
lunes 11 de julio de 2016
Creer o reventar
Detalles menores. Los macristas tienen derecho a cuestionar las percepciones negativas sobre la situación económica, y los kirchneristas, las positivas sobre el Gobierno.
La Argentina está viviendo un período político que contiene un rasgo realmente curioso. Algunos lo definirán como inexplicable y contradictorio, otros lo explicarán por el rol de los "medios concentrados". Pero nadie negará que es algo extraño, inesperado y que no ocurre muchas veces. Se trata de una combinación entre dos elementos que casi nunca conviven entre sí. Por un lado, mayoritariamente la gente cree que le va mucho peor que el año pasado. Y, por el otro, el nuevo gobierno, aun después de todo lo que pasó, goza de un consenso mucho mayor al que respaldaba a su antecesor, el mismo año, a la misma altura.
Cada vez que alguien apoya un análisis en encuestas, hay lectores que dudan. Así, a ambos lados de la grieta, los macristas tienen derecho a cuestionar las percepciones negativas sobre la situación económica y los kirchneristas las positivas sobre el Gobierno. En este caso, una y otra cosa están medidas por la misma gente. El disgusto con lo económico se expresa en el Índice de Confianza del Consumidor y la aprobación a la gestión actual en el Índice de Confianza en el Gobierno. Ambos son difundidos todos los meses desde hace una década. Y le han dado buenas y malas noticias en distintos momentos al gobierno anterior y, por lo que se ve, le está pasando lo mismo con el actual.
El Índice del Consumidor se elabora en base a una encuesta que pregunta a la gente cómo está su situación económica respecto de hace un año, cómo cree que va a estar dentro de un año, cómo ve la evolución de la economía desde hace un año, cómo imagina que va a evolucionar, qué tipos de bienes muebles ha comprado en el último año, qué planea comprar, por ejemplo. En los tiempos del kirchnerismo ha reflejado dos momentos muy bajos. Uno fue en el período 2008 y 2009, cuando, según el nuevo Indec, la economía cayó un 6 por ciento. El otro fue luego de la devaluación del 2014. La percepción de los consumidores en el último mes se parece a la de los meses posteriores a cuando Axel Kicillof tomó esta última medida: el frío 2014 se replica en el helado 2016.
El Índice de Confianza en el Gobierno se mide en base a una batería de preguntas sobre distintas cualidades de este: capacidad de gestión, honestidad, entre otras. Durante la década kirchnerista, se movió en distintas franjas. Fue altísima durante los primeros años de Néstor, alta a partir del 2006 y hasta la crisis del campo, bajísima entre 2008 y 2009, volvió a ser alta en los meses anteriores al triunfo de CFK en 2011, y luego se estacionó durante los cuatro últimos años a niveles muchos más bajos, pero sin descender nunca – salvo en períodos muy cortos – tanto como en 2008 y 2009. Actualmente, el gobierno de Macri goza de casi tanta confianza como el de Cristina cuando triunfó por el 54 por ciento y mayor al que tenía Néstor en los meses anteriores a la elección del 2007.
Creer o reventar.
Lo que nunca ocurrió, desde que ese índice inició su medición, es que durante largo tiempo – esta situación lleva seis meses – convivieran la caída abrupta de uno con la permanencia en las alturas del otro. Los analistas coinciden en que esa coincidencia no permanecerá en el tiempo. O el pesimismo económico se mantiene y arrastra hacia abajo al optimismo político o la situación económica mejora y se mantiene la confianza en el Gobierno, o se encuentran ambos elementos en un punto intermedio.
Pero, sea como fuere, nadie deja de sorprenderse ante semejante combinación de factores.
Tal vez una respuesta a la razón por la que ello se produce se pueda encontrar en un hermoso libro que se llama De animales a dioses. Una breve historia de la humanidad, escrito hace unos años por Yuval Harari, un profesor de la Universidad de Oxford. En sus primeros capítulos, luego de un largo desarrollo, el autor concluye en que el rasgo que, definitivamente, diferencia a los humanos del resto de las especies es su capacidad de hablar y apasionarse con cosas que no existen, como Dios, la Argentina, o el dólar. Ese detalle es lo que hizo, por ejemplo, que un croata, durante las guerras de los Balcanes, asesinara a un serbio conocido para defender a otro croata al que no vio en su vida: la creencia en que Croacia es algo real, algo que existe, y que lo define como tal. O que un norteamericano dispare, en nombre del Corán, contra una multitud en un boliche, porque siente que pertenece al Ejército Islámico: el Corán y el Ejército Islámico son ideas abstractas, no existen, ningún elefante o mono hablaría sobre cosas así y menos mataría por ellas. Según Harari, esa capacidad, que facilita la cooperación de millones de hombres que no se conocen detrás de un objetivo común, es la que nos permitió dominar el planeta tierra. El relato, para decirlo más sencillamente. O la fe en el relato.
El kirchnerismo ha sido un movimiento tan intenso y tan cinematográfico que, aun hoy, desflecado, en descomposición, opaca cualquier discusión sobre el macrismo. Así, el relato K se ha transformado en una entidad clásica. Y la capacidad que tienen los believers de Néstor y Cristina de convencerse, aun después de todo lo que saben, de que sus líderes son próceres, tiene una dimensión difícil de igualar. Néstor y Cristina son más que lo que ellos mismos fueron: son elementos casi celestiales, que no se manchan, que llenan de identidad a muchas personas, y que superan cualquier prueba de realidad porque, justamente, no pertenecen a la realidad. No existen y, de allí, su potencia.
Pero la adhesión, tal vez más lábil, de un sector muy significativo de la sociedad hacia el macrismo también contiene esos elementos de irrealidad. Desde el último tramo de la campaña en adelante, hay suficientes elementos para desconfiar del Gobierno. Mauricio Macri sostuvo que la liberación del mercado cambiario no generaría un brote inflacionario porque los precios ya estaban al nivel del dólar blue. Y, como se sabe, no fue así. Su ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay, calculó que la inflación de este año no superaría el 25 por ciento. Difícilmente sea inferior al 40 por ciento. El jefe del Banco Central, Adolfo Sturzenegger, afirmó que el aumento de tarifas no sería inflacionario. El mes del aumento fue el de mayor inflación en las últimas dos décadas. Los pronósticos de recesión fueron, todos, más benignos que la recesión que se produjo. Los últimos datos de recaudación son, realmente, estremecedores. En el debate previo a la segunda vuelta, Daniel Scioli afirmó, y el actual Presidente negó, que Macri planeaba un plan de ajuste que transferiría recursos hacia el sector agropecuario por medio de una devaluación, que aumentaría tarifas de manera muy radical, y que eso tendría efectos muy perniciosos para la actividad económica y el empleo. Sucedió todo eso.
Y, sin embargo, un sector notablemente importante de la sociedad cree que Macri está capacitado para resolver los problemas.
Más allá de que eso sea cierto o no, no hay ningún elemento objetivo que permita afirmarlo. Es una creencia, una cuestión de fe, una expresión de deseos, no muy diferente a la que expresa Luis D'Elía cuando dice que Cristina sigue siendo popular y que "hoy" es "Perón".
La gran pregunta es cuánto dura esa fe. Creyentes hubo siempre. Y cuanto más sectaria es la organización a la que pertenecen, cuanto más aislada está, más fanáticos son los que quedan. Pero en una democracia, lo que define no es la intensidad de una fe, sino la cantidad de los que pertenecen a ella, así su adhesión sea light.
¿A cuántas malas noticias de la realidad sobrevivirá la sorprendente fe en Macri y los suyos?
Tal vez no mucho, pero lo cierto es que ya le ha permitido sobrellevar largos y duros meses.
Aunque no se lo note tanto, el relato M ha sido muy eficiente.
Sería bueno que los beneficiarios de tanta paciencia miren en las historias que los precedieron.
Tarde o temprano se acaba.
Y vendrán otros relatos, otras creencias, otros actos de fe: solo así se puede sobrellevar la condición argentina, ese fenómeno que, indudablemente, existe.
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