sábado, 3 de septiembre de 2016

Los nombres del golpismo

La Tecl@ Eñe

Editor/Director: Conrado Yasenza

viernes 02 de setiembre de 2016

Los nombres del golpismo



Busto de Marco Tulio Cicerón en el Palacio de Justicia de Bruselas



Por       Horacio González   *
(para La Tecl@ Eñe)


        
¿Cuándo emplear el vocablo "golpismo"? Su prosapia política es extensa. La vieja expresión "ríos de tinta" le conviene. ¿Quién no ha escrito varias veces la palabra golpe, pensando en política, se entiende, y aún más, pensando en ese armatoste político a veces indescifrable llamado Estado? ¡Golpe de Estado! No es palabra auspiciosa, tiene valor acusatorio inevitable, y no se presta a grandes teorizaciones, como la Dictadura (Carl Schmidt) y el gran mito marítimo y monstruoso del Estado (Leviathan). Su valor en el lenguaje político habitual es el de acusar a ese exterior difuso respecto de los que están en el gobierno, observando maliciosamente que sus movimientos, cualesquiera que sean, afectan la institucionalidad. Esos difusos movimientos serían, entonces, "golpistas". En 2008, durante la reacción de los intereses exportadores agrarios contra la disposición arancelaria del gobierno de Cristina Kirchner, surgió sobre ellos la acusación de golpistas – si bien con el uso de un concepto que luego se expandió, "destituyente", que quería decir golpismo pero con un tipo de excavación cultural que horadaba creencias y formas de gobernabilidad. Ahora, el gobierno de Macri, menos sutil para elegir sinónimos sugestivos, habla a través de sus preocupados voceros (voceros indirectos, y que tratan de influir en el rumbo de los acontecimientos), de que hay una conspiración, un golpe y una desestabilización. Los "observadores" – gracioso eufemismo que usaba el periodismo hace muchos años- deberían pensar con cierta amargura bíblica que no hay nada nuevo bajo el sol.  Todo gobierno ve a sus contrincantes, a cada acto realizado en la vía pública, o a las marchas que recorren el territorio (tal, la marcha federal), como potencialmente golpistas. Este modelo perceptivo se ha impuesto en todo el mundo, y la prueba es que las ciencias políticas  – siempre atentas no a las grandes teorías sino al inmediatismo de la lengua política  - inventó el concepto rarefacto de "gobernabilidad". ¿A qué se debe esa conversión en adjetivo de la idea de gobierno? Simplemente, a que todo gobernante se siente siempre amenazado, y también a que los servicios de informaciones de todo gobierno, actúan también bajo el doblez inevitable de perseguir la ruta de las amenazas y al mismo tiempo provocarlas (a fin de realimentar el ciclo de las mañas defensivas). Pichetto desatiende estas circunstancias, y en sus preocupaciones sistémicas, consagra el inmovilismo político, una sociedad solo con debate parlamentario, anulando de su conciencia todo vestigio que lleva a una mínima comprobación de que en las tumultuosas sociedades globales, nada está quieto, y ese nihilismo del movimiento que también arrastra a todo los gobiernos y poderes, es el campo borroso donde actúan las derechas que lo son aunque se hayan desprendido de ese nombre. Solo Pichetto, tradicionalista, insiste en ser un clásico de las derechas, portar con orgullo ese nombre.


De alguna manera, las acusaciones mutuas de golpismo, más allá de la efectiva verosimilitud que tenían las del 2008 (interrumpir el flujo de las grandes rutas nacionales, a modo de una infantería ligera sostenida por la artillería pesada de las grandes fábricas de "contenidos comunicacionales"), son las características intrínsecas de la vida política, y no de ahora, sino desde lo que vagamente llamaremos la época clásica, donde el orden siempre se concibió bajo la coacción de sus fuerzas adversas. Un tramo famoso de Cicerón sobre el orador, postula que el sentido profundo de lo equitativo es hacerse cargo, en la propia persona, del sí-mismo, de los adversarios y los jueces. Itaque cum ille discessit, tres personas unus sustineo summa animi aequitate, meam, adversarii, iudicis. Vista hoy esta apreciación ciceroniana, que recoge Hobbes para su concepto de persona, nos debería llevar a redefinir las escenas políticas, con aquella misma ecuanimidad de los oradores romanos, hechas para escapar de los torneos donde cada uno le devuelve al adversario la misma acusación, tema también considerado por el orador clásico.

        
¿Es de esto que tenemos que hablar hoy en medio de las luchas políticas que atravesamos? Se trataría de una suerte de modo especular, donde los acusados ayer de golpistas acusan de golpistas a los anteriores denunciantes. Si fuera así, parecería haber un manual único, un libro básico o cartapacio del Buen Alumno, válido para todos los adversarios, al modo de la "summa ciceroniana", (pero si la entendiéramos mal), llevando en nuestra íntima conciencia "a mis adversarios y jueces". Con lo cual, acusado de desestabilizador, me vería a mí mismo acusado en el presente de lo mismo que antes le imputé a los que ahora me acusan, y siendo "corrupto", me situaría hoy en el presente acusando a aquellos que de eso mismo que me atribuyeron, devolviéndoles la moneda del mismo cuño, restituyéndoles a ellos la verdadera corrupción. ¿Pueden ser así las cosas, regidas por una estructura de similares opuestos, modulándose entonces por asimetrías complementarias la política, con la ocupación por turnos de cada casillero adverso por parte de cada poder actuante, en la sospecha de que lo están desestabilizando, anulando de su memoria que retorna como inculpador con lo mismo de lo que fue denunciado.? Retoma así el verbo del "desestabilizador-desestabilizado". Digamos entonces que la lucha, en su fondo, es por la verdad, y la gana el que pueda mostrarla con los mayores lazos de verosimilitud con lo real histórico, aunque se usen parecidos vocablos. 



La idea de que la política ("el ser de la política") se asemejaría a un "golpe de Estado todos los días", se la atribuye Marx a Napoleón III en su famoso "18 Brumario". La idea de "golpe" yacía muy desprestigiada en las tradiciones de izquierda, y solían denominar con el vocablo alemán "putsch" a los actos conspirativos-golpistas de la derecha (quizás la palabra comenzó a tener vigencia luego del fracaso del golpe de Hitler en Munich, año 1923). Con la palabra "putchismo", extraño engendro del idioma castellano, se daba a conocer la condena que sectores de la izquierda, en especial los ligados al trotskismo, destinaban a intentos de acceder al poder sin la fuerza de las masas, el respaldo de la sociedad, la movilización de los trabajadores, etc. En 1930, un extraño y ambiguo personaje, Curzio Malaparte, escribió un libro de gran circulación, con el sugestivo título de Técnica del Golpe de Estado, que mereció una aguda respuesta de Trotsky, pues lo convertía a él en un "putchista" en vez de un revolucionario que interpretaba constantemente las relaciones de clases y las tensiones morales e intelectuales que acompañaban a las crisis políticas. En la época de las "panzerdivisionen" mediáticas, todas estas "pathosformeln" (permítanme estos abusos) de la vida política han mutado.

        
Echando una sumaria mirada a los actuales acontecimientos argentinos, podemos notar con la "ecuanimidad ciceroniana" – es decir, con aquella conciencia tripartita casi tan famosa como la del "ello, el yo y el superyó", que es interiorizar en nuestro yo a nuestros adversarios y jueces - nos lleva a sugerir que la derecha argentina, aun ahora que ha arribado por votos al poder, tiene una conciencia golpista, pues no saben con qué respaldo efectivo de gobernabilidad cuentan (pues actúan con persistente conciencia de su ilegalidad), y le atribuyen a una fuerza democrática de oposición, un carácter golpista sistemático, que ven en cada acto que se realiza, siendo la única acción válida la que ocurriría en el parlamento. Allí el macrismo actúa cooptando a miembros del "peronismo". En verdad, diríamos, cooptando a signos y emblemas del peronismo, túnica que efectivamente adorna despachos de diputados y senadores. Otra política ellos no conciben que la de ser "cooptados", con lo que resulta tal insubstancial decirle traidores como pretender que "vuelvan" por ser portadores del mero ícono que aun invocan colgado en las paredes. Lo que ha ocurrido es superior a la voluntad de los individuos, porque ya yacía en la mera incrustación del ícono en las variadas biografías argentinas, puestas en la arcilla real de los tiempos. Lo que se impone, entonces, es actuar rehaciendo símbolos y no esperar que los iconográficos tardíos den marcha atrás con su galería de fotos.


Para el macrismo, marchas y actos en plaza pública son automáticamente "golpistas", y mucho más cuando se utiliza la palabra "resistencia", que entendida cabalmente, es un componente esencial de todo poder democrático. Es el nudo último de la democracia, el otro resistente que ella misma crea, y que no sería tal cabal democracia, si no lo generara. Si ella quiere ser vital, debe comenzar a respetar el concepto de resistencia, el único perdurable en la definición del acto político, pues es su secreta dialéctica. Lo democrático es siempre lo incompleto o lo que no se consuma sino parcialmente, debido a la tendencia a la cristalización y egolatría que tienen todos los poderes generados por la propia democracia. Cierra así los flujos sociales, que por serlo nunca tienen cierre. La democracia se quiere ver solo fraccionada en "tres poderes", pero el poder real de las derechas se expresa cuando diluye sus límites y facultades, y los entremezcla de tal forma ("partido judicial", "justicia mediática", "corporación empresarial", "estado mayor mediático", etc.) que es necesario que subsista la democracia a través de la acción a contrapelo de la resistencia. Esta no disminuye a la democracia, sino que la amplía, y los poderes reinantes, al declarar a la resistencia como imposible, tienden a emplear métodos dictatoriales en el seno mismo de la democracia, que queda solo como una forma tibia o fría del modo originario de un poder que luego se disturba o subvierte él mismo, por su propios protocolos o procedimientos arbitrarios. Al presentarse como represivos, se encuentran con que reprimen a la forma efectiva de la democracia. La conciencia interna más soterrada del macrismo es golpista, núcleo de verdad que se obtiene excavando con cuidado y procederes aptos, las capas de lenguaje "republicano" con los que ha obtenido un descolorido esmalte, un pobre barniz.


Pues el macrismo no ha tenido nunca esta noción de resistencia, por eso se apresta a ser represivo. La resistencia alimenta la democracia y el vigor de la vida política de las sociedades a partir de una redefinición de la fuerza del débil, que sabe resguardar en sí al "otro", que constituye su persona política con su yo, sus jueces y adversarios. De allí surge un pensamiento político renovado, única forma de no repetir la misma ficha acusatoria (corruptos, conspiradores, etc.) y devolverla dada vuelta por encima del muro. Si somos, es porque somos nosotros mismos, los otros y los que nos juzgan, a los que vemos por su envés sin hacer lo mismo que ellos. Juzgar no puede ser, no podrá ser en lo sucesivo, sino una acción que parta, también, de la crítica al sí-mismo, o lo actuado antes, a lo deficiente que hubo en las acciones precedentes de ese sí-mismo. ¿No deberemos escuchar con más insistencia ese tramo del juicio, y de lo que en juicio hay de juzgamiento a nuestras propias actuaciones?

        
Estamos dentro de los ciclos electorales y es preciso realizar una gran elección en 2017. ¿Quiénes? La democracia resistente. El macrismo está dentro de ese ciclo con su sigilosa conciencia golpista, renovada por la filigrana de finas operaciones (propias de los servicios de informaciones nacionales e internacionales, de la gran prensa, de los entes judiciales, de los poderes financieros clandestinos) y por su sustitución de los términos de la política (en vez de "ideas", "soluciones"[1]). Esto último llama la atención. La persona política –por eso citamos Cicerón, nada más que para renovar el elenco habitual de citas- tiene siempre diversos estratos internos. No se trata de una "persona política" que un día dice algo ("no soy conducción sino militante") y los militantes se sienten obligados a responder subsiguientemente "sí, es conducción". Por supuesto, todos comprenderán que aquí el nombre de Cristina Fernández debe incluirse. Si su "persona política" dice que "no es conducción", se trata de un concepto de decisiva importancia en su auto-reflexión. No existe, no cabe un político sin la mencionada autoreflexión, lo que incluye una pesarosa tarea de autoanálisis, ensayos de impugnación a sí mismo y un renunciamiento interno que es una categoría profunda del yo, no una inducción causal para que el efecto sea la consabida movilización anti-renunciamiento. No, no. La democracia resistente es una en la cual cada persona política examina su conciencia partida en distintos segmentos de tiempo, memoria y lugar. ¿No se trata de que todos, del primero al último, hagamos lo propio? Eso es lo que permite pasar de acusado a acusador, pero no invirtiendo los mismos términos de la acusación, en acto de rutina, sino mostrando que la democracia en resistencia y la resistencia democrática son "varias personas en una", debido a lo cual puede pensar a sus adversarios y jueces, y a un tiempo, señalando una escisión o diferencia con ellos. Puesto que los conoce, cuando los recusa, y aun sintiéndose dentro de las máximas dificultades, habla porque es mejor que ellos. Si recibe el aforismo de que es golpista de quienes en cambio sí lo fueron, debe refutar esta torpe sentencia haciendo uso de un poder democrático diferente, en el interior del ciclo electoral, en el interior de una memoria política, en el interior de un debate no simplista sobre la conducción, en el interior de un signo de carácter frentista y en el interior de una noción de la política que nunca tiene asegurados sus fundamentos últimos. Y es en este último sentido, que la resistencia democrática es la única que permite testificar por la continuidad de una herencia política, que al insistir sobre sus temas fundamentales, ya es otra.


*    Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional
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[1] En cierta época de las campañas de Balbín, el partido radical de "altri  tempi" quiso  modernizarse, y en vez de la clásica consigna "Balbín conducta", se inventó  "Balbín solución". Un antiguo radical meditó entonces que esa derivación desde el mundo ético al mundo del pragmatismo, significaba un descalabro partidario muy profundo. Tenía razón.






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