lunes 17 de octubre de 2016
Lo que no se nombra
Pobreza, capitalismo y democracia.
Con gesto adusto, un conductor de TV mira a la cámara y afirma no saber si está en condiciones de hacer el programa ante la evidencia de que casi un tercio de los argentinos está bajo la línea de pobreza según la medición que realiza el Indec. Acto seguido, afirma que tales índices son una deuda de la democracia y de la política, en particular, de la dirigencia política.
Una audiencia desprevenida, incluso sin ser de derecha, podría suscribir tales palabras, las cuales, por cierto, no son propiedad de un conductor en particular sino el lugar común de la gran mayoría de los comunicadores e incluso de muchos dirigentes políticos. Podría decirse que es una moralina políticamente correcta, que hace que quien está del otro lado, con dejo de indignación, exclame ¡qué barbaridad!, para luego seguir degustando su milanesa.
Ahora bien, ¿usted no nota que en ese razonamiento falta algo o que, en todo caso, pareciera que hay algunas categorías que están siendo utilizadas de manera impropia?
Siendo más específico: ¿no resulta sorprendente que en tales razonamientos esté ausente la palabra "capitalismo"? Efectivamente, el capitalismo es lo que no se nombra. Esta ausencia es importante pues no hace desaparecer la responsabilidad sino que la traslada. Y esto es preocupante pues de tanto repetir que hay una responsabilidad de la democracia en los índices de pobreza, alguien puede empezar a creer que lo que hay que hacer es abandonar la democracia. Sin ir más lejos, hoy parece haber una opinión más o menos generalizada respecto de que las repúblicas democráticas con sistema representativo son el mejor sistema de gobierno pero no siempre ha sido así. De hecho, recién en la segunda mitad del siglo XX, Occidente aceptó casi unánimemente que "democracia" no era el término peyorativo que designaba al gobierno de las mayorías entendido como gobierno de los pobres y los ignorantes. Pero en el mientras tanto, Occidente hizo algunas trampitas pues promovió una cultura de la antipolítica que hizo que la cosa pública se transformara en un asunto delegado a administradores elegidos cada cierta cantidad de años; luego, mientras la modernidad ya se había ocupado de desterrar la democracia directa, se nos convenció de que la verdadera democracia era aquella en la que los representantes eran elegidos a través de los partidos políticos y, paralelamente, se nos indicó que la salud democrática está en la alternancia de esos partidos en el poder. Claro que esta alternancia en el poder será virtuosa si y solo si los partidos que ocupan ese espacio no ponen en cuestión el sistema económico. Pero eso nunca nos lo dicen. Es lo que no se nombra.
La democracia hoy es mucho más que un sistema de legitimación de los gobernantes pero independientemente de la acepción que elijamos, no es nunca la causa de la desigualdad. ¿O acaso le podemos endilgar al derecho de elegir a nuestros representante, el hecho de que, en la Argentina, el 50% más rico se apropie del 80% de la riqueza? Si salimos de la Argentina podemos preguntar: ¿es culpa de la democracia o del capitalismo que 62 multimillonarios de distintos lugares de la Tierra tengan tanto como el 50% de la población mundial? ¿Es culpa de la democracia o del capitalismo que el 1% de la población mundial tenga tanta riqueza como el restante 99%?
Sin embargo, la palabra "capitalismo" no es nombrada y si no le echan la culpa a la democracia se la echan a la política y a su dirigencia. Por cierto, ¿ustedes creen que la desigualdad en el mundo se explica por la corrupción de la política? Una vez más, nadie afirmaría que debamos pasar por alto tal corrupción, que parece endémica, pero el proceso de concentración de riqueza y de transferencia de recursos de los que menos tienen a los que más tienen, no es un problema de falta de transparencia. De hecho, lo más dramático es que en la mayoría de los casos se hace de manera bien transparente a la vista de todos y apoyado por una mayoría de la población.
Ahora bien, alguien podría indicar con acierto que es la dirigencia política la que elige un sistema económico en detrimento de otro. Sin embargo, salvo los momentos de dictaduras, ha sido la población la que ha dado su veredicto y la que ha elegido, en muchos casos, a sus propios verdugos, lo cual prueba que es falsa esa afirmación voluntarista y casi mística de que los pueblos nunca se suicidan.
Esta simple reflexión no debe leerse como el rezongo anticapitalista del trotskismo que considera que todo lo que no es trotskismo es derecha explotadora al tiempo que sigue sin explicar por qué la derecha neoliberal invierte tanta energía en acabar con los gobiernos populares. Se trata simplemente de una advertencia respecto de la naturalización de un sistema económico pues la naturalización es el último paso, y el más profundo, de una imposición. Es el paso que oculta todos los demás y que pese a haber sido siempre la imposición de un otro se presenta como propio y consustancial a cada uno de nosotros. Es por eso que no lo vemos y de esa manera cumple con otra de las características del poder que es, justamente, la de ver sin ser visto; es por eso que es lo que no se nombra.
En una sociedad tan psicoanalizada como la nuestra, curiosamente no se suele reparar en que lo que no se nombra es lo reprimido, lo que "no existe", y que sabemos de él a través de un chiste, un acto fallido, un lapsus, un síntoma o nuestro sueños. Pero aquí no hay nada de qué reírse; no hay acto fallido sino actos conscientes, y no hay lapsus sino una larga permanencia. Lo que pulula, en cambio, son síntomas por doquier y, sobre todo, algo enormemente dañino: el hecho de aceptar acríticamente que la utopía capitalista sea parte de nuestros sueños.
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