La Tecl@ Eñe
Editor/Director: Conrado Yasenza
¿Y el día después?
"¿Si hacemos paro, que pasará entonces el día después?", es la frase que pronunció uno de los triunviros de la CGT "unificada", protagonistas del "fin de la historia sindical", los mismos que escucharon los mensajes de la nueva filosofía que brota de las jefaturas de gabinete que creen haber ganado la partida y dirigen por telecomando, twitter y telepatía "trascendental" los destinos del país. La disyuntiva "paro o soluciones", daña de manera grave toda la historia sindical del país, y pone sobre el mundo social argentino un acento sombrío que esperemos no sea definitivo.
Por Horacio González *
(para La Tecl@ Eñe)
Habitualmente el "día después" origina un leve sentimiento de intranquilidad, aunque no se trate de otra cosa que del transcurrir habitual de las horas en cualquier clepsidra. Pero ese día, aunque entrañe algo desconocido y aún no transitado, no puede poner en jaque nuestra actualidad, nuestro modesto presente, que sabemos bien que se va
derramando con su metódica arenilla escurridiza, hacia el lado donde ocurrirá el día que inevitablemente va a sucederle al insípido hoy en que ahora me encuentro. Por eso, aunque un tinte apenas perceptible de ansiedad nos roza cada vez que pensamos "en cómo será mañana", no se trata en ningún caso de sentir que se levanta una pared inmutable que nos separa de lo que vendrá. Y cuando se trata de dirigentes sociales, es casi obligatorio pensar en que todo curso del tiempo encierra numerosas dificultades, y que su recorrido es abrupto, lleno de ripios y traqueteos. Y que hay que asumir siempre las consecuencias de una decisión. Para eso está el día después. No es que hay día después porque hay decisión; hay decisión porque siempre sobreviene el día después.
La política es un saber que en general no está escrito. Su "teoría" goza de grandes manuales, o sino de memorias o de libros de consejos, algunos de los cuales quedan en la memoria de la humanidad. Pero por más "escrituras" que haya, todo dirigente o todo militante sabe que de la maraña espesa del "hoy", surgirán sucesos posteriores y escalonados, algunos de los cuales verificarán ciertas previsiones y otros se regirán por una contingencia inevitable, ese material bruto y sorprendente que es el "mañana", que hará que los hombres que planificaron y conversaron en interminables cenáculos, sientan que demasiadas veces su obra queda en ruinas, derribada por lo imprevisible, por el duro dictamen de lo incalculable. Quien no sepa, intuya o imagine estas sucintas especulaciones sobre la conciencia histórica y la subjetividad militante, no parecería estar en condiciones de abordar una acción política significativa. Rompería su condición misma de hombre político, sometida a la prisión amenazante de un pensamiento inmovilista y estatuario.
Tal parece ser la situación que ha provocado el gobierno en los dirigentes de la CGT, al menos en los que acatan las orientaciones de un llamado "Triunvirato". Quizás se entusiasman porque los que así se llamaron en el siglo XIX han sido contemplados por lo menos en una Avenida, aunque no se caracterizaron por su activismo, sus iniciativas y su generosidad hacia los pueblos. Pero éstos de ahora, dudosamente figuren en ninguna nomenclatura. Es fácilmente deducible cuál será su lugar en la historia por algunas frases que han pronunciado. Una quedará en la memoria de la infamia, en cuanto esta valoración moral se refiere al desconocimiento de esa fibra interna que tiene todo "mandato", sea el conferido por grandes instituciones colegidas, sean los que surgen de mínimos acuerdos que cada conciencia individual tiene con los fragores que producen los hechos previsibles o imprevisibles que siempre nos rodean. La infamia no ¿surge de un proyecto explícito para provocar el mal; simplemente brota de una conciencia que ya se encuentra exhausta para mantener algún dificultoso equilibrio entre lo que se espera de nosotros y lo que nosotros esperamos de esa expectativa ajena que se vuelca sobre lo que siempre en nosotros es materia de dubitación: ¿qué podemos o qué no podremos cumplir? La frase a la que nos referimos es la de un dirigente del mencionado triunvirato de la CGT, un "triunviro", no importa quién, porque de una manera u otra la han dicho todos. "¿Si hacemos paro, que pasará entonces el día después?".
Es una alusión al vacío, a la inmovilidad, a la concepción de que luego no hay nada, de que ninguna lucha es posible, de que no hay futuro, de que no gobernamos nuestra vida, de que la historia es una página en blanco y que nuestra condición humana sólo se reduce a una prieta masa de tendones y nervios congelados, que espejan sin diferencia alguna la voluntad de otros, la voluntad de un extraño, que ahora piensa por nosotros: el propio gobierno nacional, que nos ha confiscado en un acto paralizante de su mirada fría. Nosotros no tenemos más ideas, ni tiempo, ni dignidad.
Nos hacía descubrir esos empresarios de profesión que el riesgo es de ellos. Nuestra idea del riesgo debe proscribirse, pues apenas somos empresarios advenedizos; lo somos, aunque no se nos llame así, y por eso la magnífica y angustiante idea de riesgo, no puede ser nuestra. Como sindicalistas empresarios somos semejantes a los empresarios "sindicalistas", aunque sin su historia, sus estilos, sus manías. "Hasta en eso ahora nos parecen mejores a nosotros". Es que parecía que los criticábamos pero ya ellos yacían en nosotros. Llegaron. Gobiernan nuestra conciencia sindical, y para peor, nuestra conciencia del tiempo.
Ellos éramos nosotros; no hay fisuras. Incluso uno de los triunviros se asombró de los que ante tantas evidencias, en relación a las memorias sindicales de todos los tiempos, harían pensar que un paro nacional sería lo más necesario, ostensible y obvio, meditó reconcentrado, para decir que "sí, que algunos compañeros querrían parar, pero nosotros
queremos soluciones". Esa disyuntiva, o paro o soluciones, resquebraja de manera grave, sino gravísima, toda la historia sindical del país, incluso la de las anteriores burocracias, y pone sobre el mundo social argentino un acento sombrío que esperemos que no sea definitivo. Quiebra el lenguaje de esos dirigentes desde su enunciado mismo. Una cosa era el antiguo "realismo de los dirigentes que cuidaban las organizaciones", esa burocracia que nunca satisface y que oscuramente tiene sus razones en el instinto de prudencia que siempre es dudoso, mucho más cuando se lo quiere invocar por un sindicalismo talmúdico cuyo texto sagrado es el de desear ser comandados por jóvenes ministros ejecutivos.
Pero ahora que les confiscaron el lenguaje, es más triste. Aceptaron ser los primeros protagonistas del "fin de la historia sindical", pues escucharon los mensajes de la nueva filosofía. Es la que brota de ufanas jefaturas de gabinete que al final creen haber ganado la partida. Dirigen por telecomando, twitter y telepatía "trascendental" a expertos sindicalistas maduros, agrietados desde hace años en sus puestos, con un par de promesas inocuas revestidas de órdenes aderezadas con la indumentaria de la "modernización" o los "tiempos que han cambiado".
Son esos nuevos filósofos del "fin del tiempo de la CGT", los que les mostraron que con paro, el día después, estarían vacíos, con los ojos perdidos recorriendo las paredes de sus institutos gremiales antiguos, repletos de bustos, banderines y pergaminos, ya inútiles, ante los cuales su mirada les devolvería la evidencia de una conciencia desventurada. Hicieron el paro. ¿Y ahora? Pues bien, luego parecía no haber nada. Un panel en blanco. Y a esa idea de vacío histórico llegaron estos tistes dirigentes. No hay duda que aunque digan que todo lo hacen por prudencia, aún con mesura, aún con aquella gris sabiduría ya escrita, serán superados por lo que cualquier dirigente nunca debió olvidar. Que si la historia tiene una existencia cabal, a veces silenciosa y nada estridente, es porque siempre hay un día después, y son precisamente las grandes decisiones las que crean ese día después, tallándolo con la dignidad de un paro.
Se para para poder seguir. No se para, en cambio, cuando algunos se dejan invadir por la pesadilla de una historia que hacen otros, y como en una alcancía siniestra, nuestra conciencia sólo se dispone a esperar, estatuarios, la moneda que cae como depósito, que tintinea pero detiene la vida.
* Sociólogo, ensayista. Ex Director de la Biblioteca Nacional
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