La Tecl@ Eñe
Editor/Director: Conrado Yasenza
La pesada herencia: el pueblo
Por Nora Merlin *
(para La Tecl@ Eñe)
Uno de los saldos fundamentales de la Argentina kirchnerista fue la construcción de un pueblo. Siempre se afirmó que la democracia no se reducía a lo representativo, que incluía también una dimensión participativa. Esta perspectiva muchas veces quedó descalificada en los hechos, juzgándose la participación popular desde un principio moral contaminado por la ideología del observador. Ernesto Laclau en La razón populista (2005) estableció, a partir de su teoría del populismo, una lógica de construcción de un pueblo fundamentada en la voluntad popular. A partir de él la categoría "pueblo" dejó de ser entendida como un objeto exterior estudiado por expertos, para convertirse en un sujeto, un nuevo agente político que amplía la democracia planteándola como práctica de la voluntad popular. De esta manera, la democracia participativa significa la hegemonía de pueblo: una novedosa construcción que no anula la lógica representante-representado pero que no se reduce a ella. La democracia sostenida únicamente en la representación tiene como corolario la exclusión del afecto y los cuerpos, cuya consecuencia es un sujeto invisibilizado, ausente de la vida social y privado de la experiencia política.
Suele afirmarse que la noción de voluntad popular de Jean Jacques Rousseau, desarrollada en su libro El Contrato Social (1762), no es aplicable en la actualidad debido a que el crecimiento demográfico de las ciudades impide el funcionamiento asambleario de la democracia. Partiendo de la teoría del populismo de Ernesto Laclau es posible resignificar esos planteos de Rousseau y postular su implementación en las actuales democracias.
El populismo implica una lógica política que refiere fundamentalmente a la democracia participativa y produce un efecto, el pueblo, que no se opone a las instituciones sino que, por el contrario, las requiere. Se trata de una construcción que comienza con demandas no satisfechas por el Estado o las instituciones, que se articularán en una cadena de diferencias dirigidas al Otro institucional.
Las demandas populistas implican un pliegue que pone en cuestión una trama discursiva establecida, pretendiendo un corrimiento, una transgresión democrática dentro de los marcos de la política. Demandar constituye un acto de derecho que realiza la libertad de expresión, inscribiendo algo nuevo en la comunidad y ampliando la democracia al sustentarla como soberanía del pueblo. Por su parte la democracia representativa acentúa la vertiente formal: el funcionamiento, la gestión y efectividad institucional, el desarrollo de poderes, aparatos del Estado o de las empresas. Las instituciones administran recursos, transmiten conocimientos, valores, normas y controlan el comportamiento de los individuos. Nunca son neutrales sino que representan intereses corporativos y son portadoras de una fuerza inercial que opera coagulando sentidos establecidos, produciendo una tendencia a la homeostasis y a la fijación de un funcionamiento o tradición instituidos. Es necesario conectar las formas institucionales y el pueblo pues ambos implican legitimidad, pero es preciso destacar sus diferencias pues son dos aspectos de la democracia que no se superponen.
Contrariamente a lo que se sostiene desde una concepción prejuiciosa, el populismo lejos está de oponerse a la democracia o de constituir un obstáculo para su funcionamiento. Por el contrario, el pueblo del populismo y la democracia se retroalimentan y precisan mutuamente.
El pueblo es un agente político que realiza un movimiento instituyente: corre límites instituidos, establece fronteras que dividen campos, interpela al poder, cuestiona e intenta algún cambio social proponiendo algo nuevo y transformador. Las voces, las demandas y las acciones populares constituyen el motor de las transformaciones sociales, posibilitando que la democracia permanezca viva y no se convierta en letra muerta, en un dogma congelado. Esto explica la resistencia o el rechazo que el pueblo genera en los sectores más conservadores.
El pueblo peticiona al Estado y realiza la experiencia política en función de los intereses nacionales radicalizando la democracia. Las instituciones y aquello que podemos llamar el "esqueleto democrático", si resultan indiferentes al pueblo pueden conducir a la muerte de la política y transformar la democracia en administración o en gestión de expertos. Solo la combinación entre pueblo y un Estado dispuesto a escuchar sus demandas, puede ofrecer una perspectiva realista, posible y democrática en la ruta de lo social.
Los Estados neoliberales se someten a los poderes corporativos, haciendo oídos sordos a las demandas populares, se aíslan del pueblo y lo estigmatizan, presentándolo como un obstáculo antidemocrático. El actual gobierno argentino considera que los trabajadores del Estado son ñoquis que pagamos todos, la protesta social es desestabilizadora, la militancia conduce a la violencia y el pueblo porta el defecto de hacer política. Todos argumentos que apuntan al vaciamiento del Estado y la despolitización social.
Los medios de comunicación corporativos y un sector conservador de la clase política intentan desconocer, por ignorancia o mala fe, que el populismo es un concepto teórico establecido, un derecho y una construcción lograda a partir de la experiencia kirchnerista. Despectivamente afirman que el pueblo, a veces llamado por ellos La Cámpora, constituye un peligro para la democracia. En Argentina y Latinoamérica la derecha intenta imponer un proyecto neoliberal. Se valen de las corporaciones mediáticas que, erigiéndose en supuestos garantes de la democracia, operan instalando en la opinión pública que el populismo es corrupto, totalitario y antidemocrático.
Jean Jacques Rousseau
¿Es un peligro el pueblo para la democracia?
El peligro no es el populismo sino la tentativa autoritaria de negar, desconocer y descalificar esa construcción. Amenaza democrática es el temor a lo que constituye el rasgo específico de la acción política: la demanda, la puesta en juego de los antagonismos que surgen del conflicto político. Lo que constituye un verdadero peligro es la ficción de unidad y armonía que pretenden imponer los medios corporativos, encubriendo un intento de desaparición de la política. Un riesgo para la democracia es el discurso único de los medios de comunicación de masas, que conforman un monopolio que digita la información y produce sentidos favorables a los intereses de las corporaciones económicas en una batalla desigual.
La democracia se mantendrá viva si se acepta que además de la legítima representación del gobierno de Cambiemos hay un pueblo que pretende ser escuchado, y no por eso resulta desestabilizante.
Lejos de estar perimido en los términos de fin de ciclo como auguran algunos, el pueblo construido durante el kirchnerismo ya puede caracterizarse como una de las identidades políticas más originales, interesantes y novedosas de la historia argentina. Defiende su soberanía, continúa sosteniendo un proyecto nacional- popular hermanado con otros populismos latinoamericanos y no está dispuesto a construir lo común con recetas o manual de instrucciones de expertos de los organismos financieros. Cuando el efecto pueblo se produce no hay vuelta atrás más allá de los resultados electorales. El populismo kirchnerista comenzó una experiencia de autonomía, una alternativa democrática de construcción de una cultura libertaria y emancipada respecto de los organismos financieros mundiales. El Gobierno de Cambiemos no solo está sordo a las voces del pueblo, sino que también da muestras de difamarlas y pretender censurarlas.
Para el neoliberalismo que gobierna, el pueblo representa un problema, una "pesada herencia" que hay que silenciar.
* Psicoanalista (UBA). Magister en Ciencias Políticas (IDAES). Autora de Populismo y psicoanálisis, Edit Letra Viva
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