víctima supone que en el colegio o el club no la van a dañar, debería estar segura y cuidada al ser menor de edad. Y al final se encuentra con pérdida de su privacidad y con la impunidad. Usualmente la defensa propone testimonios extraídos del campo de la salud mental, que buscan no incriminar al acusado. Se arguye que el niño imaginó el relato o lo construyó influido por adultos u otro interés. Magistrados avalan la teoría del lavado de cerebro infantil. Y las estrellas de estos juicios terminan siendo los peritos. El daño psíquico producido por el abuso no es aceptado, si no lo verifica "científicamente" un médico legista o forense. De lo contrario, no hay delito. Y verificarlo rápido es imposible. Los jueces, usualmente de la clase alta o media alta, aplican su mirada de clase y género al valorar un hecho, la selección de pruebas y la graduación de la pena. No saben desprenderse de esa perspectiva clasista.
Ejemplo: hace poco tiempo se acusó a una joven psicopedagoga de un colegio religioso de abusar de tres niñas de tres años. El peritaje reveló que una tenía el himen perforado. Todas ellas dijeron lo mismo ante la Cámara Gesell, jueces y peritos; se sabe que ninguna niña de tres años puede sostener mentiras sexuales; tampoco confabular ni fingir los síntomas, que las tres precisaron al unísono. Una jueza de Garantías y dos jueces de Cámara del Tribunal Oral N° 9 de Lomas de Zamora absolvieron a la acusada por el beneficio de la duda. En la sala, varias religiosas aprobaron el fallo con aplausos y cánticos. Declaró la madre de una de las niñas: "Estamos llenos de gente que defiende abusadores y nunca piensa en los niños. Al paso que vamos cada vez va a haber más. En este país no hay justicia para niños víctimas de abuso, pero sí hay ayudas, rezos y aplausos para los perversos ".
Esto ocurre porque normalmente el abusador es muy agradable, se abraza y sonríe con todos. La gente lo define como simpático. Se mimetiza. La mayoría de los seres humanos son demasiado ingenuos y suponen que la imagen pública de las personas se corresponde con su imagen interna.
Por ello, la duda logra absoluciones a granel. Sin embargo, es difícil que un niño logre engañar a un profesional, ya que en los tests proyectivos surge claramente si ha mentido. No olvidemos que la angustia del chico es acompañada por pesadillas, enuresis, cambios de humor y vocabulario sexuado no acorde a su edad, al tiempo que su rendimiento escolar disminuye. Los tests revelan el perfil de los pedófilos. Debido a ello rehúsan realizarlos. Y demasiados jueces descreen que estos actos los cometan personas de clase media o alta. No aceptan que es un delito que cruza las clases sociales.
La Ufisex (Unidad para la Investigación contra la Integridad Sexual, Trata de Personas y Prostitución Infantil) identificó en los tribunales argentinos a una creciente cantidad de abogados que se dedican a defender a abusadores recurriendo a la tediosa tesis del falso relato del niño o niña. Además, por si esta deleznable actitud no bastara, al finalizar el juicio con la absolución de sus defendidos, acostumbran perseguir penalmente a los peritos psicólogos que brindan credibilidad al testimonio infantil, lo cual obligó a algunos profesionales a decidir abandonar estas causas.
Según el escritor Andrew Vachss, en el 90% de los casos los pedófilos son varones y un 85% conoce a sus víctimas, ya que el 68% son padres o familiares. ¿Edad? El 80% tiene entre 35 y 45 años, aunque los hay de 20 años. El 98% actúa a solas, sin testigos. El 79% carece de antecedentes penales y el 60 % no recibió muestras de afecto en la infancia, ni el 48% en la adolescencia. El 66% se niega a admitir sus crímenes y el 58 % de los que lo hacen declina recibir tratamiento psiquiátrico.
En EE. UU., Canadá, Gran Bretaña, Noruega y Suecia, tras la condena a prisión se obliga a los pedófilos, por su propio bien y el de su comunidad, a una continua asistencia psicológica. Y sus nombres se incluyen legalmente en archivos computados del lugar donde van a residir (lo cual aún está prohibido en Argentina por la ley), pues se los conceptúa potencialmente reincidentes: las estadísticas informan que por cada abusador existen cien víctimas. El Control post-penitenciario es esencial en el mundo anglosajón y lo lleva a cabo un Oficial de probation. En España, a quien no ha progresado en su autocontrol, se le impugna la libertad y es obligado a cumplir toda su condena. En setiembre de 2008 se detuvo en ese país a miembros de una red que superaba los cien individuos. Entre quienes atesoraban pornografía infantil había pilotos de aviones previamente condenados. Tras salir de la cárcel reincidieron, por lo cual se dijo que las nuevas penas fueron notoriamente severas.
Debemos hacer lo necesario para que el reo comprenda que es responsable de sus acciones y prevenir su recaída al salir. Señalarle que son situaciones de alto riesgo -en las que probablemente perderá el control y atacará-, los momentos en que mire a chicos en un parque o esté a solas con un niño, ya que sin saberlo usará el sexo para escapar del dolor emocional y de sus frustraciones en la vida diaria. Si tiene una psicopatía (trastorno de la personalidad), su reincidencia es ineludible. En general, son sujetos que no tienen empatía ni hacen un gesto, no están incómodos con su condición de pederastas y ostentan dificultades para arrepentirse y tener remordimientos por lo que han hecho.
Quienes violentan a chicos desconocidos tienen un peor pronóstico. Poseen un mundo afectivo muy pobre, no saben leer las emociones de sus víctimas y confunden un gesto de miedo con uno de deseo. Hay que intentar, para curarlos, que se pongan en el lugar de los chicos agredidos. Y refutar sus coartadas, esgrimidas para mantener su autoestima: que los chicos disfrutan aunque no lo digan, o que no se les perjudica porque son pequeños y olvidan todo. Si la conjetura del probable daño que realizan es elevada, deben impedirles la libertad anticipada. El primer deber social es proteger a la comunidad. Todo beneficio de libertad previa es potestad del Estado, no un derecho de los presos.
Los casos que salen a flote son la punta del iceberg. Como individuos y sociedad usamos la negación para escapar de la verdad y causamos un costo enorme en nuestros niños. Dado que en los últimos veinte años se produjo un crecimiento certificado en los niveles de pedofilia, existe en toda América Latina una epidemia impúdica de abuso que es sistemáticamente ignorada: una de cada tres niñas y uno de cada seis niños serán abusados por lo menos una vez antes de cumplir sus 18 años. El típico ejemplo lo muestra el filme dinamarqués "La celebración". En una atildada fiesta familiar con parientes y amigos, un adulto borracho se atreve a contar que su padre (el celebrado), lo vejaba de niño. Por abrir esa caja de Pandora, la gente le reprocha su actitud y se enoja con él, no con su padre.
LA IGLESIA CÓMPLICE
En mayo de 2009 publicaron las conclusiones del Informe Ryan, (2500 páginas) revelando que bajo el manto de credibilidad de los religiosos "miles de niños fueron víctimas de abusos sexuales en orfanatos, escuelas y reformatorios dirigidos por la Iglesia" irlandesa. En 60 años (1930-1990) pasaron por un centenar de instituciones del interior de Irlanda casi 40.000 niños. La Iglesia Católica procuró frenar en 2008 las conclusiones del informe, ya que conocía los abusos y sabía que eran "endémicos", pues se comprobó que crecieron entre 1975 y 2004. Una comisión entrevistó a 2000 personas -algunas llegaron desde Australia-, luego acusadas de "mentirosas"; relataron un catálogo de brutalidades, golpes y abusos sexuales por parte de sacerdotes y monjas. "Esos no eran orfanatos, eran gulags", dijo John Kelly, una víctima. "Yo no me llamaba John Kelly, era sólo el número 253".
El Estado irlandés fue responsable de 200 lugares operados por instituciones católicas. Dentro, se vivía trágicamente. Aunque la Iglesia ofrecía buena educación en ciertos colegios pagos, en estos sitios lamentables no brindaba a los niños educación sino trabajos duros y castigos corporales. Los pequeños estaban privados de negociar. Como dijo el citado John Kelly, hoy de 45 años, no tenían nombre, se los conocía por un número, como en una cárcel, y el abuso de sus cuerpos era habitual. Kelly aseveró que una noche perdió a sus padres (no fueron a visitarlo), a su Dios (no apareció pese a sus alterados rezos) y a su dignidad. No hace falta relatar algo más. También perdió la fe en la Iglesia, harto de los cintos de cuero, de los barrotes y la falta de vidrios en las ventanas y de calefacción nocturna, si bien los colegios eran subvencionados muy generosamente por el Estado.
El Estado irlandés fue responsable de 200 lugares operados por instituciones católicas. Dentro, se vivía trágicamente. Aunque la Iglesia ofrecía buena educación en ciertos colegios pagos, en estos sitios lamentables no brindaba a los niños educación sino trabajos duros y castigos corporales. Los pequeños estaban privados de negociar. Como dijo el citado John Kelly, hoy de 45 años, no tenían nombre, se los conocía por un número, como en una cárcel, y el abuso de sus cuerpos era habitual. Kelly aseveró que una noche perdió a sus padres (no fueron a visitarlo), a su Dios (no apareció pese a sus alterados rezos) y a su dignidad. No hace falta relatar algo más. También perdió la fe en la Iglesia, harto de los cintos de cuero, de los barrotes y la falta de vidrios en las ventanas y de calefacción nocturna, si bien los colegios eran subvencionados muy generosamente por el Estado.
Aún quedan vivas 30.000 personas criadas en este infierno entre 1930 y 2007, a las que los vecinos veían muy flacas cuando paseaban algunos domingos por los jardines, porque los religiosos se quedaban con el dinero destinado para alimentarlas. Eran chicos y chicas usualmente muy pobres, abusados por curas, empleados y monjas que llamaban a sus madres putas y a los chicos hijos del pecado. Kelly vio cómo abusaban de un niño de 4 años el primer día que llegó, pegándole hasta hartarse, incluso en el piso: los consideraban criminales sólo por haber nacido y les demolían la vida para siempre. A muchos les abruma la idea de que actualmente abusen sexualmente de otros.
En los castigos existía sin dudas una connotación sexual; era el inicio de la pedofilia. Debían tolerar ese trato hasta los 17 años. Hoy se exige un monumento a las víctimas y que el Papa vaya a Irlanda y les pida perdón. Una de las Órdenes pagó 300 millones de dólares a las víctimas y para ello debió vender el 67% de sus propiedades. Ya probado el trato vergonzoso a los niños y la estafa al Estado, ¿por qué el pueblo irlandés soporta que la Iglesia continúe administrando esos centros? La respuesta es simple: la Iglesia domina aún la vida social y política de Irlanda, sin transparencia ni indulgencia, actuando como una monarquía. Aparentemente sus miembros no creen en Dios (tal vez piensan que no existe), pues no temen al castigo ni al Infierno. Pero si bien están seguros de que jamás responderán ante Dios, deberían al menos responder ante los hombres. No obstante, es difícil.
En los castigos existía sin dudas una connotación sexual; era el inicio de la pedofilia. Debían tolerar ese trato hasta los 17 años. Hoy se exige un monumento a las víctimas y que el Papa vaya a Irlanda y les pida perdón. Una de las Órdenes pagó 300 millones de dólares a las víctimas y para ello debió vender el 67% de sus propiedades. Ya probado el trato vergonzoso a los niños y la estafa al Estado, ¿por qué el pueblo irlandés soporta que la Iglesia continúe administrando esos centros? La respuesta es simple: la Iglesia domina aún la vida social y política de Irlanda, sin transparencia ni indulgencia, actuando como una monarquía. Aparentemente sus miembros no creen en Dios (tal vez piensan que no existe), pues no temen al castigo ni al Infierno. Pero si bien están seguros de que jamás responderán ante Dios, deberían al menos responder ante los hombres. No obstante, es difícil.
Ya que la Iglesia (que por algo tiene ahora un seguro para los casos de pederastia) oficialmente considera que esa atrocidad es un pecado, pero no un crimen, aún sabiendo que está castigado con 10 años de prisión. El problema era que los policías no les detenían: informaban del delito a las autoridades eclesiásticas, pues pensaban que los sacerdotes "están por encima de los demás". Sabían que la prioridad de la Iglesia es (y ha sido por siglos) mantener el secreto; trasladaban a los sacerdotes pedófilos y estos reincidían. Incluso la jerarquía estima que los abusadores son más aptos para la tarea eclesiástica que los niños abusados; a éstos, ya mayores, no se les permitía ser curas. Tras las denuncias recientes otros siete niños fueron violados por un sacerdote, pues nadie hizo nada.
Previamente salpicada por escándalos sexuales en varias parroquias, la Iglesia irlandesa presentó una demanda legal para guardar el anonimato de sus religiosos citados en el documento; incluso el nombre de los sentenciados. Posteriormente el cardenal Sean Brady, máximo responsable de la jerarquía en Irlanda, declaró: "Lamento hondamente y estoy muy avergonzado de que niños hayan sufrido de manera tan terrible en esas instituciones". Uno sólo de los sacerdotes se quitó la vida cuando iba a ser juzgado por crímenes pedófilos. Kelly dijo que la Iglesia logró que sus miembros no fueran juzgados ni castigados, amén de los que ya murieron. ¿Con qué convenio secreto lo logró?
En 2002 el Gobierno irlandés selló un pacto con la Iglesia, donde a cambio de que ésta pagara 127 millones de euros para resarcir a las víctimas les garantizó inmunidad a sus religiosos. A su vez, el Gobierno abonó 1.300 millones de euros (2000 millones de dólares) y se indignó pues la Iglesia sólo aportó una cuarta parte de lo tratado. En noviembre de 2009 el Informe Murphy destapó otra olla: los abusos en la arquidiócesis de la capital, Dublín, en connivencia (para salvar la reputación eclesiástica y no la integridad de las víctimas) con policías y jueces. Al derrumbarse la cultura del secretismo de la Iglesia, cuatro obispos de Dublín aludidos en el Informe Murphy renunciaron, igual que varios diáconos y sacerdotes, acusados de más de trescientos casos de abuso sexual recientes.
Tarde, en febrero de 2010, el Papa Benedicto XVI condenó de palabra los abusos pero los amparó diciendo "el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra". No aceptó una exigencia de las víctimas: la dimisión de los 24 obispos irlandeses reunidos en el Vaticano. Maeve Lewis, representante de los abusados, criticó al Papa por utilizar el argumento de "debilitamiento de la fe" al justificar los hechos: "Es ofensivo para los supervivientes sugerir que fueron abusados por culpa de la fe- aseveró-, en lugar de admitir que los pederastas eran movidos de una parroquia a otra".
Previamente salpicada por escándalos sexuales en varias parroquias, la Iglesia irlandesa presentó una demanda legal para guardar el anonimato de sus religiosos citados en el documento; incluso el nombre de los sentenciados. Posteriormente el cardenal Sean Brady, máximo responsable de la jerarquía en Irlanda, declaró: "Lamento hondamente y estoy muy avergonzado de que niños hayan sufrido de manera tan terrible en esas instituciones". Uno sólo de los sacerdotes se quitó la vida cuando iba a ser juzgado por crímenes pedófilos. Kelly dijo que la Iglesia logró que sus miembros no fueran juzgados ni castigados, amén de los que ya murieron. ¿Con qué convenio secreto lo logró?
En 2002 el Gobierno irlandés selló un pacto con la Iglesia, donde a cambio de que ésta pagara 127 millones de euros para resarcir a las víctimas les garantizó inmunidad a sus religiosos. A su vez, el Gobierno abonó 1.300 millones de euros (2000 millones de dólares) y se indignó pues la Iglesia sólo aportó una cuarta parte de lo tratado. En noviembre de 2009 el Informe Murphy destapó otra olla: los abusos en la arquidiócesis de la capital, Dublín, en connivencia (para salvar la reputación eclesiástica y no la integridad de las víctimas) con policías y jueces. Al derrumbarse la cultura del secretismo de la Iglesia, cuatro obispos de Dublín aludidos en el Informe Murphy renunciaron, igual que varios diáconos y sacerdotes, acusados de más de trescientos casos de abuso sexual recientes.
Tarde, en febrero de 2010, el Papa Benedicto XVI condenó de palabra los abusos pero los amparó diciendo "el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra". No aceptó una exigencia de las víctimas: la dimisión de los 24 obispos irlandeses reunidos en el Vaticano. Maeve Lewis, representante de los abusados, criticó al Papa por utilizar el argumento de "debilitamiento de la fe" al justificar los hechos: "Es ofensivo para los supervivientes sugerir que fueron abusados por culpa de la fe- aseveró-, en lugar de admitir que los pederastas eran movidos de una parroquia a otra".
Un cura en Dublín admitió haber abusado de más de 100 niños, mientras que otro dijo que "sólo" lo había hecho cada dos semanas durante 25 años. La Iglesia irlandesa deberá pagar indemnizaciones de 200 millones de euros. Según Newsweek, cuando fue arzobispo de Munich en 1979 el Papa tomó en su jurisdicción a un sacerdote antes preso por pedofilia, quien tras recibir terapia fue enviado a otra parroquia, donde siguió abusando. El irlandés Frank McCourt cuenta en sus memorias (´Tis. A memoir) que al arribar en 1950 a EE.UU con 19 años, un sacerdote lo albergó e intentó abusar de él.
No sólo allí. Entre los 800 sacerdotes condenados en Canadá, en 2008 la Iglesia concedió que uno, Charles Sylvestre, según su confesión, violó a 47 niñas adolescentes. Ellas estudiaban en una escuela católica de "reeducación", creada para parientes de los antiguos habitantes. El Papa se disculpó. El gobierno abonó 2000 millones de dólares a las víctimas. La Iglesia colaboró con apenas 79 millones.
En EE.UU. acusaron en 2004 a 4400 sacerdotes por abuso. La Iglesia Católica sufrió otra sangría en dinero: pagó 2.000 millones de dólares a las víctimas. La acusación de proteger a curas pederastas no provocó la renuncia del cardenal de Boston, Bernard Law; dimitió por la crisis económica. Cuando el obispado de Los Angeles ayudó con 600 millones de dólares a las indemnizaciones, el sociólogo Sabastián Gehrmannn dijo que esa crisis llevó a la bancarrota a varias diócesis, incluida la de Boston. En los últimos decenios, 4392 sacerdotes de EE.UU abusaron de 10.000 menores. La Iglesia Católica plasmó una misma táctica: pagar a las víctimas y trasladar a los curas. En enero de 2000 en Boston fue condenado a diez años de prisión el sacerdote John Geoghan por abusar de 130 niños en un período de 30 años. El enojo social aumentó pues la jerarquía lo encubrió en lugar de separarlo. Inclusive pagó a las familias de los niños altas sumas para callarlas "en bien de la religión", mientras lo trasladaba año tras año sin advertir de su conducta a los fieles de cada ciudad.
Editaron en 2008 en Australia la investigación Mullighan, donde se denuncia el abuso sexual de centenares de menores de edad por parte de sacerdotes católicos. La condena alcanzó a 107 de ellos. Se teme que las víctimas asciendan a miles, pese a la usual y tardía disculpa de la Iglesia y del Papa.
Desde Alemania, en febrero de 2010, estallaron las dificultades de la Iglesia Católica alemana con la conducta sexual de sus sacerdotes. El semanario Die Zeit, uno de los dos más leídos, tituló en tapa: "El peligro satánico". Con un subtítulo: "¿Por qué los hombres de la Iglesia se convierten en culpables?". Y abajo: "Cómo reconocer a los culpables? ¿Cómo proteger a los niños?". Las denuncias en Alemania partieron de ex alumnos de escuelas religiosas. Por este abuso de niños y adolescentes acusaron a 94 sacerdotes y laicos. En marzo de 2010, el hermano de 86 años del Papa dijo ignorar los abusos acaecidos en el colegio que rigió por 40 años. Nadie le creyó. Las víctimas (algunas ya adultas) hablan de "sadismo y lujuria". En marzo de 2010 el diario The New Yok Times informó que cuando el Papa era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe encubrió (con su luego Secretario de Estado, Tarcisio Bertone) al cura Lawrence C. Murphy, acusado de abusar sexualmente, entre 1950 y 1970, de 200 niños en una escuela para sordos del estado de Wisconsin.
En otros 23 países existen denuncias policiales sobre agresiones de sacerdotes hacia monjas; ataques contra niños en Austria y Polonia y, atrozmente, a pequeños niños sordomudos en Italia.
Esta no es una tempestad pasajera. La reciente renuncia de otros tres obispos actualiza la pregunta: ¿por qué la Iglesia cree que es preferible ocultar tales actos y proteger a obispos y sacerdotes? ¿No comprende que su prestigio social depende de una política abierta, y que sus reglas no son compatibles con un estado de derecho? Su visión (favorecer a la jerarquía sobre las víctimas) le costó antes del Papa Francisco millones de fieles y ejemplificó una sorprendente falta de liderazgo.
No sólo allí. Entre los 800 sacerdotes condenados en Canadá, en 2008 la Iglesia concedió que uno, Charles Sylvestre, según su confesión, violó a 47 niñas adolescentes. Ellas estudiaban en una escuela católica de "reeducación", creada para parientes de los antiguos habitantes. El Papa se disculpó. El gobierno abonó 2000 millones de dólares a las víctimas. La Iglesia colaboró con apenas 79 millones.
En EE.UU. acusaron en 2004 a 4400 sacerdotes por abuso. La Iglesia Católica sufrió otra sangría en dinero: pagó 2.000 millones de dólares a las víctimas. La acusación de proteger a curas pederastas no provocó la renuncia del cardenal de Boston, Bernard Law; dimitió por la crisis económica. Cuando el obispado de Los Angeles ayudó con 600 millones de dólares a las indemnizaciones, el sociólogo Sabastián Gehrmannn dijo que esa crisis llevó a la bancarrota a varias diócesis, incluida la de Boston. En los últimos decenios, 4392 sacerdotes de EE.UU abusaron de 10.000 menores. La Iglesia Católica plasmó una misma táctica: pagar a las víctimas y trasladar a los curas. En enero de 2000 en Boston fue condenado a diez años de prisión el sacerdote John Geoghan por abusar de 130 niños en un período de 30 años. El enojo social aumentó pues la jerarquía lo encubrió en lugar de separarlo. Inclusive pagó a las familias de los niños altas sumas para callarlas "en bien de la religión", mientras lo trasladaba año tras año sin advertir de su conducta a los fieles de cada ciudad.
Editaron en 2008 en Australia la investigación Mullighan, donde se denuncia el abuso sexual de centenares de menores de edad por parte de sacerdotes católicos. La condena alcanzó a 107 de ellos. Se teme que las víctimas asciendan a miles, pese a la usual y tardía disculpa de la Iglesia y del Papa.
Desde Alemania, en febrero de 2010, estallaron las dificultades de la Iglesia Católica alemana con la conducta sexual de sus sacerdotes. El semanario Die Zeit, uno de los dos más leídos, tituló en tapa: "El peligro satánico". Con un subtítulo: "¿Por qué los hombres de la Iglesia se convierten en culpables?". Y abajo: "Cómo reconocer a los culpables? ¿Cómo proteger a los niños?". Las denuncias en Alemania partieron de ex alumnos de escuelas religiosas. Por este abuso de niños y adolescentes acusaron a 94 sacerdotes y laicos. En marzo de 2010, el hermano de 86 años del Papa dijo ignorar los abusos acaecidos en el colegio que rigió por 40 años. Nadie le creyó. Las víctimas (algunas ya adultas) hablan de "sadismo y lujuria". En marzo de 2010 el diario The New Yok Times informó que cuando el Papa era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe encubrió (con su luego Secretario de Estado, Tarcisio Bertone) al cura Lawrence C. Murphy, acusado de abusar sexualmente, entre 1950 y 1970, de 200 niños en una escuela para sordos del estado de Wisconsin.
En otros 23 países existen denuncias policiales sobre agresiones de sacerdotes hacia monjas; ataques contra niños en Austria y Polonia y, atrozmente, a pequeños niños sordomudos en Italia.
Esta no es una tempestad pasajera. La reciente renuncia de otros tres obispos actualiza la pregunta: ¿por qué la Iglesia cree que es preferible ocultar tales actos y proteger a obispos y sacerdotes? ¿No comprende que su prestigio social depende de una política abierta, y que sus reglas no son compatibles con un estado de derecho? Su visión (favorecer a la jerarquía sobre las víctimas) le costó antes del Papa Francisco millones de fieles y ejemplificó una sorprendente falta de liderazgo.
¿Hay alguna prueba de que la Iglesia se opuso (antes de la asunción de Francisco) a las revelaciones públicas y a la colaboración con las autoridades judiciales? Sí, una carta de un cardenal en 2001 explicando que dicha política era respaldada por Juan Pablo II, quien fue canonizado en 2014 "debido a un milagro". En abril de 2010 ese cardenal de 80 años, Darío Castrillón Hoyos (nada menos que ex jefe de la Congregación para los Clérigos del Vaticano) admitió que, con anuencia de Juan Pablo II, envió en el año 2001 una carta a un obispo francés, felicitándolo por "exponerse a una condena a prisión" dada su decisión de no entregar a la justicia a un sacerdote pedófilo que había sido hallado culpable de abusar de niños. Ese obispo "expuesto" recibió una risible sentencia de tres meses (condicional) al negarse a entregar al criminal. Esto ocurre en decenas de países y ciudades.
Infelizmente, cuando el abusador es un sacerdote, las autoridades eclesiásticas y ciertos policías, fiscales y jueces, que por su fe religiosa sienten afinidad con los curas – pues todos ellos trabajan con el Mal - son proclives a la tolerancia. A pesar de que un abusador es irrecuperable, eligen protegerlo.
Infelizmente, cuando el abusador es un sacerdote, las autoridades eclesiásticas y ciertos policías, fiscales y jueces, que por su fe religiosa sienten afinidad con los curas – pues todos ellos trabajan con el Mal - son proclives a la tolerancia. A pesar de que un abusador es irrecuperable, eligen protegerlo.
EL ROL DE LA PRENSA
Luego de que el papa Benedicto XVI renunciara en 2013 y fuera elegido el argentino Jorge Bergoglio con el nombre de Francisco, éste condenó (duramente) a los curas pederastas. Pero antes, como cardenal primado de Buenos Aires, había protegido al sacerdote Grassi y trasladado a otros. Ciertamente, no era culpa suya. Ha sido una política de Estado del Vaticano. Francisco fue el primer Papa que condenó públicamente a curas pedófilos. Cuando la sociedad de Boston (la más católica de EE, UU.) descubrió el escándalo en su seno en 2002 – por medio del periódico Boston Globe, tras una investigación de casi un año - se reveló aquella red de presiones de las Arquidiócesis del planeta.
Encubrimientos, silencios y complicidades de fiscales para que los casos no llegasen a la Justicia, arreglando con las víctimas para que los curas quedaran impunes. Los alcances del escándalo fueron globales –sólo en EE.UU. piensan que más de 7.000 curas abusaron de chicos durante décadas-, por lo cual la política de cubrirlos era natural en la Iglesia. Con la venia de sus autoridades superiores. Es una institución de 2.000 años con una estructura vertical, donde las órdenes van de arriba hacia abajo. Los cardenales relocalizaban a los sacerdotes en otras parroquias, en otras ciudades, o en otros países, incluso en el Vaticano, donde se refugió un obispo argentino tras ser condenado. Por ello Francisco apuntó que existía un grupo homosexual poderoso en el Vaticano. Y destapó el escándalo.
El film "Spotlight" ("En primera plana", 2015, ganador del Oscar a Mejor Film) certifica que un fiscal garantizaba en Boston que las denuncias se encajonaran. Walter Robinson, el periodista del Boston Globe que descubrió este escándalo tras soportar presiones personales de la jerarquía católica (siendo él miembro de ese culto) reconoce en 2016 que "no era un caso aislado, esto sucedía en la mayoría de las ciudades grandes del mundo". Y luego señala su desazón al "enfrentar noche y día, día tras día, el hecho de que a muchos niños vulnerables les arruinó la vida una institución que, uno creería, debería protegerlos". Esto pensó quien escribe, cuando en aquel 2002, siendo columnista del prestigioso diario "Clarín", le alcanzó a su máxima autoridad esta investigación (sin los datos posteriores, obviamente) por medio de nuestro amigo, el gran dibujante Sábat. El dueño la rechazó.
La ofrecimos gratis, porque ocuparía sólo dos páginas del diario y ayudaría a gente de clase baja y media que desconoce la forma de actuar de los pedófilos. Pensábamos, como Robinson, que el "trabajo más valioso de un periodista es descubrir cuando la gente sin poder está siendo victimizada. Son las historias que debemos contar, porque generalmente los gobiernos no suelen hacer nada para remediar estas injusticias. O son directamente responsables". Demostramos osadía para enfrentar en 2002 a una Iglesia que, sin dudar, bendijo durante la última dictadura a los militares que arrojaban gente viva al mar. Y aún no se arrepintió de ello. Pero esa osadía no la tienen los grandes medios. De cualquier ideología. Por intereses de poder. En 2011, siendo quien escribe columnista del diario "Tiempo Argentino", opuesto ideológicamente a "Clarín", la ofreció. Y recibió la misma negativa.
En tanto, hay escasas políticas de capacitación en prevención y detección de actos de abuso sexual, si bien el gobierno que dirigió el país entre 2003-15 mejoró la protección a mujeres con leyes sobre su trata y explotación. Pero ciertos jueces las dejan de lado burlonamente, como en un grosero fallo.
Amigos de jueces, expusieron en esta investigación su comprensión hacia los victimarios ante el suplicio de su castidad, y "ese deseo irrefrenable o pulsión que los arrastra a vivir atormentados". Sería preferible que pensaran en la mente y el cuerpo de sus inocentes víctimas: sostenemos que si el ofensor es instruido y con poder moral sobre los niños, su responsabilidad legal y penal es ilimitada.
La Iglesia olvidó por décadas la sentencia de Jesús: "Ay de quien escandalice a estos pequeños: más le valdría atarle al cuello una rueda de molino de asno y que lo hundieran en el fondo del mar".
Ahora surgió un nuevo tipo de acoso en Internet. Es una amenaza muy peligrosa porque se escuda en el secreto: un adulto puede fácilmente hacerse pasar por un niño que chatea con otro. Este ciberacoso sexual de adultos a niños se denomina en inglés grooming. El adulto procura obtener imágenes de raigambre erótica vía chat, cámara web o mensajería. Luego llega la aguardada cita. Dado este nuevo riesgo, se debe alertar a los chicos para que comenten a sus padres o amigos los mensajes que les parecen desubicados, o contienen promesas de regalos. Tampoco deben llenar formularios con sus datos, ni subir a la web fotos en trajes de baño o poca ropa. Mejor es desconfiar.
Amigos de jueces, expusieron en esta investigación su comprensión hacia los victimarios ante el suplicio de su castidad, y "ese deseo irrefrenable o pulsión que los arrastra a vivir atormentados". Sería preferible que pensaran en la mente y el cuerpo de sus inocentes víctimas: sostenemos que si el ofensor es instruido y con poder moral sobre los niños, su responsabilidad legal y penal es ilimitada.
La Iglesia olvidó por décadas la sentencia de Jesús: "Ay de quien escandalice a estos pequeños: más le valdría atarle al cuello una rueda de molino de asno y que lo hundieran en el fondo del mar".
Ahora surgió un nuevo tipo de acoso en Internet. Es una amenaza muy peligrosa porque se escuda en el secreto: un adulto puede fácilmente hacerse pasar por un niño que chatea con otro. Este ciberacoso sexual de adultos a niños se denomina en inglés grooming. El adulto procura obtener imágenes de raigambre erótica vía chat, cámara web o mensajería. Luego llega la aguardada cita. Dado este nuevo riesgo, se debe alertar a los chicos para que comenten a sus padres o amigos los mensajes que les parecen desubicados, o contienen promesas de regalos. Tampoco deben llenar formularios con sus datos, ni subir a la web fotos en trajes de baño o poca ropa. Mejor es desconfiar.
Alertar, debe ser el rol de los medios dentro y fuera de la web. Piensen en ustedes ayer, siendo niños.
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