miércoles, 10 de agosto de 2016

“América Latina ha,estado a la vanguardia en luchar contra el ataque neoliberal”, Noam Chomsky




MUNDO


"América Latina ha,estado a la vanguardia en luchar contra el ataque neoliberal"



Por      Noam Chomsky    (1)



Noam Chomsky brindó una conferencia magistral en el Foro por la Emancipación y la Igualdad,  (2)

en la que analizó el contexto geopolítico mundial y el rol de los Estados Unidos luego de la 

Segunda Guerra Mundial y los avances de América Latina en la lucha contra las políticas de 

ajuste y austeridad.


Han pasado setenta años desde el final de la guerra más horrenda de la historia de la 

humanidad. Quisiera revisar algunos de los desarrollos que se han llevado a cabo durante este 

periodo y lo que ellos sugieren acerca del futuro. Uno de los más espectaculares se produjo sin 

duda en América Latina: por primera vez en 500 años, la región ha dado pasos significativos

hacia su liberación del dominio imperial. Son procesos de un significado histórico muy profundo, 

que incluyen avances importantes hacia la integración y hacia enfrentar problemas internos 

extremadamente graves que habían impedido el crecimiento saludable de lo que debería ser una

de las regiones más dinámicas y prósperas del mundo.


Si quisiéramos repasar la evolución del sistema internacional en el periodo post Segunda Guerra 

Mundial, una buena manera de comenzar sería haciendo una reseña de dos conferencias 

occidentales hemisféricas: la de Chapultepec, México, de febrero de 1945, convocada por 

EE.UU, y la VI Cumbre de las Américas, que se llevó a cabo en la Cartagena, Colombia,

en abril de 2012. Ambas conferencias fueron radicalmente distintas, y su diferencia indica 

elocuentemente cuál es la evolución de los asuntos mundiales.


En 1945, los Estados Unidos estaban en una posición de fuerza abrumadora sin precedente en 

la historia.  Mucho antes de la guerra, habían sido la sociedad más rica del mundo, con ventajas 

inigualables. Durante el enfrentamiento, las otras potencias industriales resultaron muy dañadas

o quedaron casi destruidas, mientras que la economía estadounidense creció exponencialmente.


La producción industrial se cuadruplicó y el desarrollo tecnológico durante la guerra sentó la 

base  para el crecimiento posterior.


Estados Unidos poseía entonces la mitad de la riqueza del mundo junto con un predominio 

militar sobrecogedor y una posición de seguridad sin igual; controlaba el continente, ambos 

océanos y sus márgenes opuestas. Y sólo ellos tenían el arma definitiva: la bomba atómica. No 

es de sorprender que, en esas circunstancias, tuvieran la intención de organizar el mundo de

manera que satisficiera las necesidades de la economía norteamericana, lo  que significa las 

necesidades de los sectores dominantes dentro de la sociedad norteamericana, es decir, el 

poderoso sector corporativo.


Los planificadores determinaron que en el mundo de posguerra, los EE.UU. debían tratar de 

detentar un poder sin cuestionamiento, indiscutido, actuando para asegurar la limitación de 

cualquier intento de soberanía por parte de los Estados que pudieran interferir con sus planes

mundiales. Desarrollaron una política integrada para conseguir la supremacía, militar y 

económica en el "área grande", que incluía, por lo menos,, el continente occidental, el ex imperio 

británico y el lejano oriente y la,mayor extensión posible de Eurasia, sobre todo el núcleo 

industrial de Europa occidental. Estos planes fueron detallados e implementados. Gran

parte del trabajo fue realizado por el personal de planificación política del, Departamento de 

Estado, dirigido por George Kennell, un arquitecto del,mundo de posguerra. La principal tarea 

era ,conseguir el centro europeo, y un objetivo importante era restaurar el orden tradicional, lo 

que implicaba incluir a los colaboradores fascistas y destruir la resistencia antifascista que

tenía un peligroso compromiso con la democracia radical. Europa iba a ser reconstruida de  

manera que quedaría integrada dentro del sistema mundial de capitalismo de Estado dominado 

por Estados Unidos, con el papel principal asignado a las corporaciones multinacionales que

en ese momento adquirían su formato moderno. A las otras regiones del mundo se les asignó lo  

que dio en llamarse "funciones" dentro del sistema general. Así, por ejemplo, una de las f

funciones principales del Sudeste Asiático fue proporcionar materias primas para la recuperación  
de las ex potencias imperiales, para que pudieran importar el excedente industrial de EE.UU.  Se 

consideró que África no era de importancia – concepto que fue revisado recientemente –  de 

modo que su función sería ser explotada por Europa para su reconstrucción.


Una política oficial siguió articulando estos compromisos. Por ejemplo, el Memorando 5432 del 

Consejo de Seguridad Nacional, de 1954, consideró que los intereses estadounidenses estaban  

amenazados por los regímenes radicales y nacionalistas que respondían a las presiones 

populares para una mejora inmediata del bajo nivel de vida de las masas y el desarrollo

para las necesidades domésticas, tendencias que entraban en conflicto con la necesidad de un 

clima político-económico conducente a la inversión privada y a la adecuada repatriación de

utilidades.  En algunos aspectos, AméricaLatina era un caso especial. El área grande sería un 

sistema abierto, que en la práctica significaba abierto a la penetración económica de Estados 

Unidos y a su control político.  Esto significaba que los sistemas de referencia imperial antiguos y

todos los agrupamientos regionales iban a ser eliminados, con una sola excepción.


Como explicó el Secretario de Guerra, Stimson, los EE.UU. controlarían nuestra pequeña región 

de "por acá" (en referencia a América Latina), que seguiría siendo nuestro sector regional. La 

conferencia de Chapultepec de febrero de 1945 fue convocada por Estados Unidos para fijar las 

reglas de juego para los países de América Latina, y se impuso una Carta Económica de las  

Américas que declaraba que el nacionalismo económico debía ser eliminado en todas sus

formas, con la tácita excepción del propio EE.UU., en donde se estaba  aplicando mucho más 

vigorosamente que en épocas anteriores. La preocupación principal de Washington era la 

filosofía del nuevo nacionalismo en América Latina, que procuraba una mayor distribución de la 

riqueza, elevaba el nivel de vida de las masas y sostenía que el principal beneficiario del 

desarrollo de los recursos de un país debían ser los habitantes de ese país.  Esas ideas eran 

inaceptables. Como afirmó Kennell, Estados Unidos debía asegurar la protección de sus materias

primas aunque estuvieran en otro lugar del mapa, y los primeros beneficiarios debían ser los 

inversores norteamericanos y no los habitantes del país de origen. En estas circunstancias,

la Carta Económica de 1945 fue aceptada en América Latina y no hace faltar revisar cómo se 

implementaron las políticas en los años siguientes.


Casi setenta años después tenemos la Cumbre de Cartagena de 2012. Su resultado está bien 

resumido en el titular de la prensa jamaiquina: "La cumbre demuestra cuánto ha decaído la 

influencia yanqui". La conferencia no pudo llegar a decisiones por consenso porque EE.UU. y 

Canadá estaban aislados en la mayoría de los temas principales. Uno de ellos era la

incorporación de Cuba en la organización, y otro, los pasos para revertir la guerra antinarcóticos, 

patrocinada por Estados Unidos, que ha sido un gran desastre para América Latina. El anfitrión 

de la cumbre fue el,principal aliado de Washington en América del Sur, el presidente Juan

Manuel Santos, de Colombia, quien condenó abiertamente la políticam unilateral de impedir el 

acceso de Cuba y pidió que se reconsiderara la destructiva guerra contra las drogas. Su postura 

fue apoyada incluso por el presidente guatemalteco Pérez Molina, otro aliado de EE.UU. en la

región. En ambos casos, los países de América del Norte rechazaron las exigencias del 

hemisferio. Hubo también un tercer tema: el pedido de apoyo de Argentina por el conflicto de 

Malvinas; nuevamente EE.UU. y Canadá estuvieron solos en la oposición.


Todo esto era inimaginable hace algunos pocos años. El aislamiento de estos dos países de

América del Norte queda todavía más marcado por la formación de nuevos agrupamientos 

regionales como Unasur y CELAC, que incluyen a todas los países del continente menos EE.UU.

y Canadá. Los pasos recientes de Obama hacia la normalización de las relaciones con Cuba 

ciertamente se ven impulsados por un esfuerzo para impedir el aislamiento total de lo que solía 

ser "nuestra pequeña región de por acá" que hacía lo que se le decía. Pero ya no.


La comparación de estas dos conferencias es una manifestación de la decadencia de Estados 

Unidos, que se ha convertido en un tema de debate y de discusión en los últimos años. Por  

ejemplo, el Journal de la Academia de Ciencia Política de EE.UU. declaró en uno de sus últimos

números que, mientras que hace unos pocos años atrás el país había sido proclamado como un 

coloso, como una potencia y un atractivo sin igual que avanzaba por el mundo, en la actualidad 

está en decadencia y enfrenta de manera inquietante la posibilidad de su declive final.


El corolario que normalmente se deduce de estas reflexiones es que el poder pasará a China 

durante el próximo siglo. Hay cierta verdad en estas quejas. Pero hay que esbozar algunas 

salvedades. A pesar de su desarrollo económico y de su creciente papel internacional, China 

sigue siendo un país muy pobre que enfrenta problemas muy graves en su interior.

El mundo ciertamente es cada vez más diverso. Pero a pesar de la decadencia de EE.UU., no 

hay en el futuro próximo un contendiente para el poder hegemónico mundial. Más aun, la 

decadencia no es un fenómeno reciente. Ha estado en marcha desde que se alcanzara el punto

máximo del poder de EE.UU. en 1945. Pronto este poderío comenzó a erosionarse con la 

independencia de China en 1949, lo que en el discurso estadounidense fue interpretado como la 

"pérdida" de China. Esa "pérdida" se convirtió en un tema central de la política interna, incluyendo

el auge de la represión macartista, que pretendía establecer quién era el responsable. Y 

enseguida en la década del 50 aumentó la preocupación por la posible "pérdida" del Sudeste 

Asiático y otras regiones. La terminología es interesante. Uno sólo puede perder aquello que uno

posee. El presupuesto tácito es que los Estados Unidos son dueños del mundo por derecho. Lo 

cual no era un presupuesto poco razonable en el contexto del periodo de posguerra, al principio 

por lo menos.


La decadencia, sin embargo, era inevitable a medida que la industria se reconstruía y la 

descolonización seguía su angustioso avance. Para 1970, la participación de EE.UU. en la 

riqueza mundial había bajado a 25%, lo cual era todavía enorme, pero muy inferior del 50% que

había alcanzado. El mundo industrial se estaba convirtiendo en tripolar, con grandes centros en 

Estados Unidos, Europa y Asia – que en ese momento era Japón-céntrica y ya se estaba 

convirtiendo en la región más dinámica del mundo –.


Otro cambio importante se produjo tras la caída de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. 


Una de las mejores maneras de comprender la realidad de este enfrentamiento es considerar lo 

que ocurrió cuando terminó. Durante el gobierno de Bush, se declaró la continuidad de la

mayoría de las políticas, pero bajo distintos pretextos. El gran establecimiento militar se 

mantuvo,  ya no para defendernos de los rusos, sino para confrontar la sofisticación tecnológica 

del Tercer Mundo. Uno no tendría que reírse demasiado sobre esto.


De la misma forma, se estableció mantener la base industrial de la defensa, es decir, un 

eufemismo por industria de avanzada, que dependeen gran medida de los subsidios e iniciativa 

gubernamental.  Las fuerzas de intervención debían mantenerse apuntadas hacia el Medio 

Oriente, donde los problemas graves ya no podían ser atribuidos al Kremlin. Esto iba  en contra

de cincuenta años de engaño. Se reconoció silenciosamente que los enfrentamientos siempre 

habían sido producto del nacionalismo radical, es decir, contra todos los países que siguieran un 

curso independiente que violara los principios del área grande.


Los principios no se modificaron. El presidente Clinton, tras asumir el poder declaró que los 

Estados Unidos tenían derecho de usar su fuerza militar en forma unilateral para asegurar el 

acceso irrestricto a los mercados clave, a los recursos energéticos y a los recursos estratégicos, 

y debían tener fuerzas militares desplegadas en posiciones de avanzada en Europa y Asia para 

forjar las opiniones de los pueblos sobre ellos y para afectar los eventos que pudieran impactar 

sobre su sustento y seguridad.


Todo eso bajo el gobierno de la década del 90.


Los lanza-aviones, en lugar de ser reducidos, como la propaganda nos había hecho esperar,

fueron expandidos por la OTAN hacia el Este, en violación a las promesas hechas a Gorbachov.

Cuando este se quejó, se le dijo que nada estaba por escrito y que si era lo suficientemente 

ingenuo como para creer las promesas de los funcionarios de Estados Unidos, ese era su 

problema. La OTAN sd había convertido en una fuerza de intervención global bajo el mando 

norteamericano, con la tarea oficial, ya no de detener a los rusos, sino de controlar el sistema

energético internacional: las vías marítimas, los oleoductos, etcétera.


Mientras tanto, la decadencia continuó. Se perdió Sudamérica, y eso fue un problema serio;

e incluso más serios serían los movimientos hacia la independencia de Medio Oriente. La

planificación después de la Segunda Guerra reconoció que el control de los recursos 

incomparables de Medio Oriente daría un control sustancial del mundo. Y consecuentemente, la 

pérdida de ese control amenazaba el proyecto de dominio global que estaba muy bien articulado 

desde la Segunda Guerra y que se había sostenido sin cambios frente a las importantes 

transformaciones en el orden mundial. 

Durante un tiempo pareció que la Primavera Árabe podía llegar a ser un resurgimiento del 

nacionalismo independiente. Se hicieron todos los esfuerzos para evitar esto. Primero lo hizo 

Francia en su independencia tunecina. Después Estados Unidos e Inglaterra en sus dominios 

tradicionales. 


Estados Unidos ahora está apoyando la dictadura brutal del general Al-Sisi que está conduciendo

a Egipto a sus días más oscuros. En las dictaduras petroleras los tibios intentos reformistas 

fueron prácticamente aplastados. Desde entonces se ha caído en un terrible desastre, mientras 

que los Estados más importante siguen en sus manos. El eje impulsor de la política de Estados 

Unidos a lo largo del periodo, heredera de los precursores en gestión global, fue la preocupación

por el nacionalismo radical y la "falacia" intolerable de que los principales beneficiarios de la 

riqueza de un país deben ser los propios ciudadanos y no los inversores estadounidenses. Esto 

también se ve en el propio país, donde se aprecia una guerra constante entre las clases 

empresariales altamente conscientes contra su enemigo doméstico: la población general. La 

democracia radical que barrió gran parte del mundo durante la Segunda Guerra Mundial llegó a 

los Estados Unidos y ameritó una dura respuesta para restaurar la obediencia y socavar los 

esfuerzos de las medidas reformistas del New Deal. Este coletazo comenzó tras el fin de la 

Segunda Guerra, montándose sobre la histeria anticomunista de los primeros años de la Guerra

Fría, invocando la realidad de China y el control de Rusia de sus dominios de Europa del Este – 

que no hacía otra cosa que replicar lo que Estados Unidos y sus vastos clientes estaban 

haciendo en otras partes del mundo –. El ataque contra la población fue ralentizado por los 

compromisos de las primeras reformas del New Deal y por el boom económico de las primeras 

décadas de posguerra, que se afirmó principalmente en el dinamismo del sector estatal en la 

economía y que se llevó a cabo dentro del marco regulatorio del capital y las finanzas del sistema

 de Bretton Woods.


En este momento, EE.UU. está en decadencia y enfrenta de manera inquietante la posibilidad de

su declive final. El corolario que normalmente se deduce es que el poder pasará a China durante 

el próximo siglo. Pero a pesar de su desarrollo económico y de su creciente papel internacional, 

China sigue siendo un país muy pobre que enfrenta problemas muy graves en su interior.


La ola de democracia radical que barrió gran parte del mundo durante la Segunda Guerra 

Mundial llegó a los Estados Unidos y ameritó una dura respuesta para restaurar la obediencia y 

socavar los esfuerzos de las medidas reformistas del New Deal. Guerra, y que se había 

sostenido sin cambios frente a las importantes transformaciones en el orden mundial.


Durante un tiempo pareció que la Primavera Árabe podía llegar a ser un resurgimiento del 

nacionalismo independiente. Se hicieron todos los esfuerzos para evitar esto. Primero lo hizo 

Francia en su independencia tunecina. Después Estados Unidos e Inglaterra en sus dominios

tradicionales. Estados Unidos ahora está apoyando la dictadura brutal del general Al-Sisi que 

está conduciendo a Egipto a sus días más oscuros.


En las dictaduras petroleras los tibios intentos reformistas fueron prácticamente aplastados. 

Desde entonces se ha caído en un terrible desastre, mientras que los Estados más importante 

siguen en sus manos. El eje impulsor de la política de Estados Unidos a lo largo del periodo, 

heredera de los precursores en gestión global, fue la preocupación por el nacionalismo radical y 

la "falacia" intolerable de que los principales beneficiarios de la riqueza de un país deben ser los 

propios ciudadanos y no los inversores estadounidenses.


Esto también se ve en el propio país, donde se aprecia una guerra constante entre las clases

empresariales altamente conscientes contra su enemigo doméstico: la población general.


La democracia radical que barrió gran parte del mundo durante la Segunda Guerra Mundial

llegó a los Estados Unidos y ameritó una dura respuesta para restaurar la obediencia y socavar

los esfuerzos de las medidas reformistas del New Deal. Este coletazo comenzó tras el fin de

la Segunda Guerra, montándose sobre la histeria anticomunista de los primeros años de la

Guerra Fría, invocando la realidad de China y el control de Rusia de sus dominios de Europa

del Este – que no hacía otra cosa que replicar lo que Estados Unidos y sus vastos clientes 

estaban haciendo en otras partes del mundo –. El ataque contra la población fue ralentizado por

los compromisos de las primeras reformas del New Deal y por el boom económico de las 

primeras décadas de posguerra, que se afirmó principalmente en el dinamismo del sector estatal 

en la economía y que se llevó a cabo dentro del marco regulatorio del capital y las finanzas del 

sistema de Bretton Woods.


Esta situación ya estaba cambiando a fines de la década del 70. El  ataque neoliberal comenzó a 

adoptar una nueva forma, se aceleró durante los años de Reagan-Thatcher, persistió después de

ellos, y se convirtió en un ataque mundial sobre los derechos humanos básicos y la democracia.


Tras el colapso de las regulaciones, las crisis financieras comenzaron a  aparecer por primera 

vez desde la depresión. Para los perpetradores – las instituciones financieras y los bancos –  las 

crisis no son un problema muy serio porque hay una política de gobierno tácita que los protege 

de cualquier amenaza. Esto va más allá de cualquiera de los rescates bien publicitados y tiene 

un  gran impacto en el Fondo Monetario Internacional, que estima que eventualmente todas las 

ganancias de los principales bancos de Estados Unidos dependen de la política de seguros 

gubernamental.


Es decir, de los pagos de los contribuyentes. 


Esto sostiene un acceso al crédito barato, calificaciones de créditos infladas, incentivos para 

llevar a cabo transacciones rentables a corto plazo, etc. La prensa comercial en Estados Unidos 

estima que el subsidio de los contribuyentes a los grandes bancos es de más de 80 millones al 

año. Esto tiene su contraparte en Europa, donde la Unión Europea rescata a los países 

meridionales que terminan haciendo pagos a los bancos alemanes y del norte, que dan 

préstamos rentables y riesgosos y naturalmente quieren el costo transferido. A las empresas y a

los ricos les va bien. Distinto es el caso de la sociedad.


La mayoría de la población estadounidense sufrió, en el periodo neoliberal, estancamiento o 

declinación. Los salarios reales de los trabajadores masculinos están hoy en día al nivel de 

1968. 

Hay mucho crecimiento, pero este no se destina a los trabajadores. Y el resto del panorama es

conocido en la mayor parte del mundo de una manera u otra. La última crisis, la más grave desde

la gran depresión, suministró herramientas para socavar las medidas democráticas sociales que, 

de alguna manera, habían reducido el dominio del capital privado, especialmente del capital 

financiero, que se ha expandido desde la ruptura del pacto de Bretton Woods. Estas 

herramientas han sido utilizadas con gran efecto en Europa bajo el impulso de los bancos

alemanes y la burocracia de Bruselas. En términos económicos, las políticas de austeridad

durante la recesión han sido desastrosas, como incluso el FMI lo reconoce; pero en términos de 

la lucha de clases, están teniendo éxito en erosionar el Estado de Bienestar y la democracia 

popular.

América Latina ha estado a la vanguardia en la lucha contra el ataque neoliberal, como lo 

demuestran los nuevos movimientos que surgen también en Europa del sur, como Syriza en 

Grecia – país que ha sido brutalizado por las políticas salvajes de la troika – y Podemos en 

España - donde la población también sufrió muchísimo por las políticas bancarias de ajuste y 

austeridad –.  Ahora, el sistema capitalista estatal global está en uno de sus peores periodos de 

crisis. El resultado, como siempre, dependerá de cómo el público responda.


No quiero concluir sin mencionar que la crisis es mucho peor de lo que yo he descripto. Todos 

los que tenemos los ojos abiertos comprendemos que la especie humana está al borde del 

precipicio, peligrosamente cerca del suicidio virtual. Hay dos sombras oscuras que se ciernen 

sobre lo que nosotros discutimos: la guerra nuclear y la catástrofe ambiental. El Boletín de 

Ciencia Atómica, en EE.UU., habla del "reloj del Apocalipsis", que hace una semana se movió 

dos minutos más cerca de la medianoche.


Y la medianoche es la destrucción última. 


Esto es la peor crisis de los últimos treinta años. Y cada una de estas amenazas – la guerra 

mundial y el desastre ambiental – está creciendo.


Han pasado setenta años desde que la civilización más avanzada creara los medios de 

destrucción última y los aplicara con efectos horrendos. El ex jefe del comando estratégico de 

los  EE.UU., Jeremy Lee Butler, concluyó que "hasta ahora hemos sobrevivido a esta era nuclear 

gracias a una combinación de destreza, suerte e intervención divina, y sospecho que lo último ha 

sido en gran proporción". 


Cualquiera que revise este historial pasmoso puede entender fácilmente estas palabras. Es un 

registro de cientos y miles de "casi accidentes", algunos de ellos sólo evitados momentos antes 

del desastre total, y también de impactantes decisiones de líderes políticos. Que hayamos 

escapado a la destrucción hasta hoy es casi un milagro y ahora mismo están redoblando los 

tambores.


Para la amenaza de las armas nucleares al menos conocemos la solución: deben ser eliminadas.


Esto es requerido por el tratado de "No proliferación" de la década del 70. Y también por la 

menos conocida decisión de la Corte Mundial de 1996, que ratificó esta obligación del tratado de

no proliferación. En contraste dramático, Estados Unidos acaba de anunciar un programa de un 

billón de dólares de modernización de armas nucleares, y las potencias menores, por su parte, 

están haciendo lo propio.


Por el contrario, no está claro que sepamos cómo superar la catástrofe ambiental. Sin embargo 

hay formas de mitigar y quizás superar esta crisis.


Estas están siendo perseguidas de una manera muy tímida, mientras que las sociedades están 

en una carrera cada vez más veloz hacia su catástrofe.


Es un resultado bien probado de la ciencia contemporánea que los combustibles fósiles en el 

suelo deben quedarse allí, si nuestros nietos tienen alguna esperanza de sobrevida decente. 

Mientras tanto las corporaciones energéticas principales están dedicando todos sus esfuerzos a 

extraer hasta la última gota posible de combustibles fósiles. Los vemos abriendo nuevas

zonas de extracción y subsidiando a industrias letales. Y los medios se muestran  eufóricos 

acerca de las maravillas de esta nueva tecnología que acelera esta carrera hacia el desastre.


Todo esto es exactamente lo que deberíamos esperar dentro de la lógica de las sociedades de 

mercado. Dentro de las numerosas fallas de mercado, como dicen los economistas, se encuentra

la "ignorancia de las externalidades", es decir, el impacto de una transacción en las personas

que no están involucradas en ella. En este caso es el impacto de la extracción de los 

combustibles fósiles en nuestros nietos. Una deficiencia que no es meramente perjudicial en 

este  caso, sino también letal.


En nuestras plutocracias globales llamadas democracias, es de gran importancia entender el

pensamiento de aquellos que la prensa empresarial llama los "maestros de la humanidad", la 

élite bancaria corporativa. Ellos tienen una reunión anual en Davos, Suiza; han tenido su 

asamblea anual hace una semana. ¡Qué coincidencia, al mismo tiempo que el reloj del 

Apocalipsis se acercó dos minutos hacia la medianoche! Todos los años se hace una encuesta a

los presidentes de las empresas más importantes y se les pide que hagan un ranking de los 

riesgos que enfrentan. El cambio climático no estaba en la lista por falta de interés en el tema. El 

riesgo más terrible que ellos percibían era la sobrerregulación.


Es evidente que el sistema regulatorio débilmente implementado es una amenaza para la 

sobrevida. Los riesgos de catástrofe ambiental y nuclear son tan extremos que nunca serán 

aceptados por ningún decisor en su sano juicio, en el gobierno o en el sector privado. Sin 

embargo, están siendo aceptados por líderes que están en su sano juicio pero que están  

atrapados en una lógica institucional que es altamente patológica y  que debe ser curada 

rápidamente si el experimento humano ha de seguir adelante. 



1     Colaboró con la desgrabación Agustín Prestifilippo.

2     Organizado por la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento

Nacional
, Ministerio de Cultura de la Nación, los días 12, 13 y 14 de marzo de 2015.

Conferencia magistral: http://foros.cultura.gob.ar/




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