lunes, 31 de octubre de 2016

Soy un agnóstico, un descreído

lunes 31 de octubre de 2016

"Soy un agnóstico, un descreído"



John Malkovich: testimonio de la condición humana. Se siente emparentado con Ernesto áabato, de quien interpretó en Buenos Aires "Informe sobre ciegos" y el prólogo al Nunca Más. Cómo hablar de ética en un mundo regido por no videntes. Y por qué descree de la política.

John Malkovich: testimonio de la condición humana. Se siente emparentado con Ernesto Sabato, de quien interpretó en Buenos Aires "Informe sobre ciegos" y el prólogo al Nunca Más. Cómo hablar de ética en un mundo regido por no videntes. Y por qué descree de la política.




Por        Luis Mazas

Aparenta modesto o humilde. Paciente, templado; o todo eso. John Malkovich no parece impuesto de su arquetipo: el actor de culto, el inconformista. Como no lo ejerce, ese rango se impone por tácito. Da la sensación de estar realmente de paso. En tránsito. Y esa sensación es desconcertante. 

Recién entrado en su sexta década, encontró hace mucho su postura vital. Dos veces candidato al Oscar, hace teatro y cine. Juega en las ligas mayores. ¿Quieres ser John Malkovich?, de Spike Jonze, donde el actor se interpreta a sí mismo y John Cusack intenta penetrar su mente, es acaso uno de sus films totémicos, que cosechó numerosos premios de la crítica y tres nominaciones al Oscar.

Ha venido a ofrecer su admiración por Ernesto Sabato. Y hablar sobre el tema lo anima de otra manera. Su voz adquiere otra calidez y una medida pasión: "Me tengo que enamorar de una obra para representarla". El "Informe sobre ciegos" (apenas 7 u 8 páginas conforman ese tercer capítulo del corpus que obsesionó a Sabato) integra la segunda parte del recital que acaba de ofrecer en Buenos Aires, antes de seguir con las presentaciones en Mendoza y Chile, donde dará curso a Neruda y "Las alturas de Machu Picchu"

Aquí, en An Evening With John Malkovich, señorea su admiración por nuestro hombre de obsesiones, que escribió y siguió escribiendo la peripecia de Fernando Vidal Olmos casi hasta el final.

En mi cabeza. Se hizo popular representándose en ¿Quieres ser John Malkovich?


–¿Ha leído la novela en que se inscribe el "Informe…"?
–Creo que Sabato es un poderoso autor, de la categoría de William Faulkner y García Márquez. Tiene la misma precisión y es más interior (acaso la palabra sería introyectivo). La obsesión de Fernando Vidal Olmos refleja un infierno interior, me recuerda a Dante. Es muy intenso, trágico.

–La vibración interior de un actor como usted, ¿cómo se modifica frente a los diversos medios y situaciones?
–No importa el medio, la vibración es la misma, y la técnica igual. Está muy incorporada, como si la diera por sentada y supone innecesario objetivar en qué consiste. No es la forma sino el contenido lo que busco sacar a la luz. 
Sí, debe ser un empecinado también. Las preguntas indiscriminadas no lo apartan de su determinación; centrarse en An Evening With John Malkovich, que presentó ya en Corea del Sur, Finlandia, Inglaterra y Alemania.
Cuando conversábamos, aún no se había producido el debut, pero ya especulaba sobre su expectativa frente a la escucha argentina del material de Sabato vertido en inglés. Otro tanto para el prólogo del Nunca más, algo tan nuestro.

–Presupongo que recalar en Buenos Aires es una impensada manera de convalidar, en su lugar de origen, la parte central de su espectáculo. 
–No me lo imagino, incluso nunca soñé con esto. Es un desafío al que ya me he habituado cada vez que presenté alguna performance mía en mi propio idioma, mi personal sensibilidad, para una audiencia de habla hispana. Es como una prueba de saltos con premio: la respuesta del espectador. Pero comprendo mejor el alcance del sentido último de la pregunta, respecto de una situación histórica y conflictiva que confrontar con el espectador. Pronto lo veremos. Desde ya, me fascina. 
En este contacto que compartimos una espantosa mañana de lluvia porteña en el Alvear, el miércoles previo al debut, se ofreció dócil, predispuesto aunque prevenido. Andar por el mundo produce esas reservas. Tiene agradable voz, reposado, armónico, el timbre. Se maneja con parsimonia y su carácter, acaso de tímido, lo refleja en la falta de grandes gestos y estridencias. Incluso muestra su intuible pudor ante la necesidad de hablar de sí mismo. En Malkovich, el "menos es más" funciona a la perfección. Su interioridad asoma en comentario tangente, veloz, la ironía discreta, el humor juguetón que no espera respuesta; pero con el que tantea a su interlocutor: "Hallo incluso contacto con el sutil buen humor de descarga de Sabato frente a temas por demás escabrosos. En 'Informe…' lo encuentro. Como si, por un instante, pusiera breve distancia, alguna objetividad en lo subjetivo. El humor es fundamental, privativo de los en extremo inteligentes y sensibles. Esas condiciones son inherentes en quienes cultivan esa dualidad de amargura y dulzura. Lo que más destaco de Sabato es precisamente ese algo trágico, oscuro, la belleza tenebrosa que potencia a veces con un sordo estallido de leve buen humor. Lo tenía Tennessee (Williams), lo tiene Sam Shepard, y desde luego lo tuvo Faulkner.

–Volviendo otra vez al "Informe…", ¿el mundo está regido por los ciegos?
–Regido por los que no quieren ver a los demás porque no les importan sino como mercancía o mano de obra de otros seres de las sombras. Los que no ven a los otros, los que no presuponen la trascendencia humana. Yo soy en verdad un agnóstico como Sabato, como Saramago, un descreído. Denuesto a la política y los dogmatismos. Creo que están los poderosos disuadidos de que no hay otros además de ellos, o que existen solo en función de ellos. 

"No hay peor ciego que el que no quiere ver"…
–La realidad es más fuerte que cualquier ficción, en todo caso la refuerza cuando, al final, nos alcanza a todos. Lo compruebo con dolor. Es una constatación. El mundo está liderado por quienes no quieren ver. Eso está en uno y en otro informe, el de la Conadep, que me gusta contrastar con el informe de la ficción, que se muerde la cola. ¿Sabe qué es curioso? Sabato, en los '60, parecía preanunciar la llegada del oprobio. Uno es el imaginativo Sabato y el otro es más comprometido y político: apostrofa sobre las infamias de la dictadura argentina.

–Eso es o debe ser el arte, ¿verdad?
–Eso es lo que encuentro en Sabato: lo ético hecho estética consistente. Conocer su literatura me ha acercado al gran boom de la literatura latinoamericana. Lo encuentro tan impactante y vigoroso como García Márquez, Faulkner o Neruda. Pero con un sentido trágico, casi apocalíptico.

–¿Qué sentido tiene que Malkovich nos cuente de nuevo a Sabato?
–Creo que la universalidad no admite fronteras hoy. Creo que mi performance es una devolución, el testimonio de mi admiración, que es la admiración de los lectores que en todo el mundo lo leen. Lo que he querido transmitirles es eso. Los idiomas pueden separar o unir. Los hechos de la crueldad, también. El informe de la Conadep, Nunca más, se eleva a la ejemplaridad internacional. También la tragedia que anida en Nunca más, que el prefacio de Sabato resume. Sus palabras son para ustedes, los argentinos. Pero son las palabras éticas, morales para un mundo que no tiene valores hoy. Eso es lo que he querido testimoniar. Con modestia y admiración.

John menciona al pasar dos personajes de ficción que hicieron mella en él: Tom Wingfield, el "diferente", un esquivo. Ese apóstata autoconfesional de El zoo de cristal, que también sabía reír por lo bajo... "Admiro esa cualidad que le puso Tennessee, que la tienen los dos hermanos de True West, de Sam Shepard, tan contradictorios, ricos y complejos. Y la ambivalencia que Choderlos de Laclos dio a los personajes de Las relaciones peligrosas, de Stephen Frears (1988). ¡Cuánto placer me dio jugar el rol de Valmont (el vizconde libertino que lanzó su carrera al gran plano internacional)!"

– ¿Cuáles son los directores de cine más afines?
– Desde luego, David Lynch, Manoel de Oliveira, Antonioni y Wenders (reunidos en Más allá de las nubes en 1995). El mundo sería un lugar más triste si ellos no hubieran existido. Los directores no son las personas más fáciles del mundo, pero tienen una visión particular de él que lo hace más interesante.

El propio Malkovich es director de cine y de teatro, o sea que le caben las generales de la ley. Apunte final que no intenta ser una apostilla: es un artista diverso e inabarcable. Deja en el interlocutor eventual la sensación de que se va privado de más de lo que de él ha obtenido. Como de los iceberg, pero inconmensurablemente más cálido… y enigmático. 


Broadway en Buenos Aires


El actor y director John Malkovich presentó An Evening With J.M. en el Teatro Coliseo los días 21, 22 y 23 de octubre y en Mendoza el 26. Una semana después, el 28 y 29, otro astro de Hollywood, Al Pacino, ofrece su monólogo en el Teatro Colón.
La confortable, amplia sala del Coliseo – perteneciente a la comunidad italiana – brindó el marco espacial y técnico estupendo para la actuación de Malkovich. Por contraste, la presentación de Pacino en el otro coliseo, el "mayor", resulta a priori un escenario excesivo para un unipersonal autobiográfico. Mejor criterio, más proclive al lucimiento del recordado intérprete de Serpico, habría sido el espectacular y bien dotado auditorio de la Ballena Azul u otro de menor dimensión 
(si en algo sobreabunda Buenos Aires es en salas acordes a los one-men-shows).


Encuentro con los Sábato
Mario áabato, junto a tres de sus hijos, concurrió al estreno de Malkovich. El cineasta, hijo del novelista, le entregó un video de su film El poder de las tinieblas (1979), protagonizado por Sergio Renán y basado precisamente en "Informe sobre ciegos", que nuestro visitante desconocía.



Malkovich de la mano de Sábato. Oscuro objeto del horror.

Por        Luis Mazas


An Evening With John Malkovich (Una velada con JM)
Sobre textos de Ernesto Sábato. Dirección: Sergey Smbatyan. Con John Malkovich (actor), Nina Kotova (cello), Anastasya Terenkova (piano), Orquesta de Cuerdas Buenos Aires y Nicolás Favero (concertino). En el Teatro Coliseo.


Traído por el Grupo Ars, John Malkovich brinda una aproximación personal (foránea) a dos textos universales de un grande de nuestras letras, Ernesto Sabato. El clima emocional enrarecido enlaza con fuerza los dos textos que integran An Evening With John Malkovich (Una velada con…). El prólogo de Nunca más (el informe de la Conadep, 1984) sobre la detención, tortura, muerte, apropiación de niños y desaparición de personas, durante la última dictadura argentina. Un documento verdadero con que Malkovich precede otro reporte de infamia. Este, una ficción de Sabato sobre el delirio paranoico de Fernando Vidal Olmos, su obsesión persecutoria. De arranque, imposible regresar al prefacio de Nunca más sin el estremecimiento que Sabato suscita. Profundo, personal, el actor norteamericano lo reporta con sincera mesura, consciente de que la propia letra rebate con su testimonio de horror. Aun vertido al inglés (hubo subtitulado), toda intermediación inevitable (traducción, actuación) habría distanciado sin el poder testimonial que hace suceder un teatro de memoria. El velo protector de John Tavener por la cellista moscovita Nina Kotova acompañó el impacto bajo una luz de rojo sangre.

Continuó enrareciendo el aire en el breve intermedio. Un umbral difícil de equiparar sino por otro texto de belleza sórdida y demencial. Escrito en primera persona, el "Informe sobre ciegos" (tercer capítulo de Sobre héroes y tumbas) tiene valor de pieza independiente. Sujeto solo en parte a la lectura, la memoria de Malkovich vibra transitando el universo amenazador, opresivo, de Vidal Olmos. Acierta mejor el dramatismo del soberbio Concierto para Piano y Orquesta de Alfred Scnittke por la solista rusa Anastasya Terenkova y la Orquesta de Cuerdas de Buenos Aires, ahora bajo la luz azul de un sueño de pesadilla.






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