martes, 9 de agosto de 2016

COMANDO AMELIA




1935. Buenos Aires: Evita.
(por Eduardo Galeano)

"Parece una flaquita del montón, paliducha, ni fea ni linda, que usa ropa de segunda mano y repite sin chistar las rutinas de la pobreza. Como todas vive prendida a los novelones de la radio, los domingos va al cine y sueña con ser Norma Shearer y todas las tardecitas, en la estación del pueblo, mira pasar el tren hacia Buenos Aires. Pero Eva Duarte está harta: trepa al tren y se larga.
Esta chiquilina no tiene nada. No tiene padre ni dinero; no es dueña de ninguna cosa. Ni siquiera tiene una memoria que la ayude. Desde que nació en el pueblo de los Toldos, hija de madre soltera, fue condenada a la humillación, y ahora es una nadie entre los miles de nadies que los trenes vuelcan cada día en Buenos Aires, multitud de provincianos de pelo chuzo y piel morena, obreros y sirvientas que entran en la boca de la ciudad y son por ella devorados: durante la semana Buenos Aires los mastica y los domingos escupe los pedazos.
A los pies de la gran mole arrogante, altas cumbres de cemento, Evita se paraliza. El pánico no la deja hacer otra cosa que estrujarse las manos, rojas de frío y llorar. Después se traga las lágrimas, aprieta los dientes, agarra fuerte la valija de cartón y se hunde en la ciudad."

"Va a arder una bruja en la hoguera, otra mañana en la que el fuego es obrero de la Santa Inquisición. En un palco obispos y damas de hedores perfumados preparan sus pañuelos para tapar sus narices, disimulando euforias y suspiros, ansiosos de dolor. Un millonésimo día más en la historia del mundo. El grandioso amanecer continúa, ajeno a todo, la plaza ya está repleta y la gente no para de aullar, pidiendo a gritos que comience la función. Una más va a morir quemada. Se la acusa de haber cicatrizado heridas con la sola pasada de su mano y de haber curado males mencionando al mismísimo Dios en sus plegarias paganas.
Por todo eso, sus cenizas a los rastrojos, dice la habitual sentencia del tribunal.
Con el exasperado bramido general se enciende la hoguera, comienza el espectáculo. Pero la bruja no se agita ni grita de dolor, sino que comienza a entonar una hermosa canción que dice que los caminos que llevan al cielo no están clausurados por orden de nadie. La multitud indignada no para con el abucheo y las pedradas, y la bruja no para de cantar entre las llamas."


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