La Tecl@ Eñe
miércoles 13 de julio de 2016
La ética política
Los gobiernos que se precien de reformistas o transformadores, deben alimentarse de una utopía social que supone un escalón moral elevado. La batalla democrática por una nueva ética política enfrenta la naturalización del hedonismo capitalista. La idea de la "causa" como el objetivo superior de la política borra la ética y genera los intersticios para la financiación espuria al tiempo que es la política misma la que hace posible que las ambiciones personales sean limitadas por leyes y normas que un mismo pueblo en democracia, debe darse sí mismo.
Por Ricardo Rouvier *
(para La Tecl@ Eñe)
"Mantenimiento del equilibrio fiscal y traje a rayas para los grandes evasores, en la seguridad de que si imponemos correctamente a los poderosos el resto del país se disciplinará."
Discurso de asunción de Néstor Kirchner el 25 de mayo del 2003.
Tensiones entre la política y lo moral
Es inevitable que entre la política y la moral se produzca una tensión alrededor de los valores y las prácticas. Maquiavelo escribía sobre el Estado y el arte de gobernar, en forma de recomendaciones para una República o un Principado. Estas ideas fueron transgresoras para una época que tenía como paradigma el Estado Cristiano; por eso su principal obra, El Príncipe, fue a parar al índex de libros prohibidos.
Maquiavelo señalaba con un realismo sorprendente: "si uno quiere un Estado estable y poderoso debe actuar de esta manera y de esta otra; mantener a la gente en la pobreza, por ejemplo, no vacilar en cometer crímenes y cosas por el estilo". No niega que la vida cristiana es la mejor, pero si se vive como se entiende en general - con humildad, libre de la ambición mundana - se debe estar preparado para ser oprimido, humillado, negado. Maquiavelo al escribir no pensaba en el pueblo, pensaba en el gobierno, y esto lo había recogido en su experiencia de permanecer dentro de los palacios, es decir, cerca de los que detentan el poder y lo que llegan a hacer para acrecentar o mantener el poder.
La hegemonía de la cultura judeo-cristiana determinó que era necesario separar el bien del mal, de tal modo que los pueblos no continuaran en el caos moral. La metáfora de Santo Tomás que señalaba la distancia entre Jerusalén de Babilonia, ratificaba la concepción binaria de la vida, y las pruebas a las que está sometido el hombre frente a la inminencia del pecado. La posibilidad de corrupción de los gobernantes se inscribía necesariamente en el mal. Y esto era sólo privativo de los hombres y su vida cotidiana, y no de la vida celestial. La secularización posterior y la delimitación de las esferas no anularon una concepción dualista sobre lo moral y lo inmoral, aunque la evolución de las culturas avanzó sobre la relativización.
Para Gramsci, el tema de la ética pública, es en su núcleo central la cuestión de la verdad; su transgresión es el engaño, la mentira. Había escrito, con mucho énfasis, que la verdad debería prevalecer siempre, independientemente de sus consecuencias. La búsqueda de la verdad y la aspiración a la veracidad en el quehacer político son congruentes con la externalización en el espacio público de las propias convicciones; y éstas deben hallar en su propia lógica la justificación de los actos que el hombre con sus creencias logra desplegar. Es decir, que la verdad es una meta y, también, un camino para alcanzarla.
Corrupción, financiación de la política y capitalismo global
Hoy, la corrupción pública de contenido económico se ha globalizado y abarca el arco ideológico. Fue favorecida por la creciente vinculación entre la gestión del Estado e intereses privados. A su vez, la predominancia de la comunicación mediática en la actividad política ha sometido más a la política a la necesidad de contar con los recursos económicos suficientes para posicionar o estimular al triunfo de un candidato, de una idea, de un proyecto. El carácter recaudatorio, hoy va de la mano de la pragmática política, por la aparición de los costos como un problema. La mayoría de las legislaciones de los países democráticos de Occidente tienen, o huecos legales, o normas envejecidas respecto a la relación entre política y fuentes de financiamiento. Hay un espacio abierto para facilitar la aparición de fuentes oscuras, y la manera de justificarlo legalmente.
Estos intersticios del financiamiento de la política, posibilitan la aparición de la "causa" como el objetivo superior que borra la ética, justifica las acciones y lava el origen de los recursos. La causa, generalmente en tiempos de la democracia liberal, es ganar una elección. Esto que ocurre está lejos, muy lejos, de lo que son acciones expropiatorias de un grupo revolucionario, que además en muchos casos entregaba recibos por los bienes obtenidos.
La consolidación de corporaciones multinacionales en los sectores de producción, financiero y de medios de comunicación, han posibilitado que esta cuestión se haya expandido. En los países centrales cuentan con burguesías poderosas, y los vínculos destinados al logro de ventajas en mercados, se unen al ritmo de un sistema económico que liga en forma institucional, la preservación y el estímulo de los intereses empresarios convirtiéndolos en los intereses de los Estados y luego, por efecto del enmascaramiento cultural, de las propias comunidades. Esta comunión de intereses es el logro de más alto nivel de las hegemonías mundiales, en que la corrupción está reglada pero oculta.
La práctica del lobby ha adquirido el estatuto curricular en varias universidades del mundo, y de ese modo queda legalizada la operación de los poderosos por intereses sobre gobiernos o legisladores, y sobre el presupuesto público. Como vemos, la corrupción se naturaliza, se legitima en el sistema; a pesar de que prevalece en la superestructura la opción del bien y del mal, y la ley para el castigo. En los países, en que la burguesía nacional como clase no existe, como es el de nuestro país, aparecen las prácticas más rudimentarias y bizarras de la corrupción, en que la clase es reemplazada por empresarios y testaferros amigos. El vínculo tradicional de la amistad nacida de la convivencia coterránea, sustituye a los gerentes y profesionales de las grandes multinacionales. En los ´90 tuvimos capitalismo de amigos, pero también hubo oportunidades para las multinacionales comprando las joyas de la abuela; en esas transacciones hubo flujo de coimas. Pescando con red es posible y factible que alguno quede enganchado como fue el caso de IBM-Banco Nación o Skanska.
Es indudable que es diferente la corruptela entre privados que entre el Estado y un privado. La diferencia fundamental es que los dineros del Estado son públicos, es decir son de la comunidad. Por lo tanto, más allá de posiciones más punitivas o más comprensivas respecto a la acción dolosa que llevan a cabo los seres humanos. La corrupción en las que interviene el Estado constituye, además del daño material, una fuerte violación de las relaciones que deben existir entre la Sociedad y el Estado; y entre los grupos sociales entre sí. Un hecho de corrupción que involucre a lo público lastima el tejido social, y afecta, también, la formación de las nuevas generaciones. Es desde una visión solidaria, inaceptable, porque el individualismo de los favorecidos por el dolo se confunde con la esencia más extrema del egoísmo.
Hace muchos años que uno cree o sabe que si se hiciera una auditoría del Estado a nivel nacional, provincial y local, el país estallaría llevándose, también, a una parte de las grandes empresas y algunas cámaras. Son los mismos que simulan azorarse ante los relatos que generan Báez y López, dos subalternos comparados con profesionales de los negocios que saben conseguir favores de la administración pública bajo un cerrado secreto.
Aunque no nos demos cuenta, en nuestro país la situación institucional es grave. Y no nos damos cuenta porque la corrupción está focalizada en un grupo de personas, como si fuera una pústula que sobresale de una piel sana. En realidad, hay una combinación espuria, con mucha historia por detrás, entre Estado, estamento político y empresario; e indiferencia de la sociedad.
La pasividad de la sociedad sobre las cuestiones de corrupción es un indicador sociológico, y de psicología social de primer orden respecto al estado o clima de la sociedad nacional en relación a sí misma. La verdad es que desde el vértice superior de la pirámide social o del poder hacia abajo, la corrupción, o las corruptelas, existen en todo el entramado social. Siendo, un número indeterminado de personas que intervienen en forma cotidiana en distintas prácticas de corrupción, como así también hay muchas, aunque también hay muchos ciudadanos que no nunca efectúan acciones de ese tipo. Es decir, hay una hipocresía colectiva de muchos ciudadanos que manifiestan su enojo o rechazo cuando aparecen estos fenómenos de megacorrupción, omitiendo sus corruptelas cotidianas.
Si bien no sabemos si López es el último de esta saga, hasta ahora es el último de una seguidilla que empezó en el episodio de La Rosadita. Sí sabemos que la incertidumbre sobre el futuro no es óbice para que el impacto en la opinión pública haya sido como una segunda derrota electoral para el kirchnerismo. El peronismo del PJ está tratando de diferenciarse para que no lo alcance la deflagración. Y hay muchos que quieren que esto quede perimetrado en un espacio acotado, y que no haya desborde.
La sensación es que en cualquier momento aparece otro acontecimiento que siga siendo materia prima; de la mejor, para el universo mediático, prisionero del aquí y ahora, de las extravagancias y de las operaciones. Y es obvio señalar que la diferencia de volumen de comunicación es mucho mayor la que apunta a pulverizar al kirchnerismo, que el que se ocupa de la corrupción de la familia Macri.
Imago, política y ética pública
Ante las imágenes, la corporación profesional de la política recuperó su pureza y miró de lejos para abjurar de Báez y López, que prestaron servicios a muchos, y a muchos indignados también.
Desde lo mediático se estimula el relato cinematográfico, con un guión acelerado y anticipado. Por eso, sobran los actos de fe de muchos que se visten de inocencia al punto que López parece un paracaidista polaco.
Repasemos rápidamente: Hay casi un centenar de ex funcionarios de la etapa kirchnerista inculpados de alguna acción dolosa más el presidente Macri. En la lista completa aparecen, además, la ex Presidenta, ex Ministros, Secretarios de Estado. Y si Néstor Kirchner viviera, seguramente también lo estaría, a partir de su amistad con el titular de la Constructora Austral, y en conjunto con las causas en las que se encuentra su esposa e hijos.
Desde el kirchnerismo, y a ante el hecho consumado, es una mala defensa el intentar igualar entre el "ellos" y el "nosotros". Pero, si el "nosotros", comprende a reformistas, o revolucionarios comprometidos con un proyecto superador, no es posible igualarlo. Se supone que el "nosotros" que se alimenta de una utopía social, constituye un escalón moral y ético por encima del "ellos"; y que la lucha democrática para vencerlos es también un combate moral. Porque ellos representan, consciente o inconscientemente, intereses, naturalización de la explotación del hombre por el hombre, discriminación, individualismo y egoísmo.
Por lo tanto, la indignación debería ser aún mayor en las filas del "nosotros", del mismo modo que el celo por aclarar Panamá Papers debe ser expresada con toda fuerza, desde la interpelación a las relaciones espurias entre lo privado y lo público. Esta posición no niega que el hombre tiene sus fortalezas y debilidades, y nunca la realidad responde a un modelo abstracto de lo humano. Ahora, si uno puede comprender que los seres humanos no son perfectos, esto no excluye el trabajo de mejorar la humanidad. Al contrario, lo hace más arduo, más desafiante. Esta lucha por la ética pública hasta ahora no ha aparecido.
Para el pensamiento y las prácticas que tienen eje en la democracia popular, el dinero del Estado es del pueblo y eso es intocable, y su destino no son los deseos personales. Sólo la decadencia cultural, que puede ser expresada por la derecha y a veces por la izquierda, permite un cambalache en que "todo es igual"/ "nada es mejor", como denunciaba Discépolo. El gran Discepolín no lo escribió como gracia o como ironía, sino que lo escribió con la angustia de la crisis del ´30.
Lo mejor para la política de transformación desde un gobierno popular, un gobierno para el cambio, es diferenciar en la legislación y en la sanción, al funcionario o ex funcionario del ciudadano de a pié. No hay medias tintas, se debe ser claro, si no, se cae bajo la captura de la hegemonía cultural capitalista que hace la ley para violarla en las sombras. López, o como se llame, ya no es un militante popular; es un esclavo de los contenidos de los bolsos con dinero, o que cuenta papeles con la imagen de Franklin. La foto de La Rosadita era de un grupo de personas sometidas al verde cipayo.
Es necesario que los militantes y dirigentes propongan una sociedad mejor, se constituyan en un ejemplo para la comunidad. Hay que dar pruebas de austeridad, sobriedad, humildad, evitando la soberbia (que siempre es autoritaria).
Por otra parte, hay muchos militantes, y no sólo jóvenes (¡basta de creer que los militantes son sólo jóvenes!), que hacen una vida de trabajo en función del semejante; en cambio, otros han caído en la lógica dirigencial que supone que su trabajo político debe recibir la mayor cantidad de beneficios que la sociedad burguesa dispone.
Lo que tenemos ante nuestra vista es una acción parcial, muy parcial, contra la corrupción. Deberíamos pedir que se profundice y complete. En primer lugar, dándole la importancia institucional que tiene el caso de los Panama Papers. En segundo lugar, hay que incluir la figura delictiva de Corrupción en el Código Penal, para lo cual el Congreso debe tomar la iniciativa.
La política es la tensión entre el ser y el deber ser; entre la realidad y el deseo. Es un error suponer que la actividad política esté exenta de las ambiciones del político y sus debilidades, o de las necesidades imperiosas de triunfar. Pero, es la política misma la que hace posible que las ansias personales, las pequeñas o grandes ambiciones, tengan un control, sean limitadas por las leyes y las normas que un mismo pueblo en democracia, se da a sí mismo. Pero, la confusión que existe entre proyecto global, general, colectivo, y el proyecto personal individualista, exitista, es resultado de una cultura posmoderna hegemónica que ha degradado las utopías y la política misma, poniéndola a merced de la chequera de las corporaciones; y de la cultura capitalista.
* Licenciado en Sociología, doctor en Psicología. Analista político y docente universitario.
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