lunes, 1 de agosto de 2016

Luis Pescetti, para grandes y chicos

lunes 1º de agosto de 2016

Luis Pescetti, para grandes y chicos

Por      Revista Veintitrés




Sigue con su personaje Natacha y presenta un espectáculo para adultos. Cómo convocar a multitudes y no ser parte del mainstream. "No soy un buen lector", reconoce.
"Siempre pienso que es el último", dice Luis Pescetti, respecto del lanzamiento de Niños: manual del usuario, el nuevo libro de Natacha. Porque la clave, afirma, es no escribir por encargo sino cuando surge una nueva anécdota. Con Santillana lleva vendidos dos millones de ejemplares, un número que además de impactar por la cantidad de ceros esconde una realidad: las historias de Pescetti están en un gran porcentaje de hogares argentinos. Musicoterapeuta de profesión, Pescetti lleva años arriba de los escenarios compartiendo con las familias canciones y reflexiones sobre la niñez y el crecimiento. Además, sigue con los espectáculos para adultos, el 5 y 6 de agosto presenta en el ND Ateneo 'Cartas al Rey de la Cabina', con Juan Quintero.

– ¿Cuál es la propuesta de Niños: manual del usuario, el nuevo libro de Natacha?– Sale los primeros días de noviembre. La idea es que Natacha y su grupito de amigos deciden escribirles un manual a sus propios padres sobre cómo tratarlos a ellos. ¿Viste que en terapia de pareja aconsejan decirle a tu pareja qué cosas te gustan? Tu propio manual, vendría a ser. Igual no creo que haya nacido en ese ámbito. Me imaginé a los chicos haciéndoles un manual a sus papás y, obviamente, es todo muy trucho… Es todo papas fritas, hamburguesas y esas cosas.

– ¿Por qué Natacha no crece, siempre tiene la misma edad?
– Me pasó lo mismo con Frin; en un momento tuve que decidir si crecían y enfrentaban otras edades o se quedaban así. Creo que hay mucha tela para desarrollar en esos 7, 8 años en que está instalada Natacha; me gustaba la idea de mirar todo desde distintos ángulos. No veía que se agote en absoluto. Además, esa edad es de una potencialidad enorme para escribir, porque tienen toda la ingenuidad de la primera infancia y los primeros atisbos de pensamiento cuestionador y más crítico de una segunda infancia. Y ese espacio da lugar para muchísimos equívocos. Resolví que iba a ser siempre el mismo segundo grado y el mismo verano y de ahí iba a ir para atrás y para adelante. Y con Frin decidí lo mismo. Es casi impensado que un amor de infancia sobreviva al verano si tenés 11 años, porque las hormonas actúan de una forma distinta en chicos y chicas y cuando pasan las vacaciones cambiaron por completo. Durante estos años tuve muchas charlas con pediatras y psicólogos; charlamos sobre qué les preguntan los papás en el consultorio y demás. La literatura muchas veces queda cerca del ideal, pero el consultorio es la realidad más cruda.

– Desde que lanzó Natacha pasaron veinte años, ¿nunca se aburrió?
– No. Siempre pienso que es el último libro. Esta es la novena y para mí es la última, pero después surge una anécdota y sale otra. Creo que el secreto está en que no los escribí por encargo ni con periodicidad obligada.

– ¿Cómo hacer para que los chicos lean?
– Yo no nací en una casa lectora pero sí en una casa donde se valoraba la inteligencia. Creo que inevitablemente uno transmite desde el accionar. Los chicos perciben y están muy atentos a la mirada de los padres. Para hacer que lean me parece que hay que compartir con ellos la lectura, ir a las librerías, buscar libros que les gusten a los chicos, compartir. Ojo, yo no soy un buen lector tampoco.

– En el escenario juega mucho con el cambio de roles. ¿Cree que su éxito radica en ponerse en el lugar de los chicos, en entender cómo piensan?– Inicialmente tuvo que ver con ser maestro de música en escuelas públicas o privadas. Tenía entre 300 o 400 alumnos por año y no había tiempo de establecer una relación ideal. Por otra parte, siempre hubo una fuertísima corriente de empatía con los chicos. Y en ese sentido es como ayudarlos a que digan lo que no saben decir, darles las palabras que les cuesta encontrar.


– ¿Y hay una búsqueda de su parte para lograr eso o le sale solo?– Empezó saliendo solo y luego lo fui entrenando. Eso no quita que a veces uno la pifia.

– En una entrevista que le hizo Leila Guerriero en 2002 dijo que "si los chicos saltan del elefante Trompita a Bandana o los Backstreet Boys es porque el mercado, en el medio, no sabe, no contesta". ¿Sigue pensando lo mismo o se abrió el abanico de propuestas?– Sigue vigente. Hay una oferta mayor en la producción audiovisual comercial que en la de autor. En la de autor todavía sigue existiendo la franja "chicos chicos" y "adolescentes". En literatura claramente hay una producción de literatura juvenil buenísima, que tiene que ver con las experiencias de la adolescencia. La canción ya en la adolescencia es pop, rock, salsa, y eso no cuenta las cosas de la adolescencia y deja un montón de experiencias vitales afuera. Creo que sigue existiendo esa brecha y sin embargo en la producción de series infantiles empezó a haber una narrativa cada vez más larga para chicos chiquitos.

– ¿La edad de su público fue cambiando con los años?
– Está bajando la edad. Como suelen venir en familia el público tiene edades muy diversas pero percibo cada vez nenes más chicos, muchos de la franja de 5 o 6 años que antes no llegaban tanto. Y más chicos también. No sé bien con qué tiene que ver, pero yo me lo explico con que hay narrativa más compleja y cada vez más larga para chicos chiquitos, entonces eso los convierte en lectores más entrenados. 

– Es uno de los pocos artistas que deja que el público grabe los shows, ¿a qué se debe?– Yo siempre fui de los que dije "apaguen los celulares" pero para que no suenen o no estén mandando mensajes. Creo que el "no filmen" es un remanente de una época medio vieja. Imaginate a alguien que filme mi show con celular... Tiene una versión movida, con calidad baja y un mal audio de algo similar a lo que yo subí a YouTube con calidad alta.

– ¿Cómo surge la propuesta de pedirles a los chicos que filmen la previa antes de salir de casa, el viaje hasta el teatro, la espera en el lobby o la butaca?– Se me ocurrió hacer un video para el disco nuevo, donde las imágenes sean grabadas por el mismo público, entonces los invito a filmar la previa del show. Hace mucho yo les decía a los chicos que vayan vestidos de pijama, porque de esa forma el show empieza el día anterior. Se da el "¿papá podemos salir así a la calle?", se suben así al auto, salen del estacionamiento y es muy gracioso. Además, llegan al teatro bien arriba. En esta oportunidad lo que hice fue comprarme un chip nuevo para que el público me envíe videos por WhatsApp.

– ¿Quién los selecciona?– Los veo con mi asistente y los editamos. Las imágenes que envían son muy tiernas. Esto surgió mezclando dos ideas: por un lado, en YouTube hay muchos videos desde el punto de vista del piloto; pilotos que se filman, y por otra parte me acordé de una productora de televisión que tenía en México que quería hacer una tesis para la universidad sobre cómo seguía funcionando el programa de radio cuando terminaba, qué pasa con el show cuando se baja el telón. Y esta es una forma de hacer eso.

– ¿Por qué no hace temporada en vacaciones?– Hice, pero no en Buenos Aires. Vacaciones en Buenos Aires es el momento en que todos ofrecen el helado más caro y el helado más gratis, entonces hay mucha oferta. En el interior se vuelven locos, revientan los teatros. Ahora me voy a Córdoba y después a Puerto Madryn.

–Son muchos años de hacer shows, ¿siente el paso del tiempo arriba del escenario?
–En estas giras hay mucho cansancio físico pero me levanto a las 6 de la mañana y vuelo a Bariloche, y a las 20 estoy haciendo un show pero creo que a los 20 años también me hubiera agotado. Lo que cambia con el tiempo es el hambre con la que uno va actuando en las distintas etapas y eso hay que cuidarlo. Cuando uno arranca sale con un hambre tremenda y eso hay que recrearlo con el tiempo. En ese sentido a mí me produce admiración e intriga Mario Vargas Llosa, que después de un Premio Nobel sigue haciendo libros e investigaciones.





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